Por estar a la vanguardia para la época, por ser ambiciosas, por la historia que guardan, por los detalles y sistemas constructivos, Gabriel Wajnerman, Javier Goldenberg, Julio Oropel, Jorge Muradas y Lucas Terra Brandes seleccionaron grandes obras arquitectónicas argentinas. Se trata de edificios emblemáticos, de distintos puntos del país, que sentaron precedente y componen nuestra cultura e identidad.
Gabriel Wajnerman, arquitecto y profesor de la Universidad Nacional de Tucumán y de la Universidad Politécnica de Madrid
Investigar, enseñar, hacer y aprender en un predio paradisíaco, con praderas, cañadas y lomadas verdes, pintorescas, meditativas. Acompañado por preceptos del movimiento moderno que incursionaba en Latinoamérica, sometidos a la escala dominante del paisaje. Esas eran las bases del ambicioso proyecto de la Ciudad Universitaria, de 1947, en las yungas tucumanas. Comprendía dos áreas; una en cumbre del Cerro San Javier (1.200 mnsn) y otro, Horco Molle (en la base del cerro), unidas por un funicular de 2.5 kilómetros que en 9 minutos hubiese trepado la montaña, además de un lago artificial. Fue impulsada por Descoles, y respondía a la tendencia de unificar instituciones universitarias en un solo ámbito físico, alojando alumnos y profesores, tales como La Sorbona (Francia), Oxford (Inglaterra) o Harvard (Estados Unidos), pretendiendo ser un polo de atracción nacional. Se llegó a construir la tercera parte del primer block de viviendas masculinas, quonsets, y 33 viviendas en la base del cerro. Fueron diez años de obra que luego quedaron paralizadas en el gobierno de facto del 55. El proyecto fue elaborado por docentes mágicos del Instituto de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de Tucumán, Vivanco, Caminos y Sacriste. Un ideal trunco. Hoy, es una estructura de hormigón, abandonada. Una pieza monumental en el verde paisaje, parte de nuestra herencia cultural, de un sueño que no fue. Visitada por arquitectos del mundo, junto con los activistas del trekking que se aventuran a trepar restos de moho y vías de funicular.
Elijo, también, la casa de Francisca Bazán de Laguna de 1760, más conocida como “Casita de Tucumán” o “Casa Histórica”. Se trata de una casa tradicional a patios, donde se juró la independencia de las Provincias Unidas del Sur el 9 de Julio de 1816. Casa de retratos de congresales y personas trascendentes de nuestra historia como joven país. Casa de muros blanqueados sobre adobe, vigas de madera trabajadas a mano una por una, tejas, de baldozones rojos, de grandes patios con árbol, galería, aljibe, farolas y horno de barro. Casa de voces, de discusiones, de ecos, y voces de libertad de la patria grande.
Por último, destaco el Edificio Altamira en altura de viviendas, del 2001, en la ciudad de Rosario. Fue proyectado por Rafael Iglesia, reconocido como unos de los mejores arquitectos que dio la Argentina y el mundo. Es una tesis doctoral construida, acerca de la tipología de vivienda (bajando del ascensor a galerías abiertas, espacios unificados, luminosos, blanco y madera) y del equilibrio estructural. Es elegante, blanco, silencioso, con un juego de vigas de hormigón, que se apoyan entre sí, jugando, desafiando la gravedad y el equilibrio. La postura radical del proyecto, consiste en relacionar el interior con el exterior, a través de los vacíos que este juego de piezas permite. Una obra maestra, digna de visitar y fotografiar.
Javier Goldenberg, arquitecto y dueño del estudio Hermanos Goldenberg
Voy a resaltar dos obras, entre centenares que han influido y siguen haciéndolo en mis proyectos, porque cada día les encuentro algo nuevo que me inspira. Se trata del Edifico Estuario del estudio Baudizzone Lestard, Diaz, Varas y el Edificio Panedile I de Mario Roberto Álvarez en colaboración con Aslan y Ezcurra. Estos edificios comparten las mismas inquietudes me planteo a la hora de proyectar: la inserción en el entorno urbano y la elección de la tecnología constructiva. El Panedile I, en Capital Federal, construido a mediados de los sesenta, está compuesto por tres edificios, dos de la altura, linderos sobre Avenida del Libertador que cierran impecablemente las medianeras, y una torre retirada hacia el fondo de veinticuatro pisos. Este planteo genera un espacio urbano, inédito en su momento, con una planta baja libre ajardinada y con desniveles para acompañar la excelente resolución del parking. Los edificios bajos son dúplex, con un tratamiento de fachada que, a la manera de un courtain wall, incluye elementos tan diversos como vidrios de colores, acrílicos, revestimientos cerámicos, cortinas de enrollar y carpinterías de aluminio. La torre está desarrollada en semipisos hasta la primera mitad. Y la segunda, en pisos completos. Para lograr esta flexibilidad, la estructura portante es perimetral y las losas, resueltas en un sistema de casetonado, solo están interrumpidas por los núcleos de circulación vertical. Esta planta libre permitió realizar puertas de piso a techo, bajo losa en los servicios usando el casetonado, espacios de guardado en las vigas perimetrales, y muchos detalles más. Tal vez, lo más destacable sea el revestimiento de aluminio en forma de loto irregular de los tanques de agua de la torre.
