1. La Santa Fe, Maschwitz
Calle de tierra, una esquina con historia, una terraza, el cielo de techo y el fuego de abrigo. Locación perfecta de un cuento mágico donde los protagonistas son los comensales. En Maschwitz, provincia de Buenos Aires, desde hace dos años, está La Santa Fe un restaurante que desborda calidez y buen gusto. La protagonista es la terraza donde se está casi como en el living de la propia casa en un clima de mucha intimidad. La madera, la chapa, los objetos vintage y luces tenues se fusionan y conviven en esta escenografía ideada por el diseñador Bobby Rastalsky.
El lugar, original y exclusivo, está pensado para el encuentro entre amigos y eventos privados. La propuesta gastronómica, a cargo de Andrés Alvide, prioriza a productores de la zona para lograr la calidad de los platos y muchos de ellos son cocinados en horno de barro. Siguiendo con el mismo concepto de familiaridad, el cocinero recibe y asesora a sus comensales personalmente todas las noches de viernes y sábados con reserva previa.
2. La Pebeta, Cardales
100 hectáreas, 15.000 árboles, 3.000 frutales, 4 invernáculos y 3 hectáreas de huerta. La propuesta de esta granja orgánica es la panacea para los amantes de la alimentación sana y natural. Todas las comidas son elaboradas con productos sin agroquímicos, ni pesticidas. “Pebe”, su dueño, amante de la gastronomía, quiso compartir su pasión y modo de alimentarse: “Empezamos haciendo un bosque de permacultura y, después, una huerta porque yo quería comer orgánico. Luego compré unas hectáreas más que dan a un río y, ahí, se mudaron Felipe y Natacha, un matrimonio, que son nuestro cocinero y repostera”.
Así, de a poquito, empezaron a hacer sus propios productos (mermeladas, miel, tartas, pan de masa madre) y llegaron los primeros encargos de una manera informal. “Hacemos todo nosotros, y todo se cultiva acá. Usamos, también, nuestros propios hornos. Es como se comía hace 100 años. Los platos se van haciendo y preparando según lo que haya en la huerta”.
En un principio se comía al aire libre, a bajo de los árboles. Hoy, el restaurante funciona en un espacio de grandes ventanales con vista al verde, paredes que combinan el ladrillo y la chapa, aberturas de vidrio repartido y palets de colores. Además, en uno de los ambientes está el almacén para llevar a casa los productos de elaboración propia. El local abre sábados y domingos.
3. Porco, Tigre
Este restaurante de estilo industrial tiene, sin lugar a dudas, el inconfundible sello Rastalsky. Se trata de un galpón con cabreadas y columnas de hierro que el mismo diseñador guardaba para construir su propia casa. Su frente, todo de vidrio, deja ver una gran caldera, protagonista del espacio, que oficia de bodega. Todo el ambiente está organizado de forma tal para que las mesas conserven distancia e intimidad gracias a unas estanterías con objetos vintage. Las paredes y pisos, de madera, conviven armónicamente con alfombras persas y muebles retro. Todos estos elementos logran un clima cálido, con marcada personalidad, en un espacio casi teatral.
La propuesta gastronómica está a cargo de Geremías Bibbo. El cocinero la describió: “La carta de Porco la armé escuchando las 4 estaciones de Vivaldi. Pensé una carta para cada estación del año y, además, la dividí en ‘Flora’ y ‘Fauna’. La idea era usar las frutas, verduras y hortalizas en su mejor momento para que tengan la mayor calidad. Cuando elegimos un producto estacional tratamos de buscarle formas distintas de comerlo”. El chef procura armar platos diferentes y originales y, para eso, durante el día se dedica a experimentar y estudiar los productos de estación. “Para mí la cocina es música. Cada ingrediente es una nota y cada receta es un compás. Soy un intérprete de lo que nos da la naturaleza y busco llevar ese mensaje a la gente e invitar a para probar cosas diferentes”.
