Uno de los principales componentes de toda economía, es su población, tanto en lo que respecta al crecimiento vegetativo y su contribución a la generación de riqueza, como en su incorporación a la fuerza laboral con creciente clima educativo, claves para asegurar el aumento sostenido de la productividad del trabajo, y de ese modo completar el ciclo con mejora constante de la calidad de vida de conjunto de sus habitantes.
La serie de más de 40 años de estadísticas de los países del Fondo Monetario Internacional permite comprobar cómo en todos esos frentes la Argentina fue perdiendo terreno en el escenario mundial, resultado del predominio en ese período de políticas que desalentaron la inversión productiva, descuido de la política educativa al extremo, con pérdidas constante de horas no sólo de clase de los niños, adolescentes y adultos, sino también en capacitación de maestros y profesionales a cargo de la función, e induciendo a la emigración a muchos de los más encumbrados para brindar conocimiento en otras latitudes más amigables con la investigación y el progreso.
Y como destacaba Infobae una semana atrás: “Todos los candidatos a la presidencia coinciden en la necesidad de que el país vuelva a crecer y de elevar la calidad de vida de la población”, pero los obstáculos recurrentes que provocan las resistencias de gran parte de la dirigencia política, sindical y también empresaria a modernizar la legislación tributaria, laboral, reforma del Estado y de apertura laboral, entre muchas otras; y los que se agregan, principalmente en el flanco fiscal y cambiario, al extremo de gravar las exportaciones y poner trabas a la importación de insumos necesarios para la producción de bienes de posterior venta al resto del mundo, aún en tiempos como el presente en que el Banco Central carece de reservas propias en divisas de libre disponibilidad, solo llevaron a caer en la escala mundial.
Obstáculos recurrentes que provocan las resistencias de gran parte de la dirigencia política, sindical y también empresaria a modernizar la legislación tributaria, laboral, reforma del Estado y de apertura laboral
Una consecuencia de ese comportamiento fue que de haber registrado la Argentina una participación de 1,3% en el PBI mundial a comienzos de los ‘80, cuando registra la relación más alta en los últimos 43 años, y cayó a 0,75% en la actualidad, aunque el mínimo se anotó en la crisis de 2002, luego de la brutal depresión que provocó la salida desordenada de régimen bimonetario de convertibilidad fija de 1 a 1 entre el peso y el dólar, con pesificación asimétrica entre créditos y depósitos, default, desindexación y cierre de la economía.
A partir de ese momento tiende a recuperarse modesta, aunque casi sostenidamente, hasta 2011, cuando llega a 0,83% del PBI del planeta, pero nuevamente las políticas populistas de cierre de la economía con cepo y control de cambios, regulaciones de precios y de mercados, derivaron en un nuevo deterioro hasta 0,76% en el primer año del gobierno de Cambiemos, y sube a 0,85% en 2017, pero no pudo sostenerse por desaciertos de política, la sequía, y la pérdida de respaldo político.
En valores absolutos, el PBI a valor de poder de compra de paridad adquisitiva -permite una comparación homogénea-, Argentina pasó del puesto 16 más alto de una serie de 146 países a comienzos de los ‘80, al 23 sobre 153 en 1990; cae a 24 en 2002: pierde tres peldaños en la década siguiente, y otros dos en 2022, al 29, en los últimos tres casos sobre un total de 192 naciones relevados por el FMI.
El PBI a valor de poder de compra de paridad adquisitiva pasó del puesto 16 más alto de una serie de 146 países a comienzos de los ‘80, al 29 en las últimas décadas
En términos de ingreso medio por habitante, en 1980 se registra la relación más alta respecto del promedio del mundo con 2,92 veces; baja a un mínimo de 0,66 veces en la hiperinflación de 1989; se recupera parcialmente hasta 1,63 en 1994, en la previa de la crisis del Tequila que afectó a varios países de la región, principalmente México y Brasil; alcanza una relación de 1,7 antes del final de la convertibilidad, en 1998; se desploma al mínimo de la serie en la crisis de 2002, a 0,53 veces; se recupera hasta 1,44 en 2015 (con fuerte atraso cambiario), y vuelve a caer a 0,88 veces en 2019 (ya con tipo de cambio único y reapertura de la economía), baja a 0,78 el año siguiente; y en el último año se recuperó modestamente, hasta 1,06 veces la media mundial.
El gobierno del Frente de Todos agravó el cuadro con una desacertada política económica preventiva de la crisis sanitaria de Covid que hizo que el PBI cayera más que la media de 193 países con datos agrupados por el FMI, y luego se recupera a una tasa extremadamente lenta.
