Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, Rusia ha sido invadida. En la ocasión anterior, las tropas ucranianas del Ejército Rojo ayudaron a repeler el asalto nazi en la provincia rusa de Kursk. Ahora son los ucranianos los que avanzan por el mismo terreno. El ataque sorpresa de Ucrania, que comenzó el 6 de agosto, es audaz y osado, y podría cambiar la narrativa de la guerra. También es una apuesta que podría salir terriblemente mal.
Desde el punto de vista moral y legal, Ucrania tiene todo el derecho a llevar la lucha a Rusia. Todo Estado tiene derecho a defenderse, y ese derecho no se detiene en la frontera. Rusia está librando una guerra de conquista no provocada en Ucrania y ha llevado a cabo miles de ataques contra la región ucraniana de Sumy desde el otro lado de la frontera en Kursk. Las tropas, el equipo y las bases que permiten esos ataques son objetivos legítimos.
La ofensiva ucraniana en Kursk ya ha logrado algunos éxitos. Sus fuerzas han atravesado la región, han ocupado decenas de asentamientos y han tomado cientos de prisioneros. Esto ha tenido tres efectos inmediatos. Uno es levantar la moral en el país, que necesitaba un empujón: el ejército ucraniano está a la defensiva en la región del Donbas y su contraofensiva del año pasado fracasó. El segundo es mostrar a los socios internacionales que Ucrania puede recuperar la iniciativa. Es alentador que Estados Unidos y Alemania, entre otros, hayan indicado que no les molesta que sus armas se utilicen en suelo ruso.
El tercero es exponer las vulnerabilidades de Rusia. Vladimir Putin utilizará la incursión para reforzar su gran mentira de que Rusia está librando una guerra defensiva contra Occidente. Pero también se suma a la evidencia de que la imagen cuidadosamente construida de fuerza y control de Putin es hueca. Pensó que podría conquistar Ucrania en unos pocos días en 2022, pero dos años después todavía no lo ha hecho. Cuando su ex chef encabezó una marcha amotinada durante gran parte del camino hacia Moscú el año pasado, las tropas rusas se mantuvieron al margen. Cuando Ucrania invadió Kursk, los civiles locales no resistieron.
Con todo, la táctica de Ucrania también entraña graves riesgos. Seguramente, Ucrania espera que su ofensiva en Kursk aleje a las fuerzas rusas del Donbas, aliviando así la presión sobre las asediadas tropas ucranianas allí, pero hay pocas señales de que Rusia haya retirado muchas tropas del frente. Y esto tiene un efecto recíproco: Ucrania también ha desviado muchas de sus mejores fuerzas del Donbass hacia Kursk. De hecho, Rusia ha seguido avanzando en el este de Ucrania desde el 6 de agosto; ahora está a menos de 13 kilómetros de Pokrovsk, una importante encrucijada.
Ucrania debería tratar de cosechar los frutos políticos de su éxito en Kursk sin extenderse demasiado. Sus líneas de suministro pronto se verán limitadas. Rusia está empezando a contraatacar. Si Ucrania sufre grandes pérdidas de hombres y equipos en las próximas semanas, esto podría acelerar sus reveses en el Donbas y, al mismo tiempo, revertir la sensación de impulso acumulada en la última semana. Una ocupación ambiciosa sería un error, aunque conservar algún territorio defendible en Kursk como moneda de cambio para futuras conversaciones podría ser sensato.
Kursk también ofrece una lección más amplia para los socios de Ucrania. Una buena defensa a veces requiere ataque. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia siguen prohibiendo a Ucrania utilizar sus misiles de largo alcance en suelo ruso. Algunas restricciones están bien: por ejemplo, no se deben utilizar misiles occidentales contra instalaciones nucleares rusas, pero no se debe exagerar el riesgo de escalada. Es perverso que a Ucrania no se le permita atacar bases aéreas rusas desde las que los aviones lanzan bombas planeadoras para devastar ciudades ucranianas y matar a sus soldados. Las fuerzas rusas que violan de manera flagrante y criminal las fronteras de Ucrania no deben esperar refugio tras las suyas.
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