"La naturaleza es sabia" es una frase repetida, multiplicada. Puede ser un lema abusado, un concepto cansado o el efecto natural de una historia que comenzó hace dos décadas en Costa Rica. Es la materialización de un enunciado que de tantas veces pronunciado pierde su contenido. La naturaleza fue sabia para alterar un paisaje sin una acción directa del hombre. Las consecuencias del fenómeno prometen ser foco de investigación para la conservación de los ecosistemas naturales de los bosques tropicales amenazados.
El plan comenzó en 1997. Daniel Janzen y Winnie Hallwachs, científicos de la Universidad de Princeton, le propusieron a un fabricante de jugo de naranjas en Costa Rica una oportunidad: ceder terrenos linderos a las inmediaciones del Área de Conservación de Guanacaste al parque nacional con el permiso de desechar la cáscara de las naranjas sin costo alguno en pos de su biodegradación. Mil envíos de camiones transportaron doce mil toneladas de cáscara y pulpa de naranja a zonas degradadas del parque. Deliberadamente arrojaron sus desechos sobre el área estéril como parte de un experimento científico.
En los primeros seis meses el contenido descartado en el terreno se había convertido en un espeso suelo franco arcilloso. Los residuos orgánicos ricos en nutrientes habían impactado de manera instantánea en la fertilidad de la tierra. Las pruebas eran prometedoras, pero la demanda judicial de una compañía rival frenó el proceso. TicoFruit acusó a Del Oro, la firma que había acordado desprenderse de las cáscaras de naranja en suelos degradados, de haber "contaminado un parque nacional". La Corte Suprema de Costa Rica le dio entidad al reclamo y el experimento fue cancelado.
No así los efectos de la recomposición del suelo. Durante quince años, las cáscaras de naranja actuaron en silencio: convirtieron el suelo árido en un frondoso bosque de densos y exuberantes viñedos. Timothy Treuer, coautor del estudio y estudiante de posgrado en el Departamento de Ecología y Biología Evolutiva de Princeton, viajó en 2013 a ver la evolución del proceso que la Justicia no pudo detener. La sorpresa fue tal que el investigador debió acudir dos veces porque no encontraba el campo desolado. Sobre él había crecido una selva viva. "Estaba tan completamente cubierta de árboles y vides que ni siquiera podía ver la señal de más de dos metros que estaba a sólo a pasos de la ruta. Necesitábamos estudiar algunas métricas realmente sólidas para cuantificar exactamente lo que estaba sucediendo y para respaldar lo sorprendente que era la diferencia entre las áreas fertilizadas y las no fertilizadas", reveló Treuer.
Los científicos hallaron dentro la zona estudiada un aumento de 176 por ciento en la biomasa aérea. Compararon las tres hectáreas afectadas con un pastizal que no había sido abastecido por las bondades de las cáscaras de naranja y el resultado fue significativo. El terreno experimental presentaba un suelo más rico con una amplia diversidad de especies arbóreas que, además de regenerar un bosque, secuestraron una gran cantidad de carbono negativo. La explicación de este fenómeno aún no tiene razón científica. "Sospecho firmemente que se dio una cierta sinergia entre la supresión de la hierba invasora y el rejuvenecimiento de los suelos muy degradados", respondió Timothy Treuer.
La reconstrucción y reconversión del ecosistema inspiró ahora dos vías de estudio para los investigadores. En simultáneo, mientras examinan cómo el área pasó de ser una zona infértil a un bosque de espeso follaje, desarrollan iniciativas para emular el proyecto experimental de conservación en otras latitudes. "El mejor legado", sentenciaron los autores de un estudio al que titularon "la naranja es el nuevo verde".
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