El edificio Estuario está ubicado en la esquina de las calles Reconquista y Rojas (Capital Federal), justo en la bifurcación de Alem, lo que genera un gran retiro que le brinda un emplazamiento y visuales privilegiadas. Continuando de manera radical con las recovas de Alem, se empleó una estructura portante de hormigón exterior a la vista y, retirado de ésta, una estructura vidriada a la manera de un courtain wall, perforado por las vigas que se conectan con el núcleo. Fue construido a mediados de los setenta, y tiene catorce pisos de oficinas, los últimos son dúplex, tres subsuelos y un gran local comercial en planta baja. En un tercer plano, detrás de la estructura y el courtain wall, se aprecia el exquisito trabajo de los sectores de apoyo de las plantas libres, con “ojos de buey” que le dan un aspecto de mayor robustez. Se destacan, también, las increíbles branquias semi vidriadas casi en el límite de la medianera con el lindero sobre la calle Rojas. La continuación de la estructura exterior en los retiros, a modo de coronamiento y cierre, fue un recurso original de este proyecto. Un adorno austero y delicado, para un proyecto abundante en excelentes detalles.
Julio Oropel, arquitecto y diseñador
Destaco la Galería Güemes, en la calle Florida, inaugurada en 1915. En su momento fue el edificio más alto con 14 pisos. Es un edificio clásico, con una torre y un mirador 360 grados restaurado. Después vino la época del hormigón, el edificio Kavanagh, que en una manzana triangular, frente a la Plaza San Martín, cambió totalmente el perfil de la ciudad. Inaugurado en 1936, fue una gran revolución para ese entonces. Obra de los arquitectos Sánchez, Lagos y de La Torre siempre va a ser icónico. Otro edificio emblemático es el de Avenida Corrientes y Leandro Alem, el Comega de 21 pisos. También, el de Banco de Londres, en la city, un edificio brutalista, obra de Clorindo Testa, tal vez su mejor obra, toda de hormigón. Significó un gran cambio en el entorno de bancos y edificios institucionales muy clásicos. El Ministerio de Obras Públicas de La Nación en la Avenida 9 de Julio también marcó una época. Un poco más actual, en Catalinas Norte, el edificio República, construido por César Pelli, en la calle Reconquista, fue el anticipo de Puerto Madero. El edificio de Cancillería Argentina, en Arenales y Esmeralda, un proyecto de larga data que se inauguró recién en los años 2000. Se trataba de una zona de grandes palacios y este edificio irrumpe en contraste con los grandes Palacios (Bosch, Anchorena, Paz). Por su emplazamiento, todos ellos son edificios icónicos que fueron definiendo el paisaje de la ciudad.
Jorge Muradas, arquitecto
El Terraza Palace de Antonio Bonet, en Mar del Plata, construido en 1960, es uno de los edificios que más me atrae. Está invocado frente al boulevard Peralta Ramos y es un fiel exponente del racionalismo. Lo más destacado es su escalonamiento que deriva en terrazas a medida que crece en altura y permite, así, una mayor entrada de luz en cada unidad y un generoso espacio exterior frente al mar. El otro efecto logrado con estos pisos aterrazados es que no produce sombra sobre la playa ya que piso a piso se va alejando de la línea municipal. En la obra se pueden apreciar varios guiños de los postulados de Le Corbusier. Sin ornamentos, cada unidad de grandes superficies acristaladas posee, además, en cada terraza, un parasol. En el hall de entrada podemos ver aún hoy el icónico sillón BKF del cual Bonet fue coautor.
La segunda obra que elijo es el Banco de Londres de Clorindo Testa (asociado con el grupo S.E.P.R.A) referente del Brutalismo, con el hormigón como protagonista. La idea de los autores fue generar un edificio en donde el adentro y afuera se fundieran visualmente. Por medio de una piel de hormigón calada y un curtain wall continuo, se logró el efecto deseado por los proyectistas de integrar el edificio a su entorno como si se tratara de una plaza con techo.
Arquitecto Lucas Terra Brandes
“El edificio Comega fue construido entre 1931 y 1934, dos años antes que el edificio Kavanagh y tres antes que el Rockefeller Center. Se manifiesta, ya desde su acceso y en su hall, una arquitectura depurada, de gran rigor y sistematización en sus paneles de acero inoxidable modulados y montados en seco. Las oficinas anticipan de manera notable el concepto de ‘planta libre’ que dan respuesta a diferentes usos. El acceso se jerarquiza, en un espacio muy reducido, a través de una doble altura, con una carpintería de vidrio que se separa del hall generando un entrepiso. Esta doble altura desde el exterior favorece el giro de la esquina. Quizás, lo más destacable sea el planteo estratégico de su implantación. Los servicios se ubican contra la medianera permitiendo la apertura de un patio hacia la avenida Alem y hacia el río que puede contemplarse desde los pisos superiores, y en particular desde el piso 19, previsto para uso colectivo y de reunión.
Su particular implantación evidencia una gran libertad proyectual y una lúcida lectura del potencial del terreno y su ubicación. Esto favorece al propio edificio y su incorporación al tejido de la ciudad (en contraposición a los perjuicios provocados por la sucesión de códigos y reglamentaciones). Estas características, junto a su gran despliegue tecnológico y sofisticación de detalles constructivos, anticipan a comienzos del siglo XX, a modo de epifanía, una Argentina de una modernidad que fue otra.”
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