Uruguay es rico, estable e igualitario. Según las clasificaciones internacionales, es el país más feliz de Sudamérica. Sin embargo, su tasa de suicidios -número anual de suicidios por cada 100.000 habitantes- es más del doble de la media de América Latina y el Caribe. El año pasado, en este país de 3,4 millones de habitantes, 823 personas se suicidaron, la cifra más alta registrada y un aumento de casi el 50% desde 2010. ¿Por qué?
A primera vista, esta situación es desconcertante. El desempleo está solo ligeramente por encima de la media regional y ha descendido desde 2020. La delincuencia violenta, que puede estar relacionada con los suicidios, ha aumentado mucho en los últimos años. Pero sigue siendo menos frecuente que en muchos estados vecinos, y el suicidio ya era inusualmente frecuente antes de que aumentara la tasa de homicidios.
Sin embargo, si se profundiza un poco más, Uruguay empieza a parecerse a un ejemplo extremo de un patrón conocido. En todo el mundo, las personas con mayores factores de riesgo de suicidio son los hombres mayores que viven en zonas rurales. Este grupo se encuentra especialmente bajo presión en Uruguay. El país tiene una de las poblaciones más envejecidas de Latinoamérica, con un 15% de sus habitantes de 65 años o más. Los jóvenes dedican mucho menos tiempo al cuidado de familiares mayores que en otros lugares de la región, afirma Ana Machado, de la Universidad de la República en Montevideo, la capital. Muchas personas mayores sufren soledad. El acceso a los cuidados paliativos también puede ser desigual.
Además, los tabúes culturales hacen que los uruguayos se muestren reacios a hablar de salud mental. De los hombres, en particular, se espera que sean estoicos. Representan casi el 80% de los suicidios del país, con un riesgo desproporcionado para los mayores de 60 años. La tasa de suicidio de los hombres uruguayos triplica la media regional.
Todo ello ha resultado fatal en un contexto de despoblación rural. La tasa de suicidios en Montevideo era de 18 por 100.000 habitantes el año pasado. Pero subió a 38 por 100.000 habitantes en Treinta y Tres, 36 en Lavalleja y 34 en Soriano. Los tres son remansos agrarios cuya población rural se ha reducido a la mitad en las últimas tres décadas. El Gobierno quiere distribuir antidepresivos gratuitos a través del sistema público de salud. Pero las pastillas por sí solas no bastan cuando las propias provincias se están muriendo.
© 2023, The Economist Newspaper Limited. All rights reserved.