La polémica en torno a la misión y los efectos del Banco Central, que volvió a estar en discusión por el proyecto de dolarización de Javier Milei, comenzó antes de que esta entidad se creara en 1935.
El gobierno militar de Félix Uriburu impulsó el proyecto con la asistencia de dos expertos. Por un lado, el experto británico Otto Niemeyer, director del Banco de Inglaterra y, por el otro, el argentino Raúl Prebisch. La supervisión de ambas miradas, según recordaron Pablo Gerchunoff y Lucas Llach en “El ciclo de la ilusión y el desencanto”, estaba a cargo de Federico Pinedo, quien en 1933 envió al Congreso “una serie de leyes” que combinaban las ideas de Niemeyer y Prebisch pero con un claro predominio del segundo.
Esta discusión era una consecuencia lógica de los efectos de la crisis de fines del siglo XIX en el país y, más cerca en el tiempo, de las consecuencias de la Gran Depresión que estalló en Estados Unidos en 1929 y provocó una crisis global. En la Argentina, llevó a que el gobierno militar que derrocó a Hipólito Yrigoyen implementara un sistema de control de cambios para amortiguar el impacto de este shock externo, según recordaron varios autores.
¿Cuáles eran las diferencias centrales entre ambas iniciativas?. Niemeyer impulsaba una entidad que emitiera billetes, regulara el crédito y las reservas bancarias, mantuviera la estabilidad del peso, actuara como agente financiero y decidiera la aprobación de empréstitos . Se trataba de una sociedad anónima, administrada por particulares para ser “inmune a las presiones del gobierno”. A la vez, admitía que había que pasar de un sistema rígido como la Caja de Conversión creada a fines del siglo XIX a uno más flexible. “No es probable que país alguno que sufre fluctuaciones naturales tan acentuadas en sus actividades económicas como la Argentina pueda soportar por mucho tiempo un ajuste automático tan directo y rígido entre la cantidad de medio circulante y el balance de pagos externo”, indicó Niemeyer.
El británico, nacido en 1873, no contemplaba la asistencia a los problemáticos bancos que funcionaban en la Argentina, según el paper “Challenging a Money Doctor: Raúl Prebisch vs Sir Otto Niemeyer on the Creation of the Argentine Central Bank” de Florencia Sember, investigadora de Conicet y cuyo trabajo fue publicado por Emerald Publishing Limited.
La experta explicó que los mayores desacuerdos entre Prebisch y Niemeyer estaban en el régimen cambiario porque el primero consideraba necesario que el banco central se manejara con control de cambios y el segundo no; además, el primero creía que ya no se volvería al patrón oro y el segundo pensaba que había que fijar el tipo de cambio.
También, discrepaban sobre el mandato y los instrumentos (el primero le daba más discrecionalidad y el segundo pensaba que debía ser muy restrictivo). Además, según Sember, tenían diferencias en torno de la valuación del oro que había en las reservas (el primero lo quería tomar a la par, el segundo al precio del mercado).
“El proyecto de Niemeyer es un reflejo de lo que se consideraban en la época los principios ortodoxos británicos de banca central, que promovían bancos centrales independientes de los gobiernos de sus respectivos países y centrados en el mantenimiento del valor externo del dinero. Los temores a la inflación y a los peligros de la intervención gubernamental eran elementos recurrentes en este enfoque. Niemeyer fue considerado uno de los representantes más emblemáticos del ‘punto de vista del Tesoro’, que era la visión articulada por Winston Churchill”, detalló Sember.
La concepción de Prebisch era un banco que asistiera al gobierno con adelantos transitorios –limitados- y a los bancos como prestamista de última instancia. El economista argentino entendía que, antes de que comenzara el nuevo sistema, había que sanear el anterior “sin tropiezos ni limitaciones”, indicó Mario Rapoport en “Historia económica, política y social de la Argentina”. Eso implicaba la creación de un Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias para sanear las carteras y le daba al Banco Central la función de supervisar a los bancos, mientras que en el caso de Niemeyer solo se los obligaba a presentar un balance sin control alguno.
“El proyecto de Niemeyer es un reflejo de lo que se consideraban en la época los principios ortodoxos británicos de banca central, que promovían bancos centrales independientes de los gobiernos de sus respectivos países y centrados en el mantenimiento del valor externo del dinero” (Sember).
Niemeyer creía que esos objetivos eran peligrosos y fomentarían la inflación. El primero creía que el directorio de la entidad debía tener participación pública y privada, mientras que el segundo solo privada.
“La idea de la creación de un banco central venía madurando hace años, aunque se enfrentaba con los partidarios de mantener el sistema existente, que se había revelado insuficiente para evitar la fuga del oro o la devaluación durante las crisis y cuya innegable rigidez en épocas de convertibilidad impedía el manejo de la política monetaria, mientras en momentos de inconvertibilidad fomentaba la emisión descontrolada”, indicó Rapoport.
Según Pablo Gerchunoff y José Luis Machinea, “el nuevo régimen nació en 1933 cuando la moneda se devaluó, el control de cambios se reformó introduciendo tipos de cambio múltiples y se envió el proyecto para la creación del banco central”, inspirado –según Gerardo Della Paolera y Roberto Cortés Conde– en el modelo adoptado en esa misma época por otros países latinoamericanos.
Rapoport indicó que la nueva institución debía ser suficientemente flexible como para aplicar políticas monetarias expansivas en fases de caída de la economía y restrictivas en los ciclos de auge. El primer gobierno de Juan Domingo Perón le sumó el concepto de promover la política industrial, a tono con su concepción económica global.
“Niemeyer fue considerado uno de los representantes más emblemáticos del ‘punto de vista del Tesoro’, que era la visión articulada por Winston Churchill” (Sember)
En 1933 la inflación anual llegó al 12,8%, en 1935%, bajó al 6%, en 1940 al 2,2%, en 1946 saltó al 17,7%, en 1949 al 31% y, diez años más tarde, tocaba los tres dígitos en 1959 con 113%. Más peligrosa, volvió a tener tres dígitos en 1975 con el Rodrigazo con 182% y 444% en 1976 en el primer año de la dictadura militar, según la recopilación del estudio Ferreres. Entre 1989 y 1990 el país vivió tres episodios de hiperinflación, en 1992 se estabilizó hasta 2002, cuando comenzó, lentamente, otro ciclo de alta inflación que, una vez más, este año llegó a los 3 dígitos.
La mayoría de estas discusiones –y divergencias conceptuales– siguen vigentes hasta la actualidad y explican en parte por qué un candidato presidencial afirma que promoverá la eliminación del BCRA y que hasta ya tiene a Emilio Ocampo como el candidato para llevar a cabo este plan. El resultado electoral, la correlación de fuerzas en el Congreso desde diciembre y la realidad se encargarán de mostrar si esta idea se concreta o se diluye y, en este último caso, si la Argentina hace lo mismo que otros países que bajaron drásticamente la inflación en la región, con superávit fiscal y un banco central independiente y creíble.