Máquinas en lugar de humanos: los 10 trabajos que corren más riesgo de desaparecer

Según un algoritmo de Oxford, empleos rutinarios, como el de atención al cliente, se extinguirán. En Argentina más del 65% de la fuerza laboral que no tenga nivel universitario completo corre peligro. El rol de la educación

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En los trabajos mecánicos el
En los trabajos mecánicos el robot desplazará al ser humano (iStock)

En un principio las máquinas tomaron el trabajo operativo, más rutinario, en las fábricas. Los hombres, en cambio, se quedaron con la supervisión como su rol fundamental, estar atentos a cualquier desperfecto. El mismo proceso se está dando en el siglo XXI -y se acelerará en los próximos años-, pero en la oficina.

El futuro inmediato se avizora inquietante. Las proyecciones son, en muchos casos, fatalistas. Uno de los papers más célebres en el ámbito de la futurología laboral es el de Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, investigadores de la Universidad de Oxford, que predijeron, a través de un algoritmo, el riesgo de extinción de más de 700 empleos en Estados Unidos a manos de la tecnología.

Pese a algunos cuestionamientos, "El futuro del empleo: cuán susceptibles son los trabajos a la computarización" se presenta como una de las referencias. Los autores pusieron distintas habilidades en la balanza: qué puestos requieren inteligencia social y emocional, cuáles necesitan de creatividad y originalidad, de soluciones meditadas. Del otro lado, aquellos que no implican grandes procesos cognitivos, los más mecanizados.

La investigación proyectó que el 47% de la fuerza laboral estadounidense está en riesgo dentro de los próximos 15 o 20 años. En un primer pantallazo, se reconoce que el servicio al cliente será una de las áreas confinadas a la extinción, con un 99% de riesgo. En realidad ya se dirige en esa vía. En la actualidad es habitual ver en locales de comida rápida tableros interactivos para que cada cliente ordene su pedido. Lo mismo sucede con los telemarketers. Los bancos y empresas de servicios, cada vez más, optan por los mensajes grabados y, como última instancia, la atención personalizada.

Los vendedores de seguros, los auditores de cuentas, los bibliotecarios y los agentes aduaneros también también tienen un destino oscuro, de acuerdo al algoritmo. Casi en igual medida, otras profesiones que uno imagina eternas: cocineros, árbitros deportivos, vendedores de ropa, taxistas e incluso camioneros cuando los vehículos autónomos irrumpan en la sociedad.

Los trabajadores de la salud
Los trabajadores de la salud son los que menos riesgos corren (Getty)

En la perspectiva macro, las áreas más amenazadas son la de transporte y logística, de manufactura y administrativa. Del extremo opuesto, aquellos trabajos con menos riesgos de ser computarizados, acaparan gran parte del ranking los empleos vinculados a la salud -tanto física como mental-, a la educación, a las finanzas y al arte.

"La mayoría de los puestos de negocios y finanzas ,en los que abundan las tareas que requieren inteligencia social, están por lo general confinados a la categoría de bajo riesgo. Lo mismo sucede con la salud, la educación y el arte porque requieren una combinación de habilidades", sostiene el informe.

Tanto ingenieros como científicos, por la complejidad y especialidad de sus tareas, también están exentas de riesgo de automatización. Protegidos de los robots que, según estima la Federación Internacional de Robótica, serán 2,6 millones el año que viene. Hoy la industria automotriz reúne la mayoría, pero en los últimos años también alcanzó a otros sectores como la electrónica, la metalúrgica y la química. Argentina está en el puesto 36 entre los países con mayor cantidad de robots cada 10.000 trabajos: tiene 16; a años luz de Corea del Sur, el número uno de la lista, que tiene 531 robots cada 10.000 empleos.

Qué pasa en Latinoamérica y, puntualmente, en Argentina

En 2016, el Banco Mundial se sirvió del algoritmo de Frey y Osborne para trazar el panorama de Latinoamérica. En todos los países que midió más del 60% de cada fuerza laboral corre riesgo en un plano teórico. Claro que ese cambio se desacelera por factores económicos, políticos y culturales. De allí, el porcentaje ajustado.

