El premio Nobel de Economía 2024, concedido por la Academia de Ciencias Sueca a Daron Acemoglu, James Robinson y Simon Johnson “por sus estudios sobre cómo las instituciones se forman y cómo afectan la prosperidad” generó una módica controversia local en redes sociales.
Juan Manuel Abal Medina, ex jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner (CFK), posteó en la red X: “¿Lo conocerá @JMilei? El nuevo premio Nobel de economía Daron Acemoglu es un defensor del rol del Estado, la democracia y la igualdad, además de un admirador de nuestro maestro Guerrillermo O’Donnell” (sic), generando una catarata de reacciones (cabe acotar que el primer proyecto del politólogo Abal Medina como senador nacional fue, en 2015, instituir el 29 de noviembre como “Día Nacional del Politólogo”, en homenaje a Guillermo O’Donnell, quien murió en esa fecha).
Del mismo modo, Hernán Letcher, quien fue vicepresidente de YPF Litio durante el gobierno de Alberto Fernández luego de que CFK no logró imponerlo como secretario de Comercio en el equipo de Matías Kulfas, dijo: “Se entregó el Nobel de Economía. Obvio, no fue para Milei. ¿Sabes quienes lo recibieron? Tres economistas que dijeron que los países crecen y se mantienen estables gracias a la justicia social, y que perdonándole los impuestos a los ricos se genera más pobreza”.
“Es espectacular que los que rompieron todas las instituciones se quieran subir al bondi de Acemoglu-Robinson”, observó en respuesta a esos comentarios Constantino Hevia, profesor de la Universidad Torcuato di Tella. “Semejante perorata al pedo, para que Acemoglu y Robinson digan que el peronismo es un ejemplo clásico de institución extractiva”.
Acemoglu y Robinson publicaron en 2012, tras enriquecer pacientemente un paper conjunto de 2001, el libro “Por qué fracasan los países”, un volumen de 400 páginas de abundante recorrido histórico y geográfico en el que explican la suerte de los países en términos de la existencia de instituciones inclusivas (en los que prosperan) o extractivas (en los que fracasan). “La riqueza de las Naciones, de Adam Smith, es un clásico imperecedero. Dentro de dos siglos, lo mismo pensarán de Por qué fracasan los países”, fue el enorme elogio que les dedicó George Akerlof, Nobel de Economía 2001 y esposo de Janet Yellen, la actual secretaria del Tesoro de EEUU.
En los países con instituciones extractivas no imperan la ley ni el orden, los derechos de propiedad son endebles y la existencia y calidad de los mercados está limitada por barreras en beneficio de una elite
Instituciones inclusivas, explicó el propio Acemoglu en la Guillermo O’Donnell Lecture que dio en 2015 en la Universidad de Notre Dame, EEUU, donde el eminente politólogo argentino fundó y dirigió el Kellog Institute for International Studies, son aquellas en donde imperan la ley y el orden, los derechos de propiedad son seguros, el Estado provee bienes públicos y regula de modo adecuado los mercados, el acceso a estos es relativamente libre, se respetan y hacen cumplir los contratos y los ciudadanos tienen acceso a la educación.
Por qué fracasan los países
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En los países con instituciones extractivas, en cambio, no imperan la ley ni el orden, los derechos de propiedad son endebles y la existencia y calidad de los mercados está limitada por barreras de entrada, diseñadas por y en beneficio de una elite política y económica (“casta”, diría el actual léxico oficialista).
Acemoglu y Johnson, a su vez, publicaron en 2023 “Poder y Progreso”, un libro sobre “nuestra lucha de 1.000 años por la tecnología y la prosperidad” y en el que abordan cuestiones como el cambio climático y la inteligencia artificial.
Ahora bien, ¿qué escribieron Acemoglu, Robinson y Johnson sobre la Argentina, el peronismo, el estado argentino, China, el bitcoin, el cambio climático, la inteligencia artificial? He aquí algunos pasajes extraídos de sus obras y de una entrevista de Infobae.
1- Sobre la Argentina y el peronismo
En “Por qué fracasan los países” los autores reiteran la frase de Simon Kuznets de que para los economistas existen cuatro tipos de países: desarrollados, subdesarrollados, Japón y la Argentina. El viejo premio Nobel pensaba así, recuerdan, “porque en la época de la primera guerra mundial, Argentina era uno de los países más ricos del mundo. Después empezó un declive constante en relación con otros países ricos (…) y en los ‘70 y los ‘80 se hundió completamente”.
