El presidente electo, Javier Milei, recurre una y otra vez a un traumático antecedente económico argentino al que señala como un escenario posible si no se aplican reformas rápidas y contundentes. El “Rodrigazo”, disparado en junio de 1975, tiene elementos en común con la situación actual si se comparan datos como excedente de dinero y desorden de precios relativos.
Toda una serie de regulaciones sobre los precios de servicios públicos, combustibles, el dólar y muchos otros sectores debió ser interrumpido en forma abrupta cuando las cuentas, y las reservas del Banco Central, dijeron basta. El resulado fue que 1975 quedó en la historia como la primera vez en que la inflación alcanzó los tres dígitos en la Argentina: cerró en 335% y fue aún más alta al año siguiente.
Pero si bien el 4 de junio de ese año fue el día en el que ese enorme golpe a los bolsillos de los argentinos recibió el nombre que quedaría en la historia en referencia al ministro de Economía que lo anunció, Celestino Rodrigo, las condiciones que generaron el estallido se venían gestando desde antes.
Crónica de un programa fallido
El 21 de octubre de 1974 el panorama económico de la Argentina era alarmante. Ese día asumió como ministro de la cartera de Hacienda Alfredo Gómez Morales en reemplazo de José Ber Gelbard. De antemano, el funcionario se sabía condenado. Los salarios tenían un atraso importante -su antecesor se había resistido a dar un aumento del 15%- pero el Pacto Social obligaba a convocar a la Gran Paritaria Nacional y compensar a los trabajadores cada vez que el salario real disminuía el 5%.
A comienzos del año siguiente, la situación empeoró. Los precios al consumidor, por su parte, habían aumentado un 23% en el trimestre marzo, abril y mayo debido a la devaluación -que alcanzó el 50%- y al incremento salarial compensatorio del 40 mil pesos que se había otorgado.
En abril de 1975, entrevistado en el programa de Bernardo Neustadt Tiempo Nuevo, el propio ministro fue lapidario: “Esto así no dura”.
Con José López Rega en su apogeo, Gómez Morales no estaba en condiciones políticas de seguir adelante. El ciudadano común veía como desaparecían de las góndolas los productos básicos. Para encontrarlos debía recurrir al mercado negro donde los pagaría más caros. Los precios subían, día a día. Las colas frente a los mostradores era una cotidianeidad. Las empresas compraban los insumos al contado, porque la Argentina carecía de crédito.
A fines de mayo de 1975 las comisiones paritarias (alrededor de 500) habían terminado las discusiones obrero-patronales, fijando los nuevos convenios colectivos de trabajo; entre otras cuestiones, los sueldos. En realidad debían comenzar a regir el 1º de junio, pero todos se negaban a homologarlos (38 % de ajuste) por temor a quedarse cortos con los precios. Tenían razón. Presentían un terremoto.
Con el público y decidido apoyo de López Rega, el lunes 2 de junio arribó el ingeniero industrial Celestino Rodrigo a la Casa Rosada para hacerse cargo de la cartera de Economía. Como avizorando su futuro llegó desde Caballito en subterráneo.
Dos días más tarde, el miércoles 4 de junio de 1975, dio a conocer su plan, lo que se conoció como “el Rodrigazo” (con los apoyos técnicos de Ricardo Zinn y Pedro Pou): aumentó la paridad del dólar un 100%; la nafta 175%; electricidad 75% y otras tarifas en igual, o mayor, medida. Las góndolas de los supermercados quedaron vacías debido al acaparamiento de los productos. “Si no hiciéramos esto -dijo Rodrigo- la mejor industria del país sería la importación de máquinas para fabricar papel moneda. Mañana me matan o mañana empezamos a hacer las cosas bien”. El viernes 6 de junio la Presidenta María Estela Martínez de Perón anunció un aumento del salario mínimo del 65%: De 2.000 pesos nuevos, ascendió a 3.300.
Los doce días que mediaron entre el 4 de junio (en que se da a conocer el plan) y el lunes 16 (día del encuentro Isabel Perón-Ricardo Balbín) fueron febriles, con la dirigencia sindical rechazando las medidas y la temperatura política en aumento. Además, varios de los actores principales saldrían del escenario. Los sindicalistas Lorenzo Miguel y Casildo Herreras viajarían a Ginebra para participar en las reuniones de la Organización Internacional del Trabajo. El miércoles 11 de junio de 1975, López Rega tomó distancia viajando a Río de Janeiro, con la excusa de estar mal de salud: “La emoción me hace subir el azúcar y el azúcar me está terminando la vida, pero con todo gusto lo haría las 24 horas del día, si supiera siempre que esto sería una forma de expresar al país. Señores, las conversaciones, los versos y las guitarreadas ya no caminan más.”
