Cuando tenía nueve años, le diagnosticaron hiperquinesia. No era para alarmarse, pensaron. Le recetaron dos medicamentos y siguió con su vida normal hasta que, un día, una maestra notó que Matías a veces no entendía, no escuchaba lo que le decía, que incluso se mareaba. De inmediato se comunicó con la madre del chico.
Hoy Matías Perazzo tiene 25 años y cuenta que todavía le cuesta cursar las materias de Psicología en la UBA, que después de varios años, se le hace "pesado" entrar a un aula llena y tener que sentarse en el fondo y no escuchar. Es que después de aquel llamado, fue con su mamá al otorrino y, con el correr de los meses, su problema auditivo fue aumentando. En realidad, lo que tenía era hipoacusia neurosensorial bilateral progresiva que los propios remedios habían ocasionado.
A los 13 años lo equiparon con audífonos que tramitó con la obra social que tenía su familia entonces. "Fue muy duro para mí crecer y darme cuenta de que cosas tan básicas como las reuniones sociales no las iba a poder tener. No iba a poder salir a bailar porque me tenía que cuidar de los ruidos fuertes", le dijo a Infobae.
Durante su infancia, su discapacidad lo acomplejó. Se aisló. Se refugió en el falso confort de la distancia porque las situaciones sociales lo incomodaban. Sus interlocutores pensaban que se hacía el "tonto" cuando no les entendía y les pedía dos o tres veces que repitieran lo que habían dicho.
"Ahora tengo como pequeños 'tips' para entender lo que me dicen, como leer los labios o tratar de acercarme a donde el sonido no es tan difuso aunque, por ejemplo, la televisión suele hacer acople con mis audífonos y si no pongo subtítulos, a veces no escucho. Cuando hay ruido de fondo ahí sí que no escucho nada", detalló.
Cuando terminó la secundaria, dudó en anotarse en la facultad. No tenía recursos más que para la universidad estatal. Ya en ese momento vivía con sus padres y su hermano menor en una casa modesta, sin un espacio para estudiar, en José León Suárez. Tenía miedo porque creía que la UBA era para "cerebritos" y que a él no le iba a dar la cabeza.
Matías evaluó sus posibilidades y se decidió por arrancar Psicología por su empatía, porque creía que podría ayudar a quienes lo necesitaran. Cinco años después, tiene 28 materias aprobadas y espera recibirse en el primer cuatrimestre del año que viene. Su gran rendimiento académico pese a las contrariedades, le valió uno de los premios Eudeba que reconoce el esfuerzo en la dificultad a quienes perciben la beca Sarmiento.
"Me gusta poder aprender cosas nuevas sobre el comportamiento, cosas que sé que pueden ayudar a las personas, cosas que no se saben. Es muy valioso poder atender a un paciente y que de llegar angustiado se vaya aliviado", comentó Matías. El joven trabaja como acompañante terapéutico para ayudar en el hogar y colabora como tutor de las Becas Nicolás Avellaneda, una manera simbólica, dice, de retribuir a la universidad parte de lo que le dio.
Estudiar y trabajar al mismo tiempo le costó el "doble". Lo obligó a cursar menos materias, lo hizo descuidarse en algún parcial. El viaje desde la facultad al trabajo es otro problema. A veces tiene que hacer malabares para llegar en horario. Su discapacidad auditiva también le sigue molestando. Cuando está engripado no escucha ni una palabra, a veces falta y a veces trata de leer cada frase que dicen sus profesores. Matías, igual, lo tiene claro: "No bajo los brazos. Le pongo tantas fichas al estudio porque quiero un futuro mejor".
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