Según Acemoglu y Robinson, “a primera vista, el resultado económico de Argentina es desconcertante, pero las razones de su declive se hacen más claras cuando se miran a través del cristal de instituciones inclusivas y extractivas”. Es cierto, dicen, que antes de 1914 el país gozó de 50 años de desarrollo económico, “pero era el ejemplo clásico de crecimiento con instituciones extractivas”.
El país, afirman, “era dirigido por una reducida élite que invirtió decididamente en la economía de exportación agrícola. La economía creció con la exportación de carne vacuna, pieles y cereales en medio de un boom del precio mundial de esos productos. Como todas las experiencias de crecimiento con instituciones extractivas, esto implicó que no hubiera ni destrucción creativa ni innovación. Y no era sostenible. En la época de la primera guerra mundial, la inestabilidad política creciente y las revueltas armadas provocaron que las élites argentinas intentaran ampliar el sistema político, pero esto condujo a la movilización de fuerzas que no podían controlar, y en 1930, se produjo el primer golpe militar. Desde entonces y hasta 1983 Argentina fue alternando entre dictadura y democracia, y entre varias instituciones extractivas. Hubo una represión masiva con el dominio militar, que alcanzó su punto máximo en los ‘70s con, como mínimo, 9.000 personas y probablemente muchas más ejecutadas ilegalmente”.
Durante los gobiernos civiles, agregan Acemoglu y Robinson, “hubo elecciones y en cierto modo, hubo democracia, pero el sistema político estaba lejos de ser inclusivo”.
Sobre el peronismo en particular, el libro destaca: “desde el surgimiento de Perón en los años ‘40, la Argentina democrática había estado dominada por el partido político que él creó. Los peronistas ganaron elecciones gracias a una enorme máquina política, que logró comprar votos, repartiendo clientelismo y participando en casos de corrupción, como contratos del gobierno y trabajos a cambio de apoyo político. Era una democracia, pero no era pluralista. El poder estaba altamente concentrado en el Partido Peronista, que se enfrentaba a pocos límites respecto a lo que podía hacer, como mínimo, durante el período en el que los militares se contuvieron y no lo apartaron del poder”.
Incluso si Argentina tiene elecciones y gobiernos elegidos popularmente, el gobierno es bastante capaz de anular derechos de propiedad y expropiar a sus ciudadanos con impunidad
Acemoglu y Robinson ven tanto rupturas como continuidades de Perón a Menem y el kirchnerismo. “En los ‘40, Perón había cultivado el movimiento obrero como base política. Cuando se debilitó debido a la represión militar en los años ‘70 y ‘80 su partido simplemente pasó a comprar votos a otros. Las políticas e instituciones económicas estaban diseñadas para dar ingresos a sus partidarios, no para crear igualdad de oportunidades. Cuando Menem se enfrentó a un límite de mandato que impedía reelegirlo en los ‘90, fue más de lo mismo; simplemente tenía que reescribir la Constitución y deshacerse del límite de mandato. Como muestra ‘el corralito’, incluso si Argentina tiene elecciones y gobiernos elegidos popularmente, el gobierno es bastante capaz de anular derechos de propiedad y expropiar a sus propios ciudadanos con impunidad. Existe poco control sobre los presidentes y las élites políticas de Argentina y, sin duda alguna, no existe pluralismo” (el libro, cabe recordar, fue publicado en 2012).
Los autores ven al peronismo como un caso de populismo latinoamericano. “La democracia que emerge en América Latina -escribieron-, es en principio diametralmente opuesta al gobierno de la élite y, en retórica y acción, intenta repartir derechos y oportunidades como mínimo de un segmento de la élite, pero sus raíces están firmemente ancladas en regímenes extractivos en dos sentidos. Primero, las desigualdades persistentes durante regímenes extractivos que hacen que los votantes de nuevas democracias emergentes voten a favor de políticos que tienen políticas extremas. No se trata de que los argentinos sean ingenuos y piensen que Juan Perón o políticos peronistas más recientes como Menem o los Kirchner son altruistas y defienden sus intereses, o que los venezolanos vean su salvación en Hugo Chávez, sino que muchos argentinos y venezolanos reconocen que los demás políticos y partidos durante tanto tiempo no les han dado voz, no han proporcionado los servicios públicos más básicos, como carreteras y educación, ni los han protegido de la explotación por parte de las élites locales”.