El lunes 16 de junio por la por la tarde, en Olivos, Isabel Perón se entrevistó con Ricardo Balbín, con las presencias de Alberto Rocamora, ministro del Interior, y el canciller Juan Alberto Vignes, a cargo de la firma del ministro López Rega. La cita duró casi dos horas, en las que el jefe radical expuso casi sin encontrar respuestas de la dueña de casa. Repasó los temas que creía importantes, a saber: la política universitaria; el papel dirigista de la Secretaría de Prensa y Difusión; el drama de la intervención federal de Raúl Lacabanne en Córdoba y, sin nombrarlo, las actividades de López Rega. “El microclima”, como denominó Balbín al espacio de incondicionales que se había creado alrededor de la Presidenta. Meses más tarde se hablaría de “entorno”.
Con respecto al microclima, luego trascendió que, en un momento, el canciller Vignes le dijo al visitante que su visión era “muy pesimista”.
-Su opinión no es la mía... vea, por respeto a la señora no me levanto y me voy -respondió Balbín.
-A la Presidenta la aplauden en la calle..., comentó Vignes.
-Sí, los trescientos que le juntan todos los días cuando sale de la Casa de Gobierno. Pero llévela al cine y que vea si la aplauden cuando aparece en los noticiarios.
Tras observar que la Presidenta no respondía, porque lo hacían sus ministros, Balbín dijo que “el diálogo sin respuesta no tiene sentido. Señora, si no hay cambios, me resultará muy difícil volver”. Dicho esto se retiró.
El 17 de junio, el título de La Razón fue: “Se generaliza el 45%”. En otras palabras, el Gobierno se negó a otorgar aumentos más arriba de éste índice (muchos superaban el 70 %). La UOCRA con su secretario Rogelio Papagno a la cabeza marchó sobre la Plaza de Mayo. Lo mismo hizo el 24 la Unión Obrera Metalúrgica con Lorenzo Miguel quien salió al balcón con Isabel de Perón. Celestino Rodrigo se mostró inflexible a las presiones de la dirigencia sindical.
En junio el costo de la vida se elevó a 21 por ciento y en julio el 35. El viernes 20 de junio, López Rega retornó a la escena oficial. Isabel fue al Aeroparque para darle la bienvenida y por la tarde le organizó un té en Olivos con todos los ministros. Según las crónicas de la época, el ministro de Bienestar Social, dijo: “Mi salud está bien. He retornado con ánimo y fuerza renovadora para darles duro a quienes no quieren colaborar con la Patria y a los que tengan la cabeza dura les vamos a encontrar una maza adecuada a su dureza. El quebracho de la Argentina es muy bueno”.
El lunes 23, López Rega se reintegró a sus funciones. Como era ministro de Bienestar Social y secretario privado (coordinador del gabinete) fue citando a los distintos ministros para que le rindieran informes de sus áreas. El mismo día, un alto funcionario del Palacio San Martín (que no podía ser otro que Juan Alberto Vignes) afirmó al periodista Heriberto Kahn de La Opinión que “el eje de la política exterior argentina pasa en este momento por nuestra relación con Estados Unidos”.
El periodista reveló que en el último encuentro de Vignes con el Secretario de Estado, Henry Kissinger (segunda semana de mayo) el canciller argentino “se esforzó especialmente por lograr que el jefe de la diplomacia norteamericana echara todo su peso encima de los sectores financieros privados de los Estados Unidos, a fin de provocar y acelerar sus decisiones en materia de inversiones en la Argentina. Todo parece indicar que el canciller no obtuvo éxito en esa materia.” Era sólo una expresión de deseos -por decir lo mínimo- del jefe del Palacio San Martín. Olvidó que los empresarios norteamericanos, en esa época, ya realizaban reuniones en Montevideo, Uruguay, por cuestiones de seguridad.
El viernes 27 de junio, columnas obreras llenan Plaza de Mayo reclamando por sus aumentos salariales, con fuertes críticas a López Rega, el centro de todos los insultos.