Además de la originalidad en el diseño y gastronomía, Porco está en tratativas de convertirse en el primer restaurante que se abastezca de energía solar. “Tenemos nuestros propios árboles y huerta y, ahora, la idea es generar nuestra propia energía”, finalizó. El restaurante abre de martes a sábados desde las 20 horas.
4. Lowell’s Biergarten, Tigre
Palmeras iluminadas, mucho espacio exterior y la vista al Delta. Este bar, sobre el Paseo Victorica, tiene la particularidad de estar en un club de remo, cerca del Puerto de Frutos. Inés Costanzó, arquitecta del estudio Langer Costanzó, explicó cómo diseñaron el lugar respetando su identidad. “En la barra, que es un elemento primordial, pusimos un bote invertido que nos regaló el club como elemento que se destaca. La idea fue armar espacios donde todos estén cómodos: amigos, parejas y familias. Por eso, planteamos lugares versátiles y flexibles que permitan desde ver un partido de fútbol en grupo hasta una salida de a dos".
"Elegimos materiales nobles como la madera y el hierro -explicó- con preponderancia del verde. El espacio exterior es lo más importante. Y la iluminación cumple un papel fundamental para resaltar el verde y darle visibilidad”.
La propuesta gastronómica, además de la cerveza protagonista absoluta, incluye una gran variedad de platos como, por ejemplo, 10 tipos de hamburguesas diferentes. Abre todos los días desde las 18 horas, salvo los sábados y domingos que abre al medio día.
5. Almacén de Flores, Tigre
“Disfrutar de las cosas simples de la vida, una cosecha exitosa, unas florcitas en la mesa a la hora de comer”. Ese es el leitmotiv que llevó a Daniela Rayneli a crear este restaurante que también es un almacén de flores. “Soy paisajista y siempre amé la vida al aire libre y el contacto con la naturaleza. Desde ese lugar creé el almacén.” El proyecto comenzó, hace 20 años, al principio como florería y estudio de paisajismo. Hoy, tiene dos locales: uno en el Barrio Náutico Albanueva, en Tigre y, otro, en San Martín de los Andes.
La sede de la provincia de Buenos Aires se caracteriza por un gran ventanal que mira a la laguna. Se puede comer afuera en un espacio muy amplio con mesas y sillas de madera dura de anchico y lapacho; y sombrillas, tejidas a mano del estudio y tienda de diseño Die Ecke. El interior tiene techos altos a dos aguas, pisos de madera clara, y en las paredes el protagonismo se lo llevan unas estanterías inmensas de madera y hierro oxidado, también de Die Ecke.
Además, tienen una huerta de dónde se extraen todos los ingredientes para la cocina. “Nuestros productos son frescos, elaborados con la mínima manipulación, preparados y servidos en el momento. Toda la panadería y pastelería es artesanal. Hacemos dulces caseros, reducción de aceto balsámico, yogures y granola de elaboración propia y panes de campo, focaccia y multicereal con semillas activadas para la venta. Vendemos, también, flores, plantas especiales, y accesorios para la huerta y el jardín. Rayneli resumió la propuesta gastronómica así: “Nuestra cocina es simple, casera, de producto. Todo lo que usamos es de primera calidad y nuestras verduras son orgánicas".
6. Camino Motor Coffee, Bajo de San Isidro
Matías Ricciardelli es un fanático de los motores. Y eso está a la vista. En el bajo de San Isidro, adentro de un galpón, creó un restaurante que en un principio era el lugar de encuentro con sus amigos y donde compartían, entre otras cosas, sus aventuras sobre dos o cuatro ruedas. El espacio, de grandes dimensiones, fue diseñado por el mismo, y en sintonía con su pasión está lleno de objetos retro, motos, cascos, bicis y murales. El lugar abre de martes a viernes desde las 18 horas y sábados y domingos desde las 10 horas.
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