Son las instituciones extractivas subyacentes las que hacen que la política sea tan atractiva y tan parcial a favor de hombres fuertes como Perón y Chávez
En definitiva, argumentan, “son las instituciones extractivas subyacentes las que hacen que la política sea tan atractiva y tan parcial a favor de hombres fuertes como Perón y Chávez, en lugar de ser un sistema de partidos efectivo que produzca alternativas deseables desde el punto de vista social. Perón, Chávez y docenas de otros hombres fuertes de América Latina son solamente una faceta más de la ley de hierro de la oligarquía, y, como sugiere el nombre, las raíces de esta ley de hierro se encuentran en los regímenes subyacentes controlados por la élite”.
2- Sobre el Estado argentino
Mucho de lo que Acemoglu y Robinson escribieron en 2012 estaba prefigurado en un libro que habían publicado en 2008, durante el primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, titulado “El corredor estrecho”, ´en referencia al delgado límite entre democracia, demandas populares y emergencia de tendencias nacionalistas y/o autoritarias, de derecha o izquierda.
En un pasaje sobre “tipos de Estado” y usando la figura del “Leviatán” del filósofo político Thomas Hobbbes sobre el Estado, los autores observaban: “Hasta ahora nos hemos centrado en tres clases de leviatanes: ausente, despótico y encadenado. El Estado argentino no parece ser ninguno de ellos. No está ausente: existe, tiene leyes complejas, un gran ejército, una burocracia”. Incluso, agregaban, “parece funcionar en cierta medida, en especial en la Capital, Buenos Aires, aunque mucho menos en otras zonas”.
¿Qué clase de Estado es el Estado argentino? Una mezcla del Leviatán despótico, que no responde a la sociedad y no es controlado por ella, y un Leviatán ausente, que no puede resolver conflictos ni imponer leyes
No es un Leviatán despótico -aclaraban-, aunque notaban que los burócratas argentinos “parecen no rendir cuentas ni responder ante la sociedad”. Se trata de algo “desorganizado y errático: lejano a la clase de autoridad que el Estado chino utiliza para controlar a su gente. Con frecuencia (los gobernantes) son incapaces de regular la economía o imponer leyes en todo el país (...) Carece de la capacidad estatal que hemos asociado con el Leviatán encadenado y la posibilidad de que la gente influya y controle al Estado”.
En definitiva, se preguntaban: “¿Qué clase de Estado es el Estado argentino?”. Una rara mezcla del Leviatán despótico “en el sentido de que no responde a la sociedad y no es controlado por ella” con “un Leviatán ausente, que no puede resolver conflictos, imponer leyes o proveer servicios públicos”. Un Estado, concluían, que “es represivo, pero no poderoso” y que, producto de su propia debilidad “debilita a la sociedad”.
En 2021, cuando Acemoglu expuso en Buenos Aires en una conferencia internacional organizada por Techint, Infobae le preguntó si la involución económica exponía a la Argentina al riesgo de formas más autoritarias de Gobierno, Acemoglu respondió enfáticamente y volvió a invocar la calidad del Estado
— Sí, absolutamente. Ese es el peligro. ¿Por qué no en Argentina? Venezuela lo hizo. Brasil lo hizo (…) Respecto a lo que es el resto de América Latina en términos de decepción con las aspiraciones de la democracia y con cierta adopción de la economía de mercado, creo que la Argentina no es inmune y no tiene la capacidad estatal y las herramientas que tiene por ejemplo Chile”.
3- Sobre China
En Poder y Progreso Acemoglu y Johnson abundan sobre el desarrollo tecnológico y la competencia económica y geoestratégica entre EEUU y China y desafíos como el cambio climático. En un artículo anticipatorio luego de que en el entonces reciente Congreso del PC Chino Xi Jinping había logrado un tercer mandato y desplazado brutalmente a la vieja guardia, encarnada en su predecesor, Hu Jintao, Acemoglu había planteado dudas sobre el desarrollo chino. Lejos de augurar que seguiría avanzando hacia el liderazgo económico mundial, como predicen otros analistas, afirmó que el régimen chino se estaba “pudriendo desde la cabeza”.
¿Puede una autocracia verticalista superar a las economías de mercado liberales en innovación y crecimiento?, se preguntó, y respondió negativamente.
Entre 1980 y 2019 el PBI chino creció al 8% anual, más que el de cualquier economía occidental y en el siglo XXI aceleró su desarrollo tecnológico con inversiones, registro de patentes, publicaciones académicas y la generación de empresas innovadoras como Alibaba, Tencent, Baidu y Huawei, recapituló Acemoglu. De ese modo, China dio la impresión de una potencia imparable. “Controlaría al mundo gracias a su capacidad para dominar el campo de la inteligencia artificial. Debido a que tiene acceso a tanta información sobre su gigantesca población, enfrenta menos restricciones éticas y de privacidad que los investigadores occidentales y a que el Estado invirtió tanto en Inteligencia Artificial (IA) se decía que China contaba con una ventaja obvia en esa esfera”, listó el autor.
