La petrolera YPF confirmó un aumento del 4,5% en los precios de sus surtidores que se aplica desde esta madrugada. En un paso poco habitual, la empresa empresa privada bajo control estatal que tiene más del 50% del mercado de despacho de combustibles no fue la primera en mover. El lunes Axion, Shell y Puma ya habían aplicado aumentos similares a sus precios como una respuesta al atraso que sufrían los precios y a las dificultades para obtener el bioetanol necesario para cumplir con el corte del 12% que manda la normativa tras la implementación del “dólar maíz”.
Voceros de la empresa se limitaron a confirmar la suba y anunciaron que los nuevos precios para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) llegan a los $213,80 por litro para la nafta súper, a los $274,40 para la nafta premium, a $229,70 por litro en el caso del gasoil y a los $313,50 el litro para el combustible diesel premium.
Este aumento supone una suba del 4,5% en promedio, y en todos los puntos del país la red de estaciones de servicio de la empresa aplicó subas similares, claro que con precios muy por encima de los que se pagan en CABA.
El aumento de precios sorprende a los conductores, acostumbrados a una serie de acuerdos de “Precios justos” para el combustible que mantenían un cronograma más o menos predecible de subas. A principios de año, el Gobierno acordó con el sector subas mensuales del orden del 4% que se venían concretando cerca de mediados de mes. Fueron dos acuerdos trimestrales consecutivos. El último vence el 15 de agosto, justo después de las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) presidenciales del domingo 13 de este mes.
Pero las condiciones económicas no les permitieron a las petroleras esperar a la segunda quincena para concretar las subas. Primero, porque desde hace varios meses que intentan aflojar el corset que les puso el acuerdo. Los aumentos programados fueron fijados cuando el equipo económico se ilusionaba con la posibilidad de desacelerar la inflación a alrededor del 4% mensual. Los datos del Indec llegaron a más que duplicar esa cifra. Eso llevó a que algunas de las subas previas se movieran algo por encima del techo del 4% acordado originalmente.
Pero este mes hubo un disparador más. Las medidas acordadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para tratar de estabilizar el frente cambiario y apuntar a frenar la sangría de reservas del Banco Central sumó impuestos a las importaciones y al dólar ahorro, al tiempo que otorgó un nuevo tipo de cambio diferencial, un “dólar agro” de $340, para incentivar liquidaciones de exportaciones en el mercado de cambios que le permitan a la autoridad monetaria comprar reservas.
La novedad que trajo este “dólar agro” es que, por primera vez luego de la fijación de varios tipos de cambio diferenciales para exportadores -la serie de “dólares soja”- las exportaciones de maíz gozan de un dólar diferencial. El atractivo de vender a $340 al exterior, frente al $270 por divisa que perciben el resto de las exportaciones, hizo que el sector se volcara íntegramente a la exportación, dejando de lado el abastecimiento interno y disparando los precios locales.
El maíz es un cultivo muy sensible. Se utiliza en la alimentación de ganado vacuno, porcino y aves, con lo cual el “dólar maíz” tuvo un impacto inmediato en los precios de carnes, leche y huevos. Pero su incidencia no termina ahí, llega también al sector energético porque las refinadoras de petróleo están obligadas a cortar los combustibles fósiles con biocombustibles. En el caso de la nafta, ese corte está establecido en el 12% de cada litro, que debe ser cumplido con bioetanol que surge, mayoritariamente, del procesamiento de maíz.
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