El economista Juan Carlos Pablo tiene una enorme capacidad para explicar esta difícil disciplina a las personas comunes, sin perder profundidad.
En su nuevo libro, “Argentina 2024-2027, el desafío económico del próximo gobierno”, De Pablo muestra ese talento al recordar las circunstancias que rodearon al presidente Arturo Frondizi y para citar al mismo tiempo al modelo ricardiano, sin caer en menciones superficiales, para analizar el presente.
En un reportaje con Infobae, este economista que tiene un doctorado en la UCEMA, es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y publicó 55 libros, explicó los desafíos del nuevo gobierno que asumirá en diciembre, en base a los problemas que enfrenta, pero sobre todo, en función de la experiencia de la Argentina del último siglo. Ameno pero no trivial, De Pablo advirtió que la unificación cambiaria duplicará la inflación y que, como país presidencialista, la Argentina debe tener un mandatario fuerte y que “sienta” la economía para hacer las reformas que necesita el país.
— En su libro plantea que el candidato que gane las elecciones presidenciales de octubre, más que festejar, debería lamentarse.
— La frase “pobre el candidato que gane” ya la dije en 2016 también en Animales Sueltos con el Turco Asís, que se mató de risa, pero la verdad es que es así. Por supuesto que los dirigentes políticos quieren ganar, pero el desafío que enfrenta cualquiera, dadas las circunstancias, son realmente fenomenales. Menos mal que candidatos parece que sobran, después vamos a ver aquellos que van a decidir las elecciones.
— ¿Por qué considera a este momento particularmente desafiante si hubo otras crisis en la historia que usted estudió muy bien?
— Las elecciones del 2021 fueron clave. Si las hubiera ganado el oficialismo estaríamos hablando de otra manera. Con lo cual, técnicamente, empezó la retirada de este gobierno, como ocurrió con el gobierno de Raúl Alfonsín, en 1987, o con las PASO de Macri, en 2019. La diferencia es que en 2019 hubo cuatro meses desde la derrota en las primarias hasta el traspaso, y acá son 2 años. Se van acumulando distorsiones. Dicen que este gobierno no le quiere solucionar los problemas al que viene, ¡pero ninguno hace eso! A lo máximo que pueden aspirar Massa y Rubinstein es a que no se les arme porque lo más probable, en ese escenario y sin querer hacer pronósticos sobre una hiperinflación, es que Alberto y Cristina Kirchner le entreguen la llave de la Asamblea Legislativa y se vayan. Eso es lo que dice la historia.
— De hecho, Hernán Lacunza contó que, cuando Fernández ganó las PASO, habló con los referentes económicos del candidato entonces opositor y les dijo: “Hablen de todo, pero no jodan con las reservas del BCRA”.
— Fueron circunstancias dramáticas. Dentro de eso, hizo las cosas razonablemente bien y estoy convencido de que, si hubiera ganado Macri, habría sido su ministro de Economía en 2020. Cuando me preguntan cuál fue el mejor ministro siempre es difícil determinarlo. Lo que sí está claro es que la vara con la que vas a medir a los ministros tiene que ser diferente según las circunstancias: de un lado a Alberto Krieger, José Ber Gelbard, Domingo Cavallo en los 90, y del otro a Jorge Webhe, Emilio Mondelli, o Lacunza, o Jesús Rodríguez, que estaban en gobiernos en situaciones dramáticas porque carecían de poder.
— ¿El contraste entre las dos gestiones de Cavallo es muy notable en ese sentido, no?
— Efectivamente, lo cual demuestra la importancia del poder presidencial, porque desde varios puntos de vista, Menem y De la Rúa eran completamente diferentes y eso se notó en la gestión ministerial.
— Por lo tanto, aunque algunos subrayan que se necesita un ministro fuerte, lo que se requiere es poder político…
— Así es. Hay tres episodios en la segunda mitad del siglo XX de debilidad presidencial: José María Guido, Isabel Martínez de Perón y Fernando De la Rúa. No hay forma de que un ministro de Economía talentoso, conectado y experimentado de vuelta la situación si hay un presidente sin poder. El ejemplo más claro en ese sentido es Guido, cuyos ministros de Economía fueron Federico Pinedo, Álvaro Alsogaray, Eustaquio Méndez Delfino y el más joven era José Alfredo Martínez de Hoz. Ninguno de ellos pudo evitar la devaluación, la desocupación y la recesión, porque la Argentina es un país personalista y presidencialista.
— ¿Y el gobierno actual no es débil?
— Definitivamente. No conozco ninguna persona, salvo alguno por razones profesionales, que le prestara atención al discurso del Presidente del 1 de marzo ante la Asamblea Legislativa. Y, más aún, el señor Massa y el señor Rubinstein, que hacen las políticas, ¿lo escuchan al Presidente o a la Vicepresidente? No, se cortan solos y actúan. Y esa debilidad se nota.
