La sequía que sufre gran parte de Argentina sigue haciendo estragos en el campo. Con el tercer año consecutivo del fenómeno climático de “La Niña”, que ocasiona menores lluvias a las normales, la actual campaña agrícola se desarrolla “en las condiciones más secas de al menos los últimos 60 años”, en especialmente en la zona núcleo, indicó la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), lo que provoca “desastres productivos” que golpearán de lleno a la economía.
Si bien las lluvias de las últimas semanas llevaron algo de alivio a algunos puntos de la región agrícola, los recortes en la estimación de producción de granos continúan y pueden seguir empeorando. De hecho, la BCR ajustó negativamente la previsión de cosecha de soja hasta los 34,5 millones de toneladas, que de concretarse sería la peor en 14 años, mientras que la de maíz caería a 42,5 millones de toneladas, la más baja en cinco campañas. A esto hay que sumarle que la trilla de trigo se desmoronó un 50% respecto al ciclo anterior y finalizó en 11,5 millones de toneladas.
“Nos focalizamos en 60 años, porque es el período de tiempo en el cual nosotros tenemos estadística. Podrían ser más”, indicó la analista de la Guía Estratégica para el Agro (GEA) de la BCR, Florencia Poeta. La especialista dijo que la gravedad de esta sequía se debe que se atraviesa “una triple Niña” y a que “los cultivos están peor porque arrastramos los dos años anteriores de déficit hídrico, sumado a que en otoño no estuvo la recarga de agua suficiente para que los cultivos de invierno puedan desarrollarse con normalidad y eso hizo que fallara la cosecha fina”.
Pero no solamente fue un fracaso la cosecha de trigo y cebada; también habrá una muy mala cosecha de soja y maíz, otra de las particularidades de esta sequía. “En los 15 años que tenemos de seguimiento de los cultivos, no tenemos registro de que hayan fallado las dos cosechas, la fina y la gruesa. Esto es lo que más llama la atención de esta campaña. Antes cuando fallaba la fina, la gruesa compensaba o viceversa o había una región que compensaba a otra, pero esto ahora es generalizado”, dijo Poeta.
La especialista detalló el derrotero de la falta de lluvias, las cuales se agudizaron en el segundo semestre del año pasado, provocando el desastre productivo en trigo y complejizando la siembra de soja y maíz. “En septiembre no estuvo la recarga de agua habitual (de los suelos) y a partir de ello, la implantación de la gruesa se dio como se pudo, no en condiciones agronómicas óptimas. A eso se sumó que diciembre fue muy deficitario, en enero se pudo capitalizar algo de agua, pero en febrero, que es cuando entran en etapa críticas los cultivos, va a terminar siendo deficitario y no alcanzan para revertir la condiciones de falta de agua en los suelos ni para cubrir las necesidades de los cultivos tras un ola de calor, sumado a los requerimientos propios de los cultivos”, agregó.
Es por eso que remarcó, como agravante, que “este año no hubo margen de siembra, no se pudo sembrar porque no había agua. Se llegó a sembrar hasta el 20 de enero, lo cual no es óptimo agronómicamente hablando. Entonces, tenemos una variedad de estados en los cultivos porque se sembró tarde, tanto que puede ser afectado por las heladas tempranas. Está todo pendiendo de un hilo”.
Sin agua
Para el meteorólogo Leonardo De Benedictis, la mayor particularidad de esta sequía es que es el tercer año consecutivo en la que se da, lo que generó “una pérdida de humedad que se hizo muy crítica” y aseguró que “de los últimos tres años, se perdió todo un año de agua. Hay zonas donde sólo llovió el 50% de lo que tendría que haber llovido normalmente”.
Según explicó De Benedictis, generalmente los suelos van almacenando agua y si se viene de un año húmedo, “por más que haya una sequía después, más o menos se puede llevar adelante los cultivos, porque hay reserva de agua en el suelo. Pero al ser este el tercer año consecutivo, no hay reservas, las napas están demasiado abajo y las raíces de los cultivos no llegan. Toda esta situación hace que no solo sea que hay pocas lluvias, si no que no hay agua en ningún lado”.