La situación arroja un alerta impostergable. Cambiar o sucumbir. Empezar a educar en las competencias que requiere el siglo XXI o condenar a las próximas generaciones a un futuro laboral traumático. "Preparar para el mundo del trabajo en una sociedad que avanza a gran ritmo hacia la cuarta revolución industrial es una tarea compleja para los gobiernos y los diseñadores de políticas públicas educativas. Reformar y adaptar el sistema escolar supone encontrar una combinación novedosa de contenidos, prácticas y diseños institucionales que den cuenta del desafío", le dijo a Infobae Juan María Segura, experto en gestión e innovación educativa.

Un informe de la consultora Gallup de 2015 determinó que Latinoamérica no solo es la región donde menos se innova, sino que también es aquella en la que peor se enseña tanto contenidos del siglo XX -matemática, por ejemplo-, como del siglo XXI -creatividad, pensamiento crítico o resolución de problemas.

"No es raro que los países de la región estén a la cola del ranking PISA. Se innova poco y se enseña mal", remarcó Segura. "El docente que no abrace la época no logrará generar empatía con el aprendiz. El docente, en algún punto, debe volverse tan aprendiz como sus propios alumnos, reenamorarse de la posibilidad de aprender cosas nuevas. Debe considerarse a sí mismo no tanto como un repositorio de saberes particulares (hoy la web cumple ese rol mucho mejor), sino como un nodo en un proceso colectivo de generación de comprensión y significado multidisciplinario", agregó.

Los economistas Diego Aboal y Gonzalo Zunino, del Centro de Investigaciones Económicas (CINVE), utilizaron el algoritmo de Oxford para describir la situación particular de Argentina. Tal como muestra un reciente informe de la agencia cordobesa ADEC, lo hicieron por áreas y no por empleos específicos.

Todas las áreas están por encima del 50% de probabilidades de automatización. Los más afectados serán los órganos extraterritoriales, el transporte, el comercio y la manufactura. La franja etaria que más sentirá la transformación será la de entre 15 y 30 años con un 72,9%.

Pero el dato más contundente se desprende del riesgo de ser reemplazados según el nivel educativo. Desde el primario hasta el universitario incompleto todos están por encima del 65%. Sin embargo, en el apartado "universitario completo" el guarismo desciende abruptamente hasta 39,9%. La solución es clara: educación.

El tema es: ¿qué educación? La metodología que hoy congrega a la mayoría de los académicos es la de aprendizaje basado en proyectos. Las distintas materias se encolumnan detrás de un gran tópico como el cambio climático o incluso -hoy tan vigente- el mundial de fútbol. Con docentes como orientadores se da una discusión más protagónica de los alumnos. Se analiza el tema desde distintas aristas: geografía, economía, sociología, psicología.

En ese proceso resta por definir con claridad qué rol tendrá la tecnología. Para Melina Furman, doctora en educación, la que tiene que "tirar del carro" es la pedagogía, no la tecnología. "En la medida que los docentes tengan claro qué aprendizajes buscan en los alumnos, van a estar mejor preparados para planificar qué recursos digitales pueden ayudarlos a lograr esos objetivos", le dijo a Infobae.

La clave, como siempre, está en el cómo. Furman lo enumera en un sinfín de ejemplos didácticos. "La introducción de la tecnología nos da la chance de generar recorridos más personalizados en los alumnos, por ejemplo ofreciéndoles materiales (videos, recursos) para que puedan explorar en profundidad temas que les interesan. O habilitar nuevas oportunidades para comunicar como la realización de videos, documentales, programas de radio. O plataformas colaborativas en las que los alumnos puedan comunicarse con estudiantes de otras escuelas, provincias o incluso países y compartir aprendizajes y experiencias".

La lista sigue: "Estrategias como la de la clase invertida, en la que los alumnos ven las exposiciones teóricas en video las veces que necesiten, y luego el docente puede dedicar el tiempo a acompañarlos en la resolución de problemas, que son tareas cognitivamente más desafiantes. O con plataformas y lenguajes de programación de fácil acceso para crear aplicaciones o videojuegos".

La especialista cierra con una idea: "La tecnología nos ayuda a eso: a poner a los alumnos en el lugar de creadores, de aprendices activos. No es lo mismo jugar un videojuego que crearlo".

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