Errores no forzados de Xi Jinping están debilitando a la economía y socavando el potencial innovador chino; y cuanto mayor sea su poder menor será la posibilidad de que alguien se anime a marcárselos
Sin embargo, siguió, “no puede simplemente suponerse que los avances en IA serán la principal fuente de ventajas económicas en el futuro, que el gobierno chino permitirá que continúe la investigación de alta calidad en ese sector, ni que las empresas occidentales sufran grandes limitaciones por las normas sobre privacidad y relativas a datos”.
Además, especuló, la obsesión de control hará que China pague costos. De hecho, mencionó “grandes errores no forzados de Xi que están debilitando a la economía y socavando el potencial innovador chino”. Errores que serían cada vez de mayor envergadura, porque a medida que el poder de Xi sea mayor menor será la posibilidad de que, al rodearse de personas sumisas, alguien se anime a marcárselos.
Hasta principios del siglo XXI, según Acemoglu, China creció basado en enorme inversiones, transferencia de tecnología occidental, producción orientada a la exportación y represión financiera y de salarios, pero ese crecimiento tiene un límite, que Hu Jintao había reconocido en 2012, cuando terminó su mandato. Pero en vez de buscar un modelo más equilibrado, con reformas e incentivos basados en el mercado, Xi priorizó mantener el monopolio político del PCCh aumentando la represión y la censura.
“China pagará un alto precio económico por intensificar el control del régimen”, escribió el Nobel y destacó que luego de las medidas contra Alibaba, Tencent y otras empresas, “las compañías chinas se están centrando cada vez más en mantener el favor de las autoridades políticas en lugar de innovar”. De ahí derivan ineficiencias y problemas, evidentes en el sistema financiero, una capacidad de innovación limitada por el Estado y una menor calidad de investigación académica.
Hasta en el campo de la IA, prioridad científica oficial, los avances de China “están quedando rezagados frente a los de los líderes mundiales de tecnología”, escribió Acemoglu, y concluyó que el endurecimiento del control sobre la ciencia y la economía hará que los problemas se intensifiquen “y, como ocurre en todas las autocracias, ni los expertos independientes ni los medios locales darán su opinión sobre el desastre que puso en marcha”.
4- Sobre el bitcoin
En otro artículo destacado en su momento por Infobae Acemoglu, el más prolífico de los tres Nobel 2024, citó 5 razones espurias del éxito de bitcoin: promesa de ganancias rápidas, ingenuidad tecnológica, “señoreaje” o ganancias del criptominado, demanda del mundo criminal (el bitcoin es la moneda elegida en la enorme mayoría de los casos de ransomware y otros crímenes informáticos) y el que definió como “falso relato” de que el bitcoin y las criptomonedas en general “liberarán” a la humanidad de la “estafa” de los bancos centrales y la “opresión” del Estado.
Las criptomonedas no tienen fundamentos institucionales fuertes, de lo que resultan su fragilidad y volatilidad. Su continuidad, escribió Acemoglu, depende de millones de computadoras que verifican transacciones de modo descentralizado, recompensan a los “mineros” con nuevos bitcoins y consumen una cantidad enorme de energía, lo que en un mundo afligido por el cambio climático debería hacerlas muy poco atractivas.
Es cierto, dice el profesor de MIT, que el rescate a Wall Street por parte la Fed de EEUU en la crisis de 2008 benefició a los bancos a expensas de la gente común y es entendible querer reducir ese poder. Pero lo que llamó el “pueril libertarianismo” de bitcoin y otras especies cripto y su pretensión de presentarse como modernos David contra Goliath, dijo, “es pura fantasía”.
El pueril libertarianismo de bitcoin y su pretensión de presentarse como moderno David contra Goliath es pura fantasía
Además, por malos que sean los bancos centrales, Acemoglu consideró “muy improbable que los gobiernos occidentales produzcan una inflación descontrolada y socaven el sistema monetario internacional”.
Simon Johnson, su coautor en el más reciente “Poder y Progreso”, es sin embargo hiper-crítico de la Fed, al punto de que en una presentación en Nueva York resaltó que en sus primeros 100 años de existencia no solo no evitó, sino incluso facilitó tres grandes calamidades: la crisis de 1929 en Wall Street, que derivó en una depresión económica mundial, la “estanflación” de los años ‘70 y la “burbuja” de los ‘90 y principios del siglo XXI que llevó a la gran crisis financiera de 2008.