Es por eso que el especialista insiste en que si bien “lo climático fue malo, las condiciones del suelo no colaboraron en nada, porque se fue gastando en estos tres años todas las reservas que había, nunca hubo recomposición de agua”, por lo que pensar en una pronta salida de esta situación parece imposible. Si bien se espera para finales de marzo y abril que se normalice el régimen de lluvias, marcando así el final de La Niña en la región, “esta situación con suerte se podría recuperar recién en la primavera o verano si son meses buenos en lluvias. La recuperación de los perfiles no se va a dar en el corto plazo. Recién en primavera podríamos hablar de una situación mucho más benévola”.
Por último, en lo que concierne a las mermas en la campaña de trigo y a las pérdidas esperadas en soja y maíz no son consecuencia de la sequía, sino que los extremos en las temperaturas que se vivieron también tuvieron su cuota en el desastre productivo. Así, De Benedictis sostuvo que “las presencias de heladas como los golpes de calor en las últimas dos campañas tuvieron sus efectos en lo productivo”.
Impacto
Por supuesto, la caída productiva que se dará tendrá su impacto por el lado de los ingresos, tanto para el sector como para la economía del país en general. La Bolsa de Cereales de Buenos Aires (BCBA) espera en este sentido volúmenes de producción un poco más elevados que la BCR (38 millones de toneladas de soja y 44,5 millones de maíz), por lo que sumando las mermas ya ocurridas en trigo y cebada esperan un impacto en la actividad agroindustrial “del orden del 23 al 30% respecto a la campaña pasada”, indicó el economista de la BCBA, Ramiro Costa.
“En términos de divisas, la agroindustria podría reducir sus exportaciones en USD 14.000 millones, sin descontar un resultado aún peor si las condiciones continúan siendo adversas”, dijo Costa. De hecho, la entidad calculó que de continuar la sequía y de producirse heladas tempranas, el impacto en los cultivos se profundizaría y la caída en los despachos al exterior podría caer hasta los USD 18.300 millones”.
“La caída de la producción de granos implica una reducción de las exportaciones, de la recaudación impositiva vinculada al sector, y de su aporte al PBI. Poniendo en contexto las dimensiones de estas pérdidas y, considerando las últimas proyecciones del FMI sobre el PBI de Argentina para el año 2023, en términos de la economía en su conjunto la pérdida actual se estima en un 1,4% del PBI, pudiendo alcanzar el 2%; mientras la caída del 2017/18 fue de 0,9 del PBI”, advirtió Costa.
Además, planteó que más allá del impacto en la economía, uno de los sectores más perjudicados es el sector productor, con importantes caídas también en los distintos eslabones de la cadena agroindustrial. Dada la importancia del sector en las distintas regiones, también se verá reflejado en la demanda de otros bienes y servicios que producen otros sectores en las distintas ciudades de nuestro país.
Ahora bien, comparándola con las dos últimas grandes sequías, Costa señaló que en términos de caída de la producción, la estimación actual es la peor en 5 años asemejándose a la sequía de 2017/18 (-22 millones de toneladas), pero que si la sequía se profundiza, la caída sería la peor en 14 años, alcanzando a la ocurrida en 2008/09 con una caída de más de 27 millones de toneladas.
“En términos de caída de producción, la estimación actual es la peor en 5 años” (Costa)
Si bien en la campaña 2008/09 las pérdidas superan en volúmenes a las hasta ahora registradas en el ciclo actual, los pisos de rendimiento también eran menores; “si se utilizará en 2022/23 “la tecnología usada hace 14 años atrás , los impactos serían aún mayores”. Esta diferencia con la sequía de 2017/18 no se da en el ámbito productivo, pero sí en las mermas en valor de la exportaciones. Entonces, las pérdidas cuantificadas por la BCBA fueron de USD 5.374 millones, pues los precios internacionales de aquel momento eran sumamente menores a los actuales.
De hecho, el año pasado, debido fundamentalmente al impacto de la guerra en Ucrania, el campo y el sector agroindustrial aportaron más de USD 55.200 millones en exportaciones, un verdadero récord, superior casi 8% al valor del año previo, pese a una baja del 6% en el volumen comercializado. Los peores golpes ocurren cuando coinciden malas cosechas y bajo precios internacionales.
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