Aceleración de la inflación, enfriamiento económico y pérdida de reservas son los tres elementos comunes que, advierten los analistas, no son sólo claros síntomas del deterioro del contexto macroeconómico sino que son los elementos combinados que forzarían al Banco Central a revisar su política de tasa de interés.
A pesar de la suba de la inflación en enero, la autoridad monetaria decidió el jueves mantener sin cambios la tasa que paga a los bancos por sus colocaciones en Leliqs, la misma que las entidades financieras pagan, a su vez, a los ahorristas por los depósitos a plazo fijo. El argumento oficial se basó en que el indicador de precios del mes pasado estuvo muy impactado por los precios estacionales y los regulados mientras que la inflación núcleo se ubicó más de medio punto por debajo de la inflación general. Sin embargo, el mercado duda de estos fundamentos.
“Con el dato de inflación de esta semana, 6% para el mes de enero se confirma lo que veníamos viendo: la economía entra en una fase de aumento en la nominalidad, caída de la actividad y drenaje constante de reservas. Es un escenario complicado, sobre todo por ser 2023 un año electoral”, sostuvo en su informe semanal el equipo de analistas del Grupo IEB, que consideró que “de sostenerse el incremento de la nominalidad y dado el objetivo del gobierno de controlar la brecha cambiaria es posible que en los próximos meses la autoridad monetaria se vea forzada a una suba de tasas”.
Una mirada similar sostuvieron desde el Grupo Cohen, donde recordaron a sus clientes que el directorio del Banco Central mantuvo la tasa de política monetaria en 75% (107% en términos de tasa efectiva anual) so pretexto de que la aceleración de la inflación durante enero se explicó por aumentos en los precios estacionales y regulados, mientras que la inflación core –o subyacente– subió 5,4% en mes, levemente por encima a la del mes previo. “Vale destacar que el IPC core contiene el precio de la carne, que en febrero registrará completamente el salto de precio reciente, con lo que seguramente en la próxima publicación de la inflación se notará un importante incremento en el componente subyacente”, lo que a su vez determinaría un giro en la postura del directorio del BCRA.
Lo cierto es que las consecuencias de esa suba, advirtió, son previsibles en el contexto de una economía “en franca desaceleración con importaciones pisadas y en un año electoral en el que un salario real aún más deprimido es lo último que quiere el oficialismo”. Ese escenario macro es lo que hace prever a la consultora en finanzas que las tensiones políticas se irán incrementando y repercutirán directamente en la coyuntura macroeconómica, en la que el ritmo de devaluación del dólar oficial volverá a adquirir un protagonismo central.
Ante la evidente dificultad de acumular reservas, el Gobierno prometió no atrasar el tipo de cambio a pesar de que anclar el dólar oficial es una regla de oro de la economía para años electorales. Sin embargo, tras desacelera el ritmo de devaluación durante diciembre y enero, acorde a los menor registros de inflación, en febrero el BCRA volvió a apurar el paso y otra vez, la depreciación del peso pasó de un ritmo de 5,4% mensual a 6% en lo que va del mes.
“La aceleración de la inflación causa una secuencia de efectos que terminan contribuyendo a un clima macroeconómico más volátil. En primer lugar, la tendencia alcista, de mantenerse, fuerza al Gobierno a aumentar el ritmo de devaluación del tipo de cambio oficial -hecho que ya viene ocurriendo- para que el tipo de cambio real no se atrase aún más. Un tipo de cambio oficial devaluándose a mayor ritmo implica más presión en los dólares financieros. Finalmente, si el Gobierno continúa con su estrategia de manejar la brecha cambiaría manteniéndola en niveles inferiores al 95%, podría desembocar en una suba de tasas”, concluyó IEB.
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