La magia de los cuentos de fantasía es inspiradora. Un elemento fascinante y frecuente en su misma medida como el árbol, cuna de incontables inspiraciones, fue el núcleo de una obra que fusiona la ciencia con la naturaleza y infecta un aire místico. El "árbol Frankenstein" es también el "árbol de las cuarenta frutas", un manifestación artística que aboga por la preservación del medio ambiente y transmite un compromiso científico.
O como lo calificó Sam Van Aken, responsable de la escultura: "Yo lo veo como una obra de arte, un proyecto de investigación y una forma de conservación". Su ambicioso plan es crear "el árbol de las cien frutas", aunque antes se detuvo en certificar el impacto de su obra cumbre. Su primera invención es un árbol capaz de producir 40 diferentes drupas o frutas de hueso, entre los que se destacan ciruelas, damascos, cerezas y duraznos. La asociación directa con Frankenstein la concibió al advertir cómo ramas injertadas podían crecer en otros árboles. Este proceso biológico le sugirió la creación no de un monstruo, sino de una obra de arte de calidad científica y artística.
A su trabajo, el profesor estadounidense de la Universidad de Syracuse lo denomina "escultura a través de injertos". Cada recurso se construye a partir de técnicas de injertado, donde el artista realiza sutiles cortes en el tronco a los que incorpora una rama nueva. Tras zanjar la herida, la abertura se cicatriza y la rama continúa su ciclo de vida creciendo junto al tronco. Este desarrollo permite que la fruta se cultive en áreas que de otra manera no admitiría este tipo de árbol.
El artista escogió frutas con carozo –como la cereza y el durazno– porque son diversas y compatibles. Y añadió ajo y menta para mantener alejados a los ciervos.
Cada ejemplar demora cinco años en desarrollarse lo suficiente para insertar los 40 injertos que lo componen. El resultado, aún prematuro, será un espécimen colorido, multifrutal y absolutamente extraordinario. Su primera realización, que exhibe como testimonio de su experimento, se conserva en un perfecto estado. Durante las épocas de frío simulará ser un árbol usual, pero con la llegada de la primavera descubrirá sus flores, tiñéndose de pintorescos tonos blancos, rosados y pasteles. Van Aken lleva plantados 16 árboles, el primero data de 2011, en estados como Arkansas, Kentucky, Maine, Massachusetts, Nueva Jersey, Nueva York y Pensilvania.
Para la realización del proyecto con profundos ribetes artísticos no intervinieron técnicas complejas, componentes químicos ni experimentos de laboratorio. El procedimiento es absolutamente natural. Estos frutales mágicos son hijos de árboles nativos, herencias y frutas de la antigüedad. Su fuente es un huerto de la Estación Agricultural Experiment Station de Nueva York -de más de 150 años-, que fue recuperado por el profesor al enterarse que iba a ser demolido. La razón de este salvataje natural era aprovechar la información genética que permanecía en una huerto de frutas añejas, exóticas y en peligro de extinción que dieron vida posteriormente a este árbol híbrido.
"Quería que el árbol interrumpiera y transformara la cotidianidad", reveló Van Aken. "Cuando el árbol florece inesperadamente en colores diferentes y observás los distintos tipos de fruta colgadas de las ramas, no sólo cambia la forma en que lo ves, sino que cambia la forma en que se perciben las cosas en general", amplió el responsable de una creación sin precedentes, que aspira a alterar los paradigmas modernos.
Su propósito principal es conservar la biodiversidad de las variedades nativas de los Estados Unidos. Considerarlo un proyecto horticultural sería minimizar un proceso creativo, escultural, la manipulación de un material vivo con sentidos conservacionistas y artísticos. Una inspiración que proviene desde la ingenuidad de los más mágicos relatos de ficción.
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