Conducir por la autopista 60, la principal vía que atraviesa Cisjordania de norte a sur, se asemeja mucho a un viaje inmobiliario. Los laterales de la carretera están plagados de carteles en hebreo que ofrecen “dos últimos apartamentos en Mitzpe Levona” o “su próxima casa en Ofra” y prometen que “la hierba puede ser más verde” vista desde una villa en Tzofim. Son tiempos de auge para los colonos israelíes, que están ganando tierras, influencia militar y poder político.
La guerra en Gaza los ha envalentonado. El gobierno de coalición de Benjamin Netanyahu depende de los partidos apoyados por los colonos para formar una mayoría en el Parlamento, lo que les confiere una enorme influencia sobre el desarrollo del conflicto y, algunos temen, un poder de veto sobre cualquier alto el fuego. Mientras tanto, los combates han acelerado la creciente influencia de los colonos sobre el Ejército y han servido de cortina de humo para nuevas apropiaciones de tierras en Cisjordania. En palabras de un alto cargo del gobierno: “Con todo el mundo distraído, el año pasado por las protestas sobre la reforma legal y ahora por la guerra, hemos hecho cosas sin precedentes por los asentamientos”.
“Es como un periodo de milagro”, dijo Orit Strock, ministra encargado de los asentamientos y miembro del Partido del Sionismo Religioso, de extrema derecha. “Me siento como alguien que ha estado esperando en el semáforo y entonces llega la luz verde”, agregó.
Strock se dirigía a los residentes de un puesto situado al sur de la ciudad de Hebrón. Es uno de los asentamientos cuya expansión el Gobierno israelí autorizó en junio. Los nuevos incluirán 5.295 casas en 2.965 acres.
Desde 2022, el Gobierno también ha “legalizado” la planificación de puestos que no había reconocido anteriormente. Paz Ahora, una ONG israelí que supervisa la construcción de asentamientos, afirmó que esto equivale a la mayor apropiación de tierras en Cisjordania desde que se firmaron los Acuerdos de Oslo entre Israel y los palestinos en 1993.
El consenso entre los expertos en derecho internacional es que todos los asentamientos israelíes en Cisjordania son ilegales en virtud de la Cuarta Convención de Ginebra, que prohíbe a los países trasladar población a zonas ocupadas. El Tribunal Internacional de Justicia subrayó esta opinión en julio.
Israel no está de acuerdo y afirma que el estatus de la tierra es “controvertido” y que, en cualquier caso, tiene asociaciones judías que se remontan a milenios. En la actualidad, alrededor de medio millón de colonos ocupan partes de Cisjordania. Otros 200.000 viven en barrios de Jerusalén, al este de las fronteras de 1967, que Israel se anexionó formalmente.
Algunos de esos asentamientos se construyeron con la aprobación o el estímulo del gobierno de turno. Otros han surgido desafiando a los dirigentes del país. Pero la postura del Gobierno actual es inequívoca. Además del Ministerio dirigido por Strock, que canaliza fondos estatales a los asentamientos, el líder de su partido, Bezalel Smotrich, también colono, es ministro de Finanzas de Israel y responsable de gran parte de la administración no militar de Cisjordania en el ministerio de Defensa.
No todos los colonos pertenecen a la comunidad ideológica nacional-religiosa que considera que vivir en Cisjordania forma parte de la misión sagrada de ocupar el antiguo corazón bíblico judío. Muchos son simplemente israelíes laicos o ultraortodoxos que han aprovechado los precios más bajos de la vivienda en los grandes barrios urbanos cercanos a la frontera de 1967.
En muchos de los planes para una solución de dos Estados, estos asentamientos seguirían formando parte de Israel. Pero los asentamientos más pequeños en las profundidades de Cisjordania, cuyos miembros chocan con los aldeanos palestinos vecinos, son casi todos religiosos y, por tanto, consideran que su presencia allí forma parte de su deber de impedir la creación de un Estado palestino en Tierra Santa.
Esa misión es cada vez más violenta. La violencia de los colonos en Cisjordania ha aumentado bruscamente desde el ataque de Hamas a Israel el 7 de octubre. El 26 de agosto, colonos armados atacaron una pequeña aldea palestina al sur de Belén. Fueron seguidos por soldados israelíes. Un palestino de 40 años murió y otros tres resultaron heridos.
El 15 de agosto, colonos armados atacaron la aldea palestina de Jit, incendiaron casas y coches y mataron a un hombre de 22 años. Netanyahu los condenó pero los residentes locales afirmaron que había soldados israelíes presentes durante el ataque y que no intervinieron durante algún tiempo. Según Naciones Unidas, se trata del undécimo asesinato de un palestino a manos de colonos desde que comenzó la guerra en Gaza el 7 de octubre.
La creciente violencia de los colonos ha obligado a los palestinos a huir de varios pueblos pequeños en zonas remotas de Cisjordania mientras que sólo ha habido un puñado de detenciones de los responsables.
