Un gobierno lleno de ministerios discute en estos días con misterio la eliminación, o degradación o fusión o el eufemismo que se elija, de algunos de ellos. Cual si fuera uno más -y quizás para algunos de los decisores sí lo sea- el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable integra extraoficial la lista de los nominados. El único argumento es la eficiencia, o dicho de modo más explícito, el achicamiento de algunos presupuestos para cerrar la brecha del déficit fiscal.
Fusionarlo con Ciencia, como si se tratara de una disciplina académica más, proponen algunos. Asociarlo con Turismo, remedando aquella arcaica idea de que como dentro de la Ecología operan los parques nacionales y los parques nacionales llevan turistas, entonces poco hay para cuestionar esa opción. Llevarlo nuevamente a la jefatura de gabinete, donde estuvo años bajo la falsa idea de que dicha ubicación geográfica le daba más estatura que a una Secretaría de Estado sin aquella bendición. Justamente, por una década eso solo sirvió para que el recién llegado jefe de gabinete nombrase al frente de Ambiente a algún amigo o colaborador, sin reparar en la idoneidad o formación para ese cargo.
Haber creado por primera vez un ministerio supone una decisión y no un arrebato. Supone también un efecto simbólico: iniciar la era en que la Argentina, el país de Sudamérica más atrasado institucionalmente en la materia, instaló la condición necesaria -mas no suficiente- para enfrentar uno de los problemas estructurales más graves que enfrenta al país. ¿Retroceder de ese logro puede ser tarea de un burócrata ocupado en recortar presupuesto?
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