Cómo el régimen loco de Maduro se aferra al poder

Las negociaciones entre bastidores buscan facilitar su salida tras su derrota electoral

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Nicolás Maduro, al perder apoyo político y popular, se refuerza sobre las armas de los militares
Nicolás Maduro, al perder apoyo político y popular, se refuerza sobre las armas de los militares

Para ser un hombre que supuestamente ha ganado las elecciones, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, parece preocupado. El llamativo chándal que lució durante gran parte de la campaña ha sido sustituido por un solemne traje de negocios. Parece irritable y agotado en sus repetidos desplantes televisivos en los que despotrica contra enemigos “fascistas”. Días después de unas elecciones amañadas, sigue sin estar claro si podrá mantenerse en el poder.

El problema de Maduro es que le han pillado. Todo el mundo, desde el ejército hasta sus antiguos aliados latinoamericanos de izquierdas, sabe ahora lo impopular que es. Una abrumadora mayoría de venezolanos votó en su contra el 28 de julio. Aunque impidió que la líder más popular de la oposición, María Corina Machado, se presentara a las elecciones, perdió por una amplia mayoría. Un ex diplomático poco conocido, Edmundo González, se presentó como suplente de Machado. Ambos colaboran estrechamente.

Que Maduro reconozca su derrota depende de tres factores interconectados. El primero es el malestar interno. El segundo se refiere a los intentos de Brasil, Colombia y México de mediar conjuntamente en una solución entre la oposición y el régimen. (The Economist habló con varios diplomáticos con conocimiento de las negociaciones, que pidieron permanecer en el anonimato). La disposición del régimen a participar en las conversaciones depende de un tercer factor: la lealtad de las fuerzas armadas.

Empezar por los manifestantes. La oposición ha intentado demostrar que las elecciones fueron robadas recogiendo actas, los recibos individuales que imprime cada máquina de votación. A pesar de los esfuerzos concertados para impedirlo, los voluntarios sacaron actas de contrabando, en algunos casos metiéndoselas en los calzoncillos. En total, la oposición recogió cuatro quintas partes de las actas impresas y las puso en línea. Muestran que González obtuvo más de 7 millones de votos, frente a los escasos 3 millones de Maduro.

Cuando Maduro fue declarado vencedor por el consejo electoral, que él controla, estallaron las protestas. Al menos 24 personas murieron. Maduro presume de haber detenido a más de 2.200 personas. Dice que no puede presentar las actas porque el sistema informático electoral fue objeto de un “golpe de Estado cibernético criminal” en el que participó Elon Musk, el propietario de X, antes Twitter. El régimen apuesta a que los manifestantes no aguantarán mucho tiempo la represión.

De momento, la oposición sigue siendo asombrosamente valiente. Bajo amenaza de arresto, Machado se ha escondido. Sin embargo, en un mitin celebrado en la capital el 3 de agosto, una figura envuelta en una capucha blanca se subió a un camión y se mostró de repente. “Venezuela será libre pronto”, proclamó Machado ante una multitud de decenas de miles de personas. Tras el discurso, se fundió en el tráfico a lomos de una moto.

Mientras tanto, las potencias extranjeras intentan mantener la presión. En los meses previos a las elecciones, Estados Unidos suavizó las sanciones impuestas a Venezuela, dando así su apoyo a la votación. Su papel abierto es ahora limitado. Ha reconocido a González como ganador, aunque no ha llegado a reconocerle como presidente electo. Podría volver a imponer sanciones, pero éstas han sido ineficaces para provocar un cambio de régimen en Venezuela.

Una fuente alternativa de presión podría provenir de los gobiernos de Brasil, Colombia y México. Los líderes izquierdistas de estos tres países han mantenido estrechas relaciones con Maduro. La esperanza es que esto les dé más influencia. Están impulsando una estrategia doble: conseguir que el régimen publique los resultados detallados de las votaciones y entablar conversaciones directas entre la oposición y Maduro. Los presidentes de los tres países han pedido una “verificación imparcial” de los resultados, aunque no está claro qué se entiende por imparcial.

