Varios países del mundo han tenido episodios de hiperinflación, algunos incluso más brutales que los que sufrió la Argentina en 1989 y 1990: Alemania en los años veinte del siglo pasado, Hungría dos décadas más tarde, Brasil y Perú en los 80s, la ex Yugoslavia en los 90s y, ya en este siglo, Zimbawe entre 2007 y 2008, Venezuela entre 2017 y 2018 e incluso en años posteriores, según cuál sea la definición que se tome. Pero muy pocos, si algunos, toleraron o normalizaron tasas de inflación de 2 o 3 dígitos anuales durante décadas, como hizo y vuelve a hacer la Argentina.
El acostumbramiento a alta o “súperinflación”, como se llegó a llamarla, hace que se pierda noción de lo que sucede cuando el conjunto de los precios de la economía avanzan como en tropel durante mucho tiempo.
¿Cuál es, por ejemplo, la inflación acumulada desde el 31 de mayo de 2003 al 31 de mayo pasado, último dato oficial del Indec? A pedido de Infobae, Nicolás Campoli, economista del Ieral de la Fundación Mediterránea, empalmó las distintas series oficiales existentes (ejercicio necesario para saltar el falseamiento estadístico practicado entre 2007 y 2015) y llegó a un número preciso: 22.636 por ciento. En promedio, lo que cuando asumió Néstor Kirchner costaba $1, hace un mes costaba $227 y hoy ya cuesta más de 240 pesos.
Los sucesivos gobiernos de los últimos 20 años dejaron deslizar la inflación durante sus mandatos, subestimando su efecto deletéreo sobre la economía y la sociedad. Los precios al consumidor aumentaron 60% durante los cuatro años y medio de Kirchner, 122% en la primera presidencia de Cristina Fernández de Kirchner (CFK), 184% en la segunda, 282% en la de Mauricio Macri y llevan 491% en los primeros 42 meses de gestión del gobierno de Alberto Fernández.
De hecho, asumiendo que la inflación de junio haya sido del 7%, el actual gobierno ya sobrepasó la barrera del 500%, para quebrar la del 700% le bastará con que de julio a noviembre (5 meses) la inflación sea del 33%, lo que implicaría una fuerte reducción de la actual velocidad de crucero de los precios, que de mantenerse haría que la actual gestión termine con una inflación superior al 800 por ciento.
Tal el brutal efecto de la acumulación exponencial, cuando los aumentos porcentuales se aplican a valores sucesivamente mayores.
Los aumentos de ciertos bienes de consumo son aún más pronunciados. Tomando los precios de 15 productos básicos cuyos precios releva en el Gran Buenos Aires mes a mes el Indec, las cifras arrojan que mientras en noviembre de 2019 el kilo de azúcar costaba en promedio $43,12, en mayo pasado su precio era $459,16, un 965% más caro. La docena de huevos pasó en el mismo período de $87,83 a $812,81 (825% de aumento), el kilo de papas de $28,35 a $251,59 (787%), el kilo de pollo de $101,17 a $726,36 (618%) y así siguiendo, como puede verse en el gráfico de abajo.
En promedio, esos 15 bienes básicos aumentaron 567% desde que Alberto Fernández de puso la banda presidencial sobre el pecho, ahondando la pérdida del poder adquisitivo de los sectores más pobres de la población, cuya canasta de consumo depende mucho más de esos bienes.
El impacto de la acumulación se va de las dimensiones asequibles por la mente humana si la retrospección se estira a 60 años.
En 1962 empezó a acuñarse en la Argentina una moneda de diez pesos “moneda nacional”, la unidad monetaria argentina desde 1881, cuando se había sancionado la ley de unificación de la moneda nacional que fijó la convertibilidad de la moneda en oro y se emitió el “Argentino” de oro, equivalente a 5 pesos moneda nacional. La denominación sobrevivió la entrada y salida del patrón oro, la creación del Banco Central como entidad mixta en 1935 y su nacionalización en 1946.
Hágame la gauchada
En 1962, como se dijo, se emitió la moneda conocida como “del resero”: pues de un lado reproducía la imagen de la estatua del “Gaucho resero”, ícono del barrio de Mataderos, un monumento ecuestre que el intendente de Buenos Aires, José Luis Cantilo, había encargado en 1929 al escultor Emilio Sarniquet, que lo terminó en 1932. El monumento se exhibió durante un año en el Palais de Glace, en la Recoleta, y luego fue emplazado en una plazoleta sobre la Avenida Lisandro de la Torre, frente a la Avenida de los Corrales, como señalador y símbolo del Mercado de Hacienda de Liniers.
El poder adquisitivo de “la moneda del resero” más que triplicaba el precio de un diario y alcanzaba para satisfacer modestos “mandados” familiares: la compra del pan, algunas frutas y verduras. En 1969, sin embargo, empezaron los cambios de denominación monetaria y la quita de ceros. El 1 de enero de 1969 se pasa al “Peso Ley 18.188″ y se retiran dos ceros a la vieja “moneda nacional”. El 1 de junio de 1983, con el retiro de cuatros ceros, debuta el “Peso argentino”. El 15 de junio de 1985 llega el “Austral” y se retiran otros tres ceros. Y desde el 1 de enero de 1992 el signo monetario es el “Peso”, a secas, con quita de cuatro ceros. En suma, entre 1969 y 1992 la “moneda nacional” terminó siendo “peso” con el retiro de trece ceros en total. Ergo, aquella moneda del resero equivale hoy a 0,000000000001 pesos.
Inflación al revés
El cálculo infinitesimal es cosa de pocos. A efectos ilustrativos, se puede hacer el ejercicio opuesto y calcular cuál sería el resultado si, en vez quitarse, se hubieran agregado trece ceros a la moneda, en una suerte de “inflación al revés”. En tal caso, la vieja moneda del resero valdría hoy 100 billones (esto es, 100 millones de millones) de pesos. Al tipo de cambio oficial, equivaldría a unos USD 375.000 millones y hasta hace pocas semanas más de 400.000 millones de dólares.
En suma, esa vieja moneda (que en las páginas de Mercado Libre se cotiza entre $800 y 900) alcanzaría para cancelar la deuda pública del Tesoro Nacional, hoy apenas por debajo de esa cifra. Saldaría casi diez veces la deuda con el FMI y sobraría para pagar el total de la deuda en moneda y/o bajo legislación extranjera, aunque es improbable que algún acreedor acepte la propuesta.
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