— En el libro menciona que tampoco hay un contexto externo fácil, algo clave para una economía poco relevante. En los 90, cuando se encararon reformas locales, había un consenso internacional que las demandaba. Eso ahora no existe.
— En los 90 a los argentinos no nos importaba el Consenso de Washington, sino poder hablar por teléfono y que no se cortara la luz. Ese fue el origen de las privatizaciones. Después hubo algunas privatizaciones mejores que otras: las eléctricas bien, la aerolínea dejó que desear, entre otras. Pero cuando hay que evaluar a Menem, hay dos etapas bien diferentes: todo viento a favor en la primera mitad, entre 1991 y 1994, hasta las crisis del Tequila, los países asiáticos, Rusia y Brasil, que es una segunda etapa. Es clara la diferencia. El mundo no depende de nosotros, nosotros dependemos del mundo como digo en el libro. Aunque cuando alguien viaja al exterior le pregunta a sus parientes qué opinan de nosotros y la respuesta es “nada”. Y eso es porque no existimos. Ahora, es mejor tener una buena lectura del mundo para actuar en consecuencia. Los presidentes que tuvieron una buena lectura del mundo fueron Frondizi y Menem, mientras que otros querían objetar al mundo, como Alfonsín o Néstor Kirchner. Ir a una reunión del G20 a explicarles a los demás que son unos ridículos, es una pavada.
— ¿No se repite ese error cuando en la Argentina dicen que el FMI está más preocupado que el país por lo que se le debe, dado que es el primer deudor?
— No preocupado porque son burócratas, pero ciertamente que somos el primer deudor, por eso nos tienen que cuidar. De hecho, hace unos meses Kristalina Georgieva les rogó para que cumplieran algo de lo que prometieron porque la iban a rajar… Son curiosos aquellos colegas que protestan contra el FMI, porque ya nos dieron la guita y saben que con el esfuerzo argentino no les vamos a pagar.
— ¿Y esa actitud no puede resultar contraproducente? Si el FMI es muy flexible con la Argentina, el resto de los países pueden pedir un trato similar.
— Obviamente, dentro del directorio deben estar usando ese argumento.
— En la previa a las elecciones presidenciales del 2015 había expectativas positivas de recambio por la salida del kirchnerismo después de 12 años; actualmente no se observa ese ánimo. ¿Eso se puede revertir?
— Es que en el medio estuvo 2015: ya volvió Juntos por el Cambio. Si mañana gana el mejor presidente, lanza un programa, tiene un gran equipo y todo va a perfecto, la gente dirá apenas: puede ser interesante, pero no mucho más. Porque los argentinos llegamos muy golpeados y cansados a esta elección. Ojalá me equivoque y de la noche a la mañana tengas un panorama diferente, pero el próximo gobierno no debería esperar eso, sino hacer las cosas que debe y que el efecto sobre las decisiones demore.
— ¿Tendrá fuerza el próximo gobierno para aguantar esa circunstancia, de aplicar medidas que no traigan efecto positivo inmediato?
— No hay más remedio. La democracia cumple 40 años y, con todas las falencias que tiene, es el mejor sistema. Ni los militares quieren volver, ni la sociedad quiere que vuelvan. Hay que intentarlo. Por supuesto, como comento en el libro, las circunstancias son más importantes que la ideología para adoptar decisiones. No pueden prevalecer las ideas sin tomar en cuenta el contexto para hacer un programa económico, como si un gobierno pudiera llegar y hacer borrón y cuenta nueva. Dentro de eso, el pánico da la oportunidad de hacer más cosas.
— Usted menciona que la clase dirigente, pública y privada, siempre prefiere el statu quo antes que los cambios. Eso debe ocurrir en otros países también y sin embargo hay capacidad de aceptar los cambios cuando son necesarios, algo que acá no parece ocurrir.
— Debe pasar en otros países, pero entiendo que las reformas que hay que hacer acá tienen una intensidad mayor. Guido Di Tella decía que hacemos lo mismo que otros países pero con mucho más entusiasmo, y tenía razón. El ejemplo que más uso es que yo vivo a 40 pesos en ómnibus y 800 pesos en taxi de mi oficina: ¡20 a uno! No hay que ir a la facultad para ver que algo ahí no funciona. Es decir, que para empezar a hablar la tarifa hay que multiplicarla por tres o por cuatro. Como bien dice Carlos Melconian, cuando la inflación es extrema, lo que aparece como un shock en realidad es gradualismo. Ahora, ese capítulo del libro tiene como destinatario principal a mis colegas, porque allí explico que lo que los economistas entienden como reforma el dueño de una empresa lo califica como experimento que puede llevar a que él tenga que cerrar la empresa. Por eso la política económica siempre es una interacción y el buen economista aplicado es una persona que entiende de varias disciplinas a la vez, porque está al servicio de una decisión humana en la que se mezclan factores racionales e irracionales. Por este motivo, en un país con tanta incertidumbre, te tenés que jugar por las cosas más probadas y darle con eso a fondo, porque los experimentos…
— En 1991, de hecho, pocos creían que la convertibilidad podía ser exitosa y por varios años resultó positiva.