Su tarea es endiabladamente difícil, entre otras cosas porque la estrategia tiene lagunas y el trío está menos unido de lo que parece. Por un lado, no se ha fijado ningún plazo para que el régimen presente pruebas sobre el recuento de votos. La demora favorece al régimen, que espera a que decaiga el ímpetu de la oposición. En teoría, el próximo presidente tomará posesión el 10 de enero.

Tampoco se ha avanzado mucho en las conversaciones. “María Corina nos ha dicho claramente: ‘¿Para qué voy a negociar resultados electorales si el pueblo venezolano ya ha decidido?”, afirma un funcionario extranjero implicado en las negociaciones. El régimen tampoco está muy dispuesto. Una de las ideas es excluir a Machado de las discusiones, ya que González es más aceptable para el Gobierno. Sin embargo, otro observador admite que se trata de “un esfuerzo casi desesperado”.

Aunque se organice una reunión entre los bandos rivales, los objetivos siguen sin estar claros. Una fuente afirma que Estados Unidos ha dicho que si Maduro dimite “le daremos lo que quiera”, incluida la promesa de no pedir su extradición. Sin embargo, la fuente admite que es poco probable que Maduro dimita a menos que se le presione. Otros sugieren que las partes podrían intentar compartir el poder durante un tiempo y luego celebrar nuevas elecciones. La oposición se opondría con razón.

Ni siquiera está claro si los líderes de Brasil y México creen que Maduro ha perdido. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, conocido como Lula, ha expresado su confianza en la capacidad de los tribunales venezolanos, repletos de partidarios del régimen, para verificar los resultados y ha calificado las elecciones de “normales”. El gobierno de México parece aún más reacio a condenar el fraude. Las fracturas entre poderes externos contrastan con el Gobierno de Maduro, que está “muy unido en este momento”, según el funcionario que participó en las conversaciones.

La indulgencia de ambos países con Maduro puede reflejar presiones internas. El Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, que forma parte de la base de Lula, se apresuró a felicitar a Maduro y a denunciar a la oposición como “fascista”. Un ala de Morena, el partido gobernante en México, también quiere felicitar a Maduro. Un ex diplomático mexicano afirma que el embajador de su país en Caracas simpatiza con Maduro. Es “un activista muy izquierdista”, añaden.

Las presiones internas también pesan sobre el presidente de Colombia, Gustavo Petro. Colombia ya acoge a 2,9 millones de los casi 8 millones de emigrantes venezolanos que han huido de la tiranía y el colapso; Petro está negociando la paz con grupos guerrilleros que encuentran refugio en Venezuela. Si el régimen se mantiene, podría echar por tierra las conversaciones y provocar más migración. Pero una inestabilidad prolongada podría hacer lo mismo. Un funcionario colombiano afirma que el Gobierno no romperá las relaciones diplomáticas con su vecino, incluso si Maduro se queda.

En medio de todas las maniobras, una cuestión crucial es cómo cambiarán los cálculos del ejército. Hasta ahora, su cúpula ha defendido ferozmente a Maduro. El 5 de agosto, González y Machado publicaron una carta en la que pedían a las bases del ejército que “estuvieran al lado del pueblo” y prometían que un gobierno de la oposición ofrecería “garantías a quienes cumplan con sus deberes constitucionales”. En respuesta, el fiscal general de Venezuela abrió una investigación penal contra ambos. Desde las elecciones, el régimen ha promocionado a los soldados heridos en las protestas y ha lanzado una campaña en las redes sociales en la que aparece la Guardia Nacional venezolana bajo el lema: “Dudar es traición”.

Por ahora, es poco probable que se produzcan deserciones en el ejército. Las dos potencias extranjeras que más influencia tienen sobre las fuerzas armadas de Venezuela son Rusia, que le suministra armas, y Cuba, que ayuda a dirigir su inteligencia. Ambas son aliadas incondicionales del régimen. La abultada cúpula militar se beneficia del capitalismo de amiguetes de Maduro. Maduro ha advertido repetidamente al ejército de que tiene mucho que perder si le abandona. El futuro de Venezuela depende de si los soldados le creen.

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