Según funcionarios israelíes, desde el nombramiento de Itamar Ben-Gvir, colono líder del partido Poder Judío, como ministro de Seguridad Nacional, la policía israelí se ha mostrado reacia a realizar investigaciones contra la violencia de los colonos. Inclusive, se pidió al Shin Bet, la agencia de seguridad interna de Israel, que investigara el asesinato de Jit pero las fuerzas del orden israelíes y sus agencias de seguridad trabajan con objetivos contrapuestos.
La policía, bajo el control del Gvir, se mantiene al margen; el Shin Bet dedica importantes recursos a prevenir lo que su director, Ronen Bar, denominó “terror judío” en una reciente carta a los ministros. La Fiscalía de Israel sólo ha empezado a investigar los ataques a palestinos con cierta seriedad porque al Gobierno le preocupa que los aliados occidentales impongan sanciones a los colonos.
Los generales israelíes parecen preocupados. El general de división Yehuda Fuchs abandonó en julio su puesto de jefe del Mando Central de las Fuerzas de Defensa de Israel, así como su cargo de gobernador militar efectivo de Cisjordania, con un fuerte discurso en el que acusó a los colonos de permitir que una “minoría” se dedique a “actividades criminales ultranacionalistas”. “Al amparo de la guerra y la ansia de venganza”, están “aterrorizando a civiles palestinos que no suponían ninguna amenaza”, sostuvo entonces.
Pero incluso en medio de tales advertencias, muchos soldados participan en esta violencia mientras llevan su uniforme y utilizan las armas que les proporcionó el Estado. Algunos lo hacen mientras están fuera de su servicio, pero muchos colonos sirven en batallones de “defensa regional”, destacados en Cisjordania, y se los ha visto participando en ataques contra palestinos mientras cumpliendo su turno.
Los colonos son una parte cada vez más importante de las Fuerzas de Defensa de Israel. Bnei David es la primera academia premilitar de Israel. Se creó en el asentamiento de Eli en 1988 y ofrece formación religiosa y militar. Desde entonces, miles de sus alumnos se han alistado en las fuerzas armadas israelíes. Sus graduados han sido asesores militares de Netanyahu.
Los colonos de Cisjordania sólo representan el 5% de la población israelí pero están muy representados en las unidades de combate de las FDI y van ascendiendo poco a poco. El nuevo general del Mando Central vivió de niño en un asentamiento y estudió en la academia del Eli.
Ron Shapsberg, un oficial del ejército que hace un seguimiento de la influencia de los sionistas religiosos en el ejército, dijo que “están bien educados, ideológicamente motivados y mentalmente fuertes, y están diseñando una revolución silenciosa”.
Están cambiando el carácter del ejército más poderoso de Oriente Medio, antaño predominantemente laico. Esto puede verse en la guerra que se libra en Gaza, donde muchas unidades celebran oraciones antes de entrar en combate y los soldados adornan sus trajes de combate con parches que representan el antiguo templo judío de Jerusalén o la palabra “Mesías”.
El movimiento de los colonos ha sufrido reveses desde 1967. Los asentamientos construidos en el Sinaí fueron desmantelados cuando Israel firmó la paz con Egipto y evacuó la península a principios de la década de 1980. Los Acuerdos de Oslo firmados en 1993 dieron a la Autoridad Palestina un control limitado en Gaza y partes de Cisjordania.
Pero el mayor trauma de los colonos fue la “retirada” del verano de 2005, cuando Israel abandonó por completo de la Franja de Gaza y desalojó a más de 8.000 colonos que vivían allí. Para éstos, el dolor de lo que aún llaman “el destierro” persiste.
Hoy, en Gaza, los soldados han erigido pancartas de “¡Hemos vuelto!” en los emplazamientos de aquellos puestos de avanzada desmantelados.
Para la mayoría de los israelíes, la guerra de Gaza es una tragedia pero muchos colonos lo ven de otra manera.
“Para este movimiento, que históricamente ha visto el sionismo secular como el preludio de un proceso mucho más amplio de redención divina, la guerra ha llegado en un momento fortuito, cuando se encuentran en un pico inesperado de su poder político”, explicó Tomer Persico, experto en pensamiento judío contemporáneo del Instituto Shalom Hartman de Jerusalén. “Para ellos es una señal celestial, un milagro”, agregó.
Netanyahu ha insistido repetidamente en que su gobierno no tiene intención de reconstruir los asentamientos en Gaza y que la presencia de Israel allí es estrictamente por motivos de “seguridad”. Pero ministros de su gobierno han asistido a concentraciones en las que se pedía la expulsión de la población palestina de Gaza y la construcción de ciudades judías allí.
Daniella Weiss es una veterana colona que apoya esas políticas y, al igual que hace medio siglo en Cisjordania, sostuvo que “primero hubo bases de las FDI y luego llegamos nosotros y colonizamos la tierra”.
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