“Ahorramos en dólares porque usamos la cabeza”: adelanto del nuevo libro de Juan Carlos de Pablo

Extracto de uno de los capítulos de “El desafío económico de próximo gobierno”, la nueva publicación del economista que editó Sudamericana y llegará a las librería a comienzos de marzo

Guardar
Juan Carlos De Pablo
Juan Carlos De Pablo

Pesos y dólares

A comienzos de 2022 terminé de tomar un cortado y pedí la cuenta. El mozo me dijo que le debía 215 pesos. Le entregué un billete de un dólar, me lo agradeció, y seguimos nuestras respectivas vidas —para facilitar el argumento, en este relato ignoro la propina—. Este es un claro ejemplo de que en la Argentina rige un sistema bimonetario que funciona. Pero, si esto es así, ¿para qué ocuparnos de un “no problema”, con todos los problemas que sí existen?

1. ¿Tenemos moneda los argentinos?

Aprendí en la Universidad Católica Argentina, a comienzos de la década de 1960, que el dinero cumple tres funciones principales: unidad de cuenta, medio de pago de aceptación general y reserva de valor.

Unidad de cuenta significa que los precios de las mercaderías y los servicios se expresan en términos del objeto que se utiliza como dinero; medio de pago de aceptación general quiere decir que con suficiente cantidad de dicho objeto se puede adquirir cualquier bien, y reserva de valor, que determinada suma de dinero mantiene su poder adquisitivo a lo largo del tiempo.

Esto no sé si es más viejo que andar a pie, pero… casi. Fernández López (1998) encontró que aparece en la Ética, escrita nada menos que por Aristóteles, varios siglos antes de Cristo.

El nuevo libro del economísta
El nuevo libro del economísta

Ahora bien, ¿cuántas de las funciones anteriormente descriptas tiene que cumplir un objeto para que lo califiquemos como dinero? Algunos argentinos afirman que “no tenemos moneda” porque —dada la inflación— los pesos no sirven como reserva de valor. Otros, entre quienes me incluyo, no somