A Kelvin Doe hoy se lo ve con un saco negro a medida, pantalón a tono y zapatos relucientes. Está arriba del escenario ante un auditorio colmado de adolescentes que lo escuchan y no parecen incomodarlo. Algunos años atrás, no muchos, no se le hubiera ni cruzado por la cabeza tal posibilidad. En realidad, él ni siquiera se lo proponía. Solo se divertía e intentaba ayudar.
Con sólo 10 años, cada vez que salía del colegio comunitario, no iba a su casa donde su madre soltera lo esperaba. Corría hacia un basurero cerca de Freetown, la capital de Sierra Leona. Kelvin descubrió que en medio de toda esa pila de mugre había aparatos descartados, baterías viejas, tecnología que había ido a parar al tacho de basura. Aquel lugar, para cualquiera inmundo, se convirtió en su juguetería.
Escarbaba entre los restos y se topaba con objetos que los fascinaban. Los rescataba del ostracismo y los combinaba. Improvisaba artefactos mientras leía algunos libros de ingeniería básica que había conseguido en la biblioteca antigua de la comunidad. La curiosidad inicial dio paso a una fascinación sin retorno.
Claro que chocaba contra una barrera. En su barrio apenas había energía eléctrica unas pocas horas a la semana. Debía optimizar el tiempo y, pensó, buscar una solución a la escasez enérgica. Con las nociones que había adquirido gracias a los manuales, pudo fabricar primero una batería rudimentaria. No fue sencillo. Demoró tiempo y esfuerzo. Prueba y error. Tras varios intentos consiguió un prototipo funcional: una combinación de circuitos, metal, envueltos en una cinta.
"La comunidad tenía un problema", cuenta Kelvin en su conferencia en Buenos Aires, invitado por la fundación Cimientos. "Era imposible transferir la información de un lado a otro y yo lo quería resolver". Lo que se le ocurrió, con solo 14 años, fue crear una emisora de radio que, al poco tiempo, se convirtió en un punto de encuentro. Los jóvenes se reunían y contaban las dificultades que afrontaban, antes invisibles.
La estación de radio se alimentaba por un generador que él mismo creó a partir de un estabilizador de tensión deteriorado de la basura, mientras que una antena simple permitía que su vecindario lo escuchara. Además de dar voz a la comunidad, Kelvin utilizó su estación de radio para transmitir partidos de fútbol y, su gran pasión, pasar música. Pese a la precariedad de sus artefactos, se las arreglaba para hacer mezclas gracias a un amplificador y distintos micrófonos.
Su nombre ya no pasó desapercibido. En realidad, su apodo lo volvió una celebridad en su vecindario: "DJ Focus" lo llaman. "Me dicen así por mi enfoque y persistencia para hacer inventos", explica.
Durante Innovate Salone, un desafío nacional de innovación realizado en secundarias de Sierra Leona, David Sengeh, estudiante de doctorado del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) puso los ojos en él. Se dio cuenta de que se trataba un joven adelantado y, encima, autodidacta.
El investigador no lo pensó dos veces. Invitó a Kelvin, que nunca había estado a más de 15 kilómetros de su casa, a contar su historia a estudiantes e ingenieros de distintas puntos de Estados Unidos. Una de esas universidades fue el MIT. Con apenas 17 años -el más joven en la historia- participó de su programa de visitantes; dos semanas en las que participó de talleres y le dio un enfoque más científico a su inventiva espontánea.
Pocos meses después, el joven recibió la propuesta para liderar una iniciativa de una compañía canadiense para proveer de energía solar a Sierra Leona. Un proyecto que buscaba establecer una red de paneles solares con wifi para llevar electricidad a los sitios más recónditos de su país.
Hoy, con 21 años, Kelvin se mudo a Canadá para estudiar ingeniería porque cree que la innovación puede cambiar el mundo. "Todos podemos hacer un cambio. Cuando empecé no tenía recursos. Me tuve que impulsar a mí mismo", dice. "Mi mamá es la razón de mi inspiración. Quiero volver y ayudar no solo a ella, sino a toda mi comunidad".
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