Argentina es aquel país donde, lo que sale bien en materia económica, también sale mal. Las relaciones entre variables económicas quedaron distorsionadas a tal punto que incluso la mejor de las noticias en el frente financiero o inflacionario puede terminar convirtiéndose en un nuevo imprevisto, en este caso, para los planes del Gobierno.
La primera constatación de esa particular realidad la tuvo a los pocos días de asumir el ministro de Economía, Luis Caputo, cuando, contra todo pronóstico, devaluó más de lo que el mercado esperaba y aún así la brecha se redujo drásticamente hasta coquetear con perforar 10 por ciento. No ocurrió. Y seguramente tampoco ocurra en los largos meses que quedan hasta abril. Pero ese primer gran e imprevisto éxito se vio opacado con el correr de los días por dos acontecimientos claros. Por un lado, el bono diseñado para los importadores no logró generar atractivo entre las empresas que deberían suscribirlo, entre otros motivos, porque el nivel bajo de la brecha cambiaria le restó atractivo. El primer traspié en su mes de gestión.
Sin embargo, eso cambió en los últimos días. Tras semanas más quieto que lo esperado –¿deseado?–, el dólar financiero reaccionó antes que lo previsto y, si bien no augura en absoluto el éxito del Bopreal (el título para saldar la deuda comercial), el ensanchamiento abrupto de la brecha, ahora en niveles cercanos a 50%, generó la percepción de falta de ancla. Cuestión de expectativas.
Entre los múltiples factores que dieron impulso a ese salto de los dólares bursátiles se encuentra, paradójicamente, una aceleración inflacionaria potente pero, otra vez, menor a la pronosticada. El dato, inevitablemente, llama la atención. La regla de oro es que cuando la inflación se acelera, el dólar o bien la tasa de interés, también suben.
Pues bien, el registro de inflación porteña conocido el lunes estuvo varios puntos por debajo de todos los vaticinios. Pero el efecto fue el mismo efecto: subió el dólar. Difícil de explicar pero la economía argentina todo lo puede. Ocurre que ante la profundidad de la tasa negativa decidida por el Banco Central para licuar sus pasivos remunerados y ante la estabilidad, precaria, de los dólares financieros, el único refugio para los pesos de los inversores en un contexto de alta inflación fueron los títulos que indexan, precisamente, por inflación. Sin embargo, el registro de inflación de la Ciudad de Buenos Aires, que reacomodó las expectativas para el índice que mañana dará a conocer el Indec, motivó a los tenedores de los títulos indexados por CER a migrar al dólar.
Con una brecha que ya comenzó a ampliarse y la perspectiva por delante de una caída de la demanda de dinero, lo que sumará combustible al billete, es de esperar que la huída de los bonos CER hacia el dólar se profundice si el IPC resulta mañana en un indicador por debajo de 25% para el mes pasado.
“Lo que pasó es que salió el dato de inflación de CABA del 21,1% del mes y se esperaba un 30 por ciento. Versus las expectativas, la inflación fue muy baja. Entonces, todo el mundo salió a vender los bonos CER, haciendo que tengan una baja considerable y fueran a comprar todo en dólares”, explicó José Bano, economista y especialista en el mercado de capitales, para quien lo que se vio es “un reacomodamiento muy fuerte en los bonos CER, que despertó al MEP que había estado calmo a finales de diciembre y principios de enero”.
Ese movimiento podría sostenerse en los próximos días. El dato de inflación que mañana difundirá el instituto nacional de estadísticas recogerá, tal como lo hizo la medición porteña, un fuerte salto en el precio de los bienes, cuya suba superó 30 por ciento. Con esa suba se corrigieron, al menos parcialmente, algunas distorsiones de precios relativos. Por ejemplo, la existente entre el litro de nafta y el litro de leche. Pero no todos. Entre ellas, se mantiene el desfase entre la boleta de electricidad y el precio de la pizza. Eso haría, en diciembre y también en enero, que la inflación sea menor a la esperada pero que, de todos modos, el dólar suba.