Otro indicador que refleja la disminución de la relevancia de la Argentina en el mundo, que puede considerarse causa y efecto, es el de la población, porque, más allá de los cambios socioculturales que fueron comunes en gran parte del mundo, se observa en los censos nacionales de habitantes que se llevan a cabo cada 10 años -con algunas excepciones- la desaceleración de la tasa de crecimiento vegetativa.
Al parecer, ese resultado se explica por el deterioro constante del poder de compra de los ingresos de la población, el cual se manifestó por dos vías: 1) afectó la planificación natural de las familias por parte de los jóvenes; 2) provocó una ola emigratoria, en particular por parte de jóvenes y adultos talentosos, en busca de explorar mejores oportunidades en el resto del mundo; 3) frenó el aumento de la oferta laboral (tasa de participación de la población en el mercado de trabajo; y 4) intensificó el empleo en la informalidad por falta de oportunidades en la franja informal, al desalentarse la inversión privada productiva y en competencia.
Así, frente a una participación máxima de la Argentina en la población mundial de 0,7% a inicios de los 80; se reduce a 0,64% a comienzos de los 90; a 0,61% una década después; y pierde una centésima porcentual en cada una de las dos décadas siguientes.
Si el país se hubiese mantenido en el promedio de los 43 años considerado de 0,63%, hoy habría 2,4 millones de personas más habitando, y aportado al menos unos 1,2 millones más a la fuerza laboral generadora de riqueza. En tanto, si hubiera conservado la proporción inicial de 0,7% del total del planeta, la población sumaría 54,5 millones de personas, y estarían activas unos 4 millones adicionales a la que mide trimestralmente la Encuesta Permanente de Hogares del Indec.
Frente a una participación máxima de la Argentina en la población mundial de 0,7% a inicios de los 80; se reduce a 0,59% en el último Censo del Indec
Otra forma de graficar ese retroceso es que mientras a comienzos de los 80 la Argentina era el 28 país más poblado del planeta; en los 90 desciende al puesto 30; en 2000 y 2010 baja al 31; baja, cae otro peldaño en 2022, al 32 lugar.
De ahí que no sorprende que con menor representatividad de la actividad agregada y de la población en la Argentina también se haya debilitado la participación de la exportación de bienes y servicios en el total mundial.
En este caso, de los datos del Banco Mundial se desprende que la mayor proporción se registró en los mejores años de la convertibilidad (1996 a 1998) con un máximo de 0,46%; desciende a 0,36% en la mayor parte de la década siguiente; se recupera parcialmente hasta 0,43% en la primera presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Pero la instrumentación del cepo cambiario, traba a las importaciones y persistencia de altas retenciones al complejo oleaginoso desde fines de 2011, vuelve a derrumbarse la relación hasta 0,33% al fin de la segunda presidencia de CFK. Se mantiene en ese rango en los gobiernos de Mauricio Macri y de Alberto Fernández.
El deterioro en ese frente podría haber sido más acentuado si no fuera por la aparición de la “nueva minería” y del reservorio hidrocarburífero de Vaca Muerta. Pero claramente, la tendencia declinante de las exportaciones de bienes y servicios pone de manifiesto una máxima que domina al mundo de los negocios: “conquistar mercados lleva muchos años, perderlos un segundo, y recuperarlo una eternidad”, máxime cuando se origina en la alta propensión de los gobiernos populistas a cerrar la economía y restringir el libre movimiento de capitales.
Un simple ejercicio de estimar a cuánto ascenderían las exportaciones de bienes y servicios si se hubiera mantenido el promedio histórico de 0,37% del total mundial, arroja que serían USD 13.000 millones superiores a las de 2022, previo a la sequía que afectó al resultado esperado para 2023; y en más de USD 40.000 millones si se toma la marca máxima de 0,46% de la serie.
El deterioro relativo de las exportaciones de bienes y servicios podría haber sido más acentuado si no fuera por la aparición de la “nueva minería” y del reservorio hidrocarburífero de Vaca Muerta
En valores absolutos, el nivel anual de las ventas al resto del mundo pasó del puesto 29 en 1980 sobre una lista de 109 países, cae al 31 en el decenio siguiente y al 35 en 2002; recupera 4 en 2010, pero vuelve a descender a uno de los mínimos de la estadística, 43, en 2022, y probablemente más abajo, en el corriente año.
Finalmente, el indicador que resume el grado deterioro de la mayoría de las relaciones socioeconómicas con el total o promedio del planeta en la mayor parte de los últimos 43 años es el de inflación, que volvió a ubicarse entre las más altas del podio en 2022, con 94,8% en 2022, solo superada por Zimbabwe 243,8% y Venezuela 310,1% por ciento.