A pesar del duro momento que vive el campo argentino por los efectos que todavía perduran de la sequía, existen ciertas actividades para las que 2023 es un año de pleno crecimiento. Tal es el caso del sector porcino, que hace más de una década se viene expandiendo en la Argentina y que podría hilvanar 13 años consecutivos con un aumento en su producción.
Según un informe de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), y también en base a proyecciones del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), se espera que la producción de carne porcina crezca en nuestro país un 5% respecto al año pasado y alcance el récord absoluto de 760.000 toneladas, unas 37.000 toneladas más a las obtenidas en 2022.
Teniendo en cuenta que “la Argentina más que duplicó su producción de carne porcina en los últimos 10 años y la multiplicó por 5 en los últimos 20 años”, el trabajo realizado por la entidad marcó que en el primer cuatrimestre de este año se faenaron 2,56 millones de cabezas de porcinos, alcanzando una producción cercana a 240.000 toneladas de carne. “Esto se ubica ya un 7% por encima del mismo período de 2022 y marca un máximo histórico para un primer cuatrimestre de año”, indicó el informe.
“El sector de la producción porcina en nuestro país continúa exhibiendo una gran dinámica, con un crecimiento ininterrumpido en los últimos años. Principalmente apuntalada por la rápida adopción de la carne de cerdo dentro de los hábitos alimenticios de los argentinos, la producción local viene experimentando un notable incremento en las últimas décadas”, plantearon Javier Treboux y Emilce Terré, autores del trabajo.
En lo que refiere a producción, la provincia de Buenos Aires continúa dominando la escena en términos de faena, habiendo sacrificado allí casi la mitad de los animales en 2022. Santa Fe la siguió en importancia con el 19% y Córdoba completó el podio con una participación del 16% del total de cabezas. Si se suma a Entre Ríos, que administra cerca del 5% de la faena nacional, estas cuatro provincias concentran prácticamente el 90% de la faena porcina de Argentina.
Consumo y sector externo
El salto productivo en la ganadería porcina responde a un aumento marcado y constante de la demanda interna, más allá de cualquier estímulo externo. Así, “el consumo de carne de cerdo se incorpora cada vez más a la dieta de los argentinos, reemplazando en muchos casos el tradicional consumo de carne bovina”, destacaron Treboux y Terré, y agregaron que “en los últimos cinco años los argentinos incrementaron un 20% el consumo per cápita de este tipo de carnes, lo que representa una adición de casi 3 kilogramos de carne de cerdo anuales por cada habitante”.
No obstante, “el aumento productivo no alcanza para satisfacer la demanda interna”, por lo que se debió importar entre 30.000 y 40.000 toneladas anuales en el último lustro para satisfacer las necesidades de consumo. Sin embargo, “el gap entre el consumo y la producción se va achicando cada vez más”, teniendo en cuenta que a principios de los 2000, la producción interna alcanzaba a cubrir apenas un 75% de lo que se consumía a nivel local, mientras que en los últimos cinco años este porcentaje alcanza ya el 95% en promedio, lo cual “abre una veta para el desarrollo exportador”, destacaron.
“Con una producción que se acerca a garantizar plenamente el autoconsumo, tímidamente la Argentina comienza a mirar a los mercados de exportación”, sostuvieron los especialistas, quienes manifestaron que con excepción del año pasado, las exportaciones venían mostrando un incremento lento pero firme, alcanzando un récord en valor y en volumen en el 2020, cuando las mismas llegaron a alcanzar las 41.300 toneladas exportadas por USD 70 millones.
Pero más allá del crecimiento y considerando que durante 2022 las exportaciones argentinas de carne patrocinadores fueron casi nulas, Argentina debió recurrir principalmente a Brasil para atender sus consumos, cerrando con un déficit comercial de US$ 100 millones. No obstante 2023 presenta mejores perspectivas que el año pasado en este aspecto, ya que en el primer trimestre las importaciones cayeron a la mitad que el año previo en el mismo período, mientras las exportaciones crecieron un 40%, permitiendo achicar el déficit comercial de forma considerable.
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