Según una encuesta realizada este año por el Comité Internacional de Rescate (irc), organización que ayuda a refugiados de todo el mundo, un 74% de los ucranianos afirma haberse separado de un familiar cercano a causa de la guerra.
Anna Gorozhenko, escritora de novela histórica, y su hija Yara, que entonces sólo tenía siete años, huyeron del avance ruso y abandonaron su casa en un suburbio de Kiev en febrero de 2022, justo después de que comenzara la guerra. En virtud de la ley marcial, los hombres ucranianos de entre 18 y 60 años no pueden abandonar el país salvo con un permiso especial, por lo que tuvieron que dejar atrás al marido de Anna, Alex.
Encontraron refugio en la ciudad inglesa de York, donde una familia local los acogió. Anna pudo encontrar trabajo y Yara prosperó en el colegio con un nuevo grupo de amigas. Con el tiempo, Anna vio cómo fracasaban los matrimonios de muchos de sus amigos refugiados; pero Yara, todavía asustada, se negaba a volver a Ucrania, aunque fuera de visita. Así que Anna tomó la difícil decisión de regresar a Ucrania el pasado septiembre, dejando a Yara en Yorkshire, en una pequeña casa que alquiló en el pueblo de Poppleton, al cuidado de su suegra, la abuela de Yara, que dejó su hogar en Ucrania para ocupar su lugar.
De una población de unos 40 millones de habitantes antes de la guerra, unos 6 millones de ucranianos, en su mayoría mujeres y niños, se han refugiado en el extranjero. Otros 3 millones o más se han visto desplazados internamente por los combates, algunos desde 2014, cuando comenzó la guerra en Donbás y Rusia se anexionó Crimea ilegalmente. Padres y hermanos ancianos están aislados en los territorios ocupados; madres y padres que sirven en el ejército son desplegados durante meses. Como el ejército se ha visto desbordado por las nuevas ofensivas rusas, las vacaciones en casa se aplazan a menudo.
Lo que los ucranianos han empezado a llamar “la Gran Guerra” está ya en su tercer año. Para familias como las de Anna, Alex y Yara, hay que tomar decisiones incómodas, un tira y afloja a menudo imposible entre la geografía y las consideraciones financieras, y entre la educación y el bienestar de los niños y el amor.
Anna, ahora de vuelta en Kiev, no está segura de haber tomado la decisión correcta. Yara ha cambiado en los siete meses que lleva sin verla. “Ya no llora”, dice Anna. “Creo que intenta ser fuerte. Siente que ahora tiene que ser la cabeza de familia, cuidar de su abuela, traducir para ella”. Anna se vuelca en su trabajo; para Alex también es difícil. “A los siete años Yara era una niña pequeña, ahora es casi una adolescente”. Cuando llama su padre, Yara suele decir que está demasiado ocupada para hablar.
Hay cientos de miles de historias similares. Para los muchos padres separados de sus hijos, los años de videollamadas no compensan la falta de contacto físico cotidiano.
Oleksiy (prefiere que no se utilice su apellido), entrenador de kitesurf en Kherson antes de la guerra, se alegró al principio de que su pareja, de la que estaba separado, se llevara a Chicago a su hijo pequeño, Yan, que ahora tiene seis años. Pero lleva casi tres años sin verlo. “Lo veo crecer a través del teléfono”, dice Oleksiy. “Ahora habla inglés. Me invento juegos para él, como una universidad de Spiderman en la que tiene que completar ciertas tareas, como un cierto número de saltos. Pero es una lucha. Es un agujero negro. Es el mayor dolor, más que el dolor de estar bajo ocupación, la guerra o cualquier otra cosa”.
Los soldados en activo pueden viajar fuera del país, pero los permisos necesarios suelen ser complicados de conseguir. Denys Kulikov, psicólogo militar, afirma que, después del miedo a la muerte, la separación familiar es la segunda causa más común de angustia psicológica. “Afecta a la moral de los soldados: se sienten infelices, tristes, deprimidos”, incluso con tendencias suicidas. Ha visto casos en los que los soldados están “tan disgustados por no haber podido ver a su hijo durante tanto tiempo y no poder salir del país, que se enfadan tanto por no obtener el permiso, que dejan de querer obedecer órdenes”.
En el frente, los soldados intentan mantener relaciones lo mejor que pueden a través de conexiones intermitentes por Internet con sus familias. Kulikov dice que los padres suelen hacer videos de animales, gatos de trinchera, el perro mascota de una unidad, incluso pájaros y ratones, para aportar un poco de ligereza a sus mensajes. A menudo, dice, las madres solteras que sirven en el ejército renuncian y vuelven a casa. (Los padres solteros pueden desmovilizarse y las mujeres constituyen el 30% del ejército). Es una dolorosa ironía, dice, que “la principal motivación de un soldado sea proteger a su familia y mantenerla y, al mismo tiempo, el principal problema para ellos cuando sirven es que no pueden ver a sus familias”.
Las mujeres viajan cada vez más de un lado a otro de sus países de acogida y de Ucrania para visitar a sus maridos, parientes y hogares, afirma Joanna Nahorska, portavoz del IRC. Unos 4,6 millones de los que huyeron en 2022 pueden haber regresado ya de forma permanente. Los ucranianos en la UE se acogen a su directiva de protección temporal, que en general les da acceso a los mismos derechos y servicios que a los ciudadanos de la UE. Aunque esta directiva se ha renovado periódicamente y es válida al menos hasta marzo de 2026, no se han encontrado soluciones más duraderas; es una vida en el limbo. Es una elección imposible, dice Nahorska: “¿Sigues en el extranjero, viviendo en una disonancia cognitiva entre dos países, o intentas volver y vivir una vida normal, entre apagones y alertas aéreas?” tiempo, el principal problema para ellos cuando prestan servicio es que no pueden ver a sus familias”.
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