El dato de inflación de marzo fue un duro golpe para el Gobierno y su “guerra” contra el flagelo. Según el Indec, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) escaló 6,7%, el salto mensual más importante en 20 años, y acumuló en solo tres meses una suba del 16,1%. Desagregando por rubros, el de alimentos y bebidas volvió a ser uno de los que de incremento con un 7,2%, en línea con el 7,5% registrado en febrero.
Por eso desde el Gobierno nacional apuntan a la suba de los commodities agrícolas, impulsados por la guerra entre Rusia y Ucrania, como uno de los principales causantes de la inflación más reciente y, por supuesto, parte del oficialismo señaló al campo y su “especulación” como uno de los grandes culpables, pese a que estudios privados demuestran que la incidencia de las materias primas, como los granos, es pequeña en el precio final de los alimentos.
Más aún, el ministro de Economía, Martín Guzmán, expresó la necesidad de “redistribuir la renta esperada” mediante algún mecanismo en estudio, aludiendo al incremento en los precios internacionales de los granos. Desde el mismo Gobierno el secretario de Agricultura, Matías Lestani, observó días atrás a este medio: “el sector agrícola no pudo capitalizar el concepto de renta inesperada, porque la valuación porcentual de los insumos fue superior al aumento del trigo”.
Ahora bien, más allá de las internas oficiales vale preguntarse: ¿Fue tan importante la suba de los insumos agrícolas y de los costos de producción? ¿Cuál es la “inflación” que sufre el campo? Dos informes de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA) dan un buen panorama al respecto, marcando las subas que tuvieron tanto los cultivos como los principales insumos.
Suba de costos
Si se toma en cuenta los precios de referencia del mercado de Chicago de marzo de 2021 a marzo de este año, el trigo subió 62,8% al pasar de USD 227,08 a USD 369,65, mientras que el maíz creció 32,7% y la soja 12,6%, mientras que si se toma el precio FAS local en pesos, en los últimos 12 meses, la soja ha subido un 69%, el trigo 81% y el maíz 94%, según FADA. En ese mismo lapso de tiempo el glifosato aumentó entre 140% y 180% en dólares, mientras que los fertilizantes, como la Urea incrementó su precio un 170% y el PDA un 155%. El resto de los fitosanitarios tuvieron subas promedio en dólares de entre el 50% al 60%.
A esto hay que sumarle los efectos del atraso cambiario respecto a la inflación, que repercute en un encarecimiento de los costos en dólares. En este sentido, FADA puntualizó que el costo de la cosecha se incrementó un 68,4% en pesos en los últimos 12 meses, mientras que el tipo de cambio oficial sólo subió 19,3%. “Esto significa, que el costo de la cosecha se incrementó un 41,2% en dólares, más de lo que subieron los precios internacionales de los granos. En los fletes es incluso peor, el costo de los fletes aumentó un 47,5% en dólares en el último año”.
En la misma sintonía, Teo Zorraquín, director de la consultora Zorraquín+Meneses, planteó que los costos directos para la próxima campaña, teniendo en cuenta a los herbicidas, fertilizantes, labores y alquileres, alcanzan una suba que va del 30% y 50% según la zona, respecto a la campaña anterior. En este aspecto, remarcó que el precio de los fertilizantes es entre 3 y 4 mayor, el de los agroquímicos 3 veces, y las labores, a partir del atraso cambiario, 2 veces más que el año pasado.
“Si antes hacer un trigo en el suroeste suponían 2.000 kilos por hectárea en costos, hoy para cubrir los mismos se precisan 2.800 kilos”, graficó Zorraquín, y consideró que esta situación “implica un achique en el margen para que te falle la cosecha. El productor queda atado a clima y precios, que es por lo que se sostiene todavía, cuyos valores futuros hoy todavía permiten sembrar”, indicó Zorraquín.
Impacto
Por supuesto que la suba de algunos de los principales insumos proporcionalmente superiores al crecimiento en el valor de los granos tiene su impacto en la producción, que si bien no necesariamente repercutirá en una menor superficie, si podría significar que no continúe expandiéndose las gramíneas o no se haga la inversión necesaria en tecnología para maximizar resultados. O también, según los especialistas, podría potenciarse un nuevo giro a la soja, como principal opción.
Para el economista jefe de FADA, David Miazzo, “cualquier aumento de costos lo que hace es reducir la rentabilidad, pero por suerte viene en un momento de precios internacionales altos que permiten licuarlos de cierta manera. En el caso del trigo, que es lo próximo que se siembra, la suba de los precios de los fertilizantes, pero también de los combustibles, labores, fletes y fitosanitarios, hace que la rentabilidad baje y esto va a hacer que el área del trigo por lo menos no crezca”.
En el caso del maíz, para el cual falta mucho tiempo para su siembra, ya que hace semanas recién se comenzó con la cosecha, el alto impacto que tienen los fertilizantes en el cultivo podría significar una emigración de los productores hacia la soja. “En este caso puede haber una rotación importante de los planes de siembra. El año pasado, cuando se hacían los planes, se pensaba en maíz y que ahora podría pasar a pensarse en más soja. Hoy la situación de los costos más riesgo de abastecimiento de fertilizantes probablemente, de manera temprana, el productor decida hacer soja”.
Por su parte, Zorraquín coincide con Miazzo respecto a que los productores cuentan con la posibilidad de cambiar de “portfolio” de productos, ya que explicó que “las gramíneas precisan una cantidad de urea muy superior a las oleaginosas. Hacer una hectárea de soja cuesta la mitad que hacer una de maíz. En una estrategia más defensiva podría repercutir en hacer más soja”, aunque advirtió que todavía “falta mucho y la decisión no está tomada”.
No obstante, vio como una variable de ajuste ante la suba de costos el uso de tecnología. En este sentido, apreció que “las decisiones que se condicionan con este panorama son no aplicar toda la tecnología que se podría aplicar, sobre todo en lo que respecta a la fertilización”, lo que podría provocar obtener una menor producción.
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