A mediodía, la Casa Rosada queda al cuidado de la Casa Militar. La señora de Perón se va a almorzar con José López Rega a Olivos. La plaza comienza a llenarse de gente, sus cánticos eran agresivos, pero a nadie se le ocurrió acercarse a la Casa Rosada para entrar o golpear sus puertas. "En esas horas -cuenta Aurelio Martínez, el edecán naval presidencial- desde la residencia me llama López Rega. Estaba con la presidenta al lado, se podía escuchar su voz”.
-¿Qué tal? ¿Cómo esta todo por allí?, me preguntó.
-Mire, acá hay mucha gente y las opiniones están divididas.
-¿Están divididas?
-Sí, la mitad de la plaza lo putea a usted y la otra mitad a (Celestino) Rodrigo.
Al caer la tarde, cuando se acallaron las consignas -“Isabel coraje, al brujo dale el raje”- Adalberto Wimer, en reemplazo de Casildo Herreras, entró encabezando la delegación sindical en Olivos a conversar con la Presidenta. Luego de escuchar las exigencias sindicales, Isabel Perón, en una audiencia televisada en directo a todo el país para amedrentarlos, respondió: “Muy bien señores. Como yo tengo mi opinión formada, ruego que regresen a sus gremios, llevando la seguridad de que el problema queda en mis manos exclusivamente y que, mañana, daré a conocer mi respuesta a todo el país. Eso es todo”.
La respuesta como lo había prometido vino al día siguiente, sábado 28, con un discurso televisado en cadena. Se la veía cansada y nerviosa, rodeada por López Rega y el diputado Raúl Lastiri: “La producción nacional ha decaído. La especulación pareciera no tener límites... durante 18 años de exilio desfilaron ante el general Perón muchos miles de personas de todos los sectores políticos y gremiales del país. Uno de los argumentos más escuchados fue ‘mi general, si usted retorna solucionaremos las dificultades económicas del país trabajando gratis una hora más por día para ayudarlo’ ”. Al despedirse de la audiencia dejó caer una disyuntiva: “Medite el pueblo argentino, serene su pensamiento y luego decida, si toma una vez más el camino de la liberación nacional que lo lleve indefectiblemente al destino de grandeza que merece”.
El martes 1º de julio de 1975, en medio del reclamo sindical y el rechazo del plan económico, con el fin de “facilitar la tarea de la señora Presidente”, el gabinete en pleno presentó la renuncia. José López Rega quedaba como Secretario Privado (luego se explicitó que lo reemplazaba Julio González). En su lugar, en Bienestar Social fue designado Carlos Villone, y se confirmaba a Celestino Rodrigo, Cecilio Conditti (Trabajo), Oscar Ivanisevich (Educación) y Juan Alberto Vignes (RREE). Antonio J. Benítez juró en la cartera de Interior; Ernesto Corvalán Nanclares la de Justicia y Jorge Garrido en Defensa.
Como si no hubiera ocurrido nada, Celestino Rodrigo (Economía) continuaba defendiendo su plan a través de una cruda radiografía de la situación, destacando que había desaparecido la inversión productiva y que no había inversión privada, resaltando que las empresas extranjeras estaban analizando abandonar la Argentina. La polémica se trasladó al Parlamento aquella primera semana de julio. La Cámara de Diputados interpeló al gabinete económico, ante el silencio de la bancada oficialista. Fueron maratónicas sesiones de más de 12 horas.
El viernes 4 de julio se tituló: “Tomará decisiones hoy el Comité Confederal de la CGT” (a la tarde se decidió el paro general a partir del lunes 7). “A un costo de 66 millones de dólares diarios, la crisis político–social continuaba aún sin definiciones”, informó en la tapa La Opinión. Trataba sobre las negociaciones entre los dirigentes sindicales y los miembros del Poder Ejecutivo Nacional. “La incertidumbre en torno de las tratativas secretas... fue correspondida por una virtual paralización de la actividad industrial en buena parte de la Capital, Gran Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Los técnicos del área económica estimaron que la inactividad fabril estaría ocasionando pérdidas diarias del orden de los 66 millones de dólares, acumuladas en la última semana.”
A las 23.20 de ese viernes, el presidente del bloque justicialista, Ferdinando Pedrini, dijo: “En estos momentos se ha decretado un paro general por 48 horas”. Mientras el ministro de Economía, Celestino Rodrigo, se levantaba de la sesión para atender la crisis que se avecinaba, Pedrini les recriminó a los diputados que querían seguir interpelándolo: “Déjenlo que se vaya. ¿Para qué seguir pegándole?”.