— Efectivamente, el FMI no participó en el inicio de la convertibilidad y cuatro meses después se sumó porque se dio cuenta que funcionaba, lo cual es lógico porque los burócratas del FMI no tienen por qué jugarse por un país insólito como la Argentina. La burocracia, de hecho, nos quiere matar y esa es la razón por la que Massa habla con Georgieva y Macri habló con Trump y Lagarde.
— Muchos economistas están tratando de prever si habrá o no una hiperinflación, pero, ¿tener una inflación de tres dígitos no es suficiente motivo para preocuparse?
— Es imposible anticipar una hiperinflación; si alguien te dice que sabe qué va a venir o no, hay que preguntarle cómo lo sabe. La historia argentina dice que hasta marzo de 1989 no era fácil anticipar que venía una hiperinflación; pero cuando viene, Agarrate Catalina. El dólar de enero de 1989 estaba a 17 australes, en marzo a 40 y en julio a 650.
— Pero el déficit fiscal es menor.
— El mismo déficit fiscal puede generar diferentes tasas de inflación si tenés o no cómo financiarlo. El mundo le cree al titular de la Reserva Federal, Jerome Powell; la credibilidad es una bendición y la falta de credibilidad una maldición. No está escrito en las tablas de la ley que somos creíbles, como diciendo: si seguimos jorobando podemos dejar de serlo.
— ¿A qué otra crisis del país se parece la situación actual?
— A la de 1959, porque al iniciar su mandato el presidente Frondizi tenía a su lado a alguien que pensaba las grandes reformas como Rogelio Frigerio, mientras que el ministro de Economía era un diplomático, Donato del Carril. En 1959, el presidente adoptó un programa que unificó el tipo de cambio y lo liberó, por lo que en el primer semestre del año los precios se duplicaron. Por lo tanto, creo que el arranque del próximo gobierno será parecido. Ojalá me equivoque, pero para tener una imagen, esa crisis sirve.
— Esa situación no terminó bien en términos institucionales, claro que en otro contexto del país.
— En un país presidencialista, salvo que renuncie o le hagan juicio político, el presidente mantiene su mandato hasta el final. En los países con regímenes parlamentarios hay un voto de censura en el parlamento y se van a su casa.
— En el libro usted plantea que un economista siempre debe decirle la verdad y explicarle las cosas a un dirigente político. Sin embargo, cuando a De la Rúa le explicaron en 1998 que había que lo mejor era anticiparse a la crisis y abandonar la convertibilidad, él no quiso y siguió. ¿Aceptan los políticos las sugerencias que les hacen?
— Hay de todo. Alfonsín tenía un problema de piel con la economía. Menem, en cambio, la llevaba en la sangre. En 1989, cuando murió el ministro Miguel Roig a los seis días de haber sido elegido para el cargo, Menem les preguntó a los otros ministros cuál era el programa económico y le dijeron congelar los precios. Pero Menem les dijo: “Yo vengo de una familia fenicia y desde hace miles de años que eso no funciona”. El presidente es el primer cliente de una política económica: el ministro primero tiene que convencer al presidente de cualquier medida.
— ¿Massa como ministro político tiene más ventaja que un ministro técnico?
— Masa no tenía ninguna alternativa a lo que hizo porque estaba dentro del barco que se hundía. Y tiene a un buen profesional como Gabriel Rubinstein, que lo complementa, para atajar los penales.
— ¿No hay margen para hacer otra cosa?
— En estas circunstancias de debilidad política no te cree nadie. Si mañana Miguel Pesce [presidente del BCRA] dice que saca el cepo, nadie le va a creer.
— De hecho, el Presidente declaró hace unos meses que quería unificar el mercado cambiario este año y esas palabras no generaron ninguna reacción.
— Tenemos un Presidente cuyas declaraciones no le mueven el amperímetro a nadie.
— ¿Qué enseñanza pretende dejar con su libro?
— Elementos de juicio para que se entienda en qué condiciones se arma una política económica. Yo pertenezco a una generación muy tecnocrática, donde la política económica era una combinación de objetivos e instrumentos técnicos. Y leí El Príncipe de Maquiavelo de grande, para entender que la política económica es parte de la política. Eso es lo que quiero transmitir después de la experiencia de haber seguido medio siglo de política económica argentina.
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