La decisión de los BRICS de admitir como socios a partir de 2024 a 6 nuevos países, entre ellos la Argentina, es una evidencia más del intento del grupo liderado por China de contrapesar la influencia de EEUU como potencia mundial y también una señal de insatisfacción con el G20, un ensanchamiento del G7 que tuvo lugar en 1998, durante la crisis de las economías del sudeste asiático, para darle cabida a economías emergentes como la propia China y otras de África, Asia y América Latina.
Los BRICS surgieron como un acrónimo pensado en 2001 por Jim O’Neill, analista de mercados emergentes de Goldman Sachs que agrupó inicialmente a Brasil, Rusia, India y China, países que tuvieron su primera Cumbre como grupo en 2009 y se agrandaron y pluralizaron al año siguiente con la “S” de Sudáfrica. Notoriamente, la agrupación excluye a EEUU y Canadá, en el norte de América, a los países de Europa Occidental, y a Australia, una nación geográficamente cercana y de altísimo intercambio comercial con China y los países del sudeste de Asia.
Desde el punto de vista del peso económico, los 6 nuevos socios no aportarían mucho músculo. El PBI de los actuales socios es ya de 27,7 billones (millones de millones) de dólares y las nuevas incorporaciones sumarían unos 3,2 billones, esto es un 11,6% más, lo que haría que la agrupación explique más de 50% de la población y cerca de 30% del PBI mundial.
La diferencia entre socios e ingresantes es notoria; mientras China detenta un PBI de casi USD 20 billones, usando esa misma métrica (billones), el único nuevo socio que alcanza la unidad es Arabia Saudita, USD 1,1 billones. Los demás aportes deben medirse en decimales: el de Etiopía es de 0,156 billones, el de Irán 0,367, el de Egipto 0,387, el de Emiratos Árabes Unidos 0,499 y el de la Argentina 0,641 billones (en español).
China por sí sola equivale a más de dos tercios del BRICS actual, proporción que no variará mucho en el aumentado, que perderá las ventajas del acrónimo, a menos que a alguien se le ocurra uno de 11 letras. Pero, como indicó el analista geopolítico brasileño Oliver Stuenkel, profesor de la Fundación Getulio Vargas y autor del libro The BRICS and the future of the Global Order, en una reciente columna en el semanario The Economist, los BRICS son ya “una marca internacional” y difícilmente renunciarán a esa ventaja.
Una de las fortalezas, muy superior a la de su PBI, es la de que en general se trata de países excedentarios en el comercio internacional y con gran volumen de reservas. Así, por ejemplo, según los más recientes datos del Fondo Monetario Internacional, medida en millones de dólares, las de China son de USD 3.345.137 millones, las de India 596.512 millones, las de Rusia 582.418 millones, las de Arabia Saudita (uno de los nuevos invitados) USD 442.000 millones, las de Brasil 345.475 millones y las de México (otro invitado) 207.461 millones. Compárese eso con los UDS 24.091 millones de reservas “brutas” (las netas son negativas) que al 30 de junio pasado para la Argentina informaba el Fondo.
Para un país hambriento de reservas y de crédito, un aliciente es acceder a los créditos del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) de los BRICS, creado en 2014 y actualmente presidido por la expresidente de Brasil, Dilma Rouseff. Aunque la membresía del NBD no es exactamente la misma, la incorporación al BRICS es casi un pase automático. El NBD ya ha extendido más de USD 30.000 millones y ya tiene como miembros a Egipto, Emiratos Árabes (dos de los nuevos invitados a los BRICS), además de a Bangladesh y Uruguay.
Según Stuenkel, la pertenencia a los BRICS se ha convertido en “elemento importante de su identidad de política exterior”.
Su atractivo, además, aumentó con una de las derivaciones de la invasión rusa y la guerra en Ucrania: el congelamiento de activos financieros rusos, incluidos algunos de su Banco Central, en el exterior, y el apartamiento del sistema internacional de transacciones bancarias SWIFT. Esas sanciones, escribió el historiador económico Nicholas Mulder, en un libro sobre la efectividad y efectos de las sanciones y castigos de tipo económico y financiero en tiempos de guerra, tienen como contraindicación que estimulan a los sancionados a apartarse de las reglas de juego e instituciones existentes.
Esas reglas e instituciones se identifican básicamente con el dominio del dólar como moneda internacional y el rol de instituciones como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Internacional del Comercio (OMC), como principales árbitros del orden económico global.
Tanto la Argentina como Bangladesh, recordó hoy una nota del Financial Times sobre el ensanchamiento de los BRICS, recurrieron a la moneda china (el renminbi, o yuan) como respuesta a su escasez de dólares. En el caso argentino, para cubrir un vencimiento con el FMI, y en el de Bangladesh, para pagarle a Rusia por una planta nuclear.
El tiempo dirá si la incorporación a los BRICS resuelve ese tipo de problemas. Lo cierto es que, más allá de diferencias internas, lo que nació como un ingenioso acrónimo es una realidad con creciente peso en la geopolítica internacional. A pesar de varias predicciones sobre “su final inminente”, escribió Stuenkel, “el BRICS es una realidad que llegó para quedarse.
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