La huelga, para exigir la homologación de los convenios paritarios se realizó a partir de las 0 horas del lunes 7, abarcando todas las actividades. Era la primera vez en 30 años que el sindicalismo peronista le hacía un paro a un gobierno de origen peronista. La respuesta del Gobierno no se hizo esperar. Desandando el camino, en la madrugada del martes 8, el ministro de Trabajo, Cecilio Conditti, ratificó las paritarias sin topes y derogó el decreto que previamente las había anulado. Como gesto, la central sindical dispuso que “a efectos de contribuir al fortalecimiento de la economía nacional y particularmente brindar una solución al problema salarial de los trabajadores del sector estatal, proceder a donar al Estado el jornal de un día al mes”. Como era de prever, el ofrecimiento nunca se llevó a cabo.
Finalmente, el viernes 11 de julio, se dio a conocer la renuncia de José López Rega a todos sus cargos. Se dejó trascender que fue con motivo de una fuerte presión de los jefes de las Fuerzas Armadas. Claro, renunciaba a “los cargos oficiales”. Pero, destacándose la “invariable amistad” que la unía con la señora Presidenta, continuó residiendo en Olivos y digitando las audiencias. Mientras los días pasaban, la señora de Perón no se mostraba y los ministros no podían verla.
La Agonía
El miércoles 16 de julio de 1975, La Opinión expresó en su tapa: “Como si una gran torpeza hubiera invadido a todos los sectores, nada de lo que se resuelve queda resuelto, nada de lo que se arregla queda arreglado, nada de lo que se dice queda claro. Y como si un pertinaz delirio hubiera invadido los espíritus, nada de lo que se cree vivir responde a la vida real, nada de lo que se cree posible es una posibilidad real. Una larga agonía. Los salarios fueron estudiados, analizados, discutidos, homologados, anulados, otra vez homologados, decretados, aprobados. Pero la crisis social penetra cada vez más profundamente en el cuerpo de la República. La crisis política fue desarrollada, desatada, discutida, combatida, resuelta. Pero el gabinete sigue sin poder ejercer la administración de los asuntos públicos. No tiene objetivos. No tiene poder. El plan económico no fue otra cosa que un diagnóstico de laboratorio. No hubo plan. Sólo un grupo de funcionarios confundidos, y todo el cuerpo económico de la nación a la deriva. Los argentinos, día a día, tienen conciencia de que el país al que estaban acostumbrados está muriendo. Y no saben qué país, qué vida, los espera. Ni cuánto durará la agonía.”
El viernes 18 julio, los ministros Benítez, Corvalán Nanclares, Garrido e Ivanisevich, insisten en ver a la presidenta. La respuesta fue tajante: la señora les hizo saber que no tenía ningún interés en recibirlos. O sólo lo haría en reunión de gabinete. Se sentían todos los síntomas de vacío de poder.
El 19 de julio, Celestino Rodrigo renunció, poniendo fin a sus 49 días de gestión en el Ministerio de Economía. Previo interinato de Corvalán Nanclares, el 22 juró Pedro Bonani, un ex funcionario de Perón en su primer y segundo período presidencial, vinculado al sector financiero, alejado de la política en los últimos veinte años. Sólo duraría 21 días. Los medios de la época, informaron que tenía un “plan”. Las ideas básicas consistían en congelar los precios y retrotraer todo aumento indebido al nivel del 31 de mayo de 1975; restablecer subsidios a los alimentos; ajuste periódico de salario; nacionalización del comercio exterior; promoción industrial y nacionalización de las empresas estratégicas y creación del Consejo Nacional de Emergencia Económica.
Pedro Bonani aceptó el pedido de tregua por 180 días formulado por la CGT. En ese lapso se suspendían los despidos y las suspensiones laborales. La medida duro poco. A los pocos días, el ministro de Economía propuso crear un seguro de desempleo pero fue rechazado por ser una “solución liberal”. La CGE, además, rechazó la tregua económica porque “condena a la bancarrota a los empresarios, que no son causantes de la situación”. El título de la declaración fue “Empezamos mal”.
Finalmente, Bonani renunció el lunes 11 de agosto. En forma interina, lo sucedió Corvalán Nanclares. Mientras tanto, Antonio Cafiero, el designado por el gobierno para esa cartera, volaba desde Bruselas. Allí era el representante argentino ante el Mercado Común Europeo.