De las 3 grandes responsabilidades de los bancos centrales (protección de los usuarios, estabilidad de precios y de la actividad real), la Fed fue “un completo desastre” en la primera y falló en las otras dos, dijo Johnson, partidario de dejar de lado el temor a que algunos bancos son “muy grandes para quebrar” (too big to fail) o de que los banqueros son “demasiado grandes para ir a prisión” (too big to jail).
Johnson apuntó en particular a Alan Greenspan, exchairman de la Fed y admirador de Ayn Rand, suerte de heroína libertaria, por haber reconocido el desarrollo de una burbuja (recuérdese su frase sobre la “irracional exuberancia de los mercados”) pero no haber hecho nada para detenerla a tiempo.
5- Sobre el cambio climático y la IA
En Poder y Progreso Acemoglu y Johnson resaltan la fuerte caída del costo de las energías renovables, incluso por debajo del rango de precios de la producida a partir de combustibles fósiles, algo que de acentuarse puede significar para la Argentina oportunidades -por disponer de “materiales críticos” como el cobre y el litio- pero también un acortamiento de la “ventana de oportunidad” de Vaca Muerta, su más grande recurso energético, en términos de exportación de petróleo y del gas como “combustible de transición”.
Además, ya desde el primer capítulo, titulado “El control de la tecnología”, los autores alertan contra el “tecno-optimismo” y el exceso de expectativas en torno de la IA.
“La idea de que la IA condicionará cualquier aspecto de nuestra vida -siempre para mejor- ya se ha convertido en un lugar común. Conseguirá que la humanidad sea mucho más próspera, sana y capaz de alcanzar objetivos muy loables. Como reza el subtítulo de un reciente libro sobre el tema: ‘La inteligencia artificial lo cambiará todo’. O como dijo Kai-Fu Lee, expresidente de Google China, ‘La inteligencia artificial podría ser la tecnología más transformadora en la historia de la humanidad’“, destacan.
¿Qué ocurre si la principal consecuencia de la IA no es un aumento de la productividad, sino una redistribución del poder y de la prosperidad en detrimento de la ciudadanía y a favor de los individuos que controlan los datos?
Pero, plantean los dos Nobel, “¿Qué ocurre si nos encontramos con una mosca en la sopa? ¿Qué pasa si, a fin de cuentas, la IA destruye el mercado laboral en el que la mayoría nos ganamos la vida y amplía aún más la desigualdad en los salarios y trabajos? ¿Qué ocurre si su principal consecuencia no es un aumento de la productividad, sino una redistribución del poder y de la prosperidad en detrimento de la ciudadanía y a favor de los individuos que controlan los datos y toman las decisiones empresariales importantes? ¿Qué pasa si, al avanzar por este camino, la IA empobrece a los miles de millones de personas que viven en países en vías de desarrollo? ¿Qué ocurre si refuerza los prejuicios existentes, como, por ejemplo, los que inciden en el color de la piel? ¿Y si acaba destruyendo las instituciones democráticas?”.
Según Acemoglu y Johnson, “las pruebas que señalan la legitimidad de estas preocupaciones se acumulan. La IA parece seguir una trayectoria que multiplicará la desigualdad no sólo en los países industrializados, sino en cualquier rincón del mundo. Con la fuerza que le otorga la gigantesca recopilación de datos que llevan a cabo las empresas tecnológicas y los gobiernos autoritarios, la IA está asfixiando las democracias y reforzando las autocracias”, preocupación similar a la que expresó Yuval Harari en su libro “Nexus” y en un reciente artículo de Infobae.
En un paper académico publicado el mes pasado por la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de EEUU (NBER, por su sigla en inglés), Acemoglu avanzó más sobre esos aspectos. En la síntesis de Harms of AI (los “daños” o “males” que haría la IA) alertó que si esa tecnología sigue desplegándose como lo está siendo hasta ahora “puede producir varios daños sociales, económicos y políticos”.
Entre ellos menciona: daños a la competencia, a la privacidad y la libre elección de los consumidores, excesiva automatización del trabajo, que a su vez impulsaría una mayor desigualdad, presionando “ineficientemente” hacia abajo los salarios a la vez que podría no aumentar la productividad. Incluso, añadió, la aplicación indiscriminada de la IA, “dañaría el discurso público, la sangre en las venas de la democracia”.
No hay evidencia conclusiva de que esos riesgos sean inminentes o sustanciales, escribió Acemoglu, “pero es necesario entenderlos antes de que se produzcan y sean más difíciles o imposibles de revertir, precisamente porque la IA tiene un alcance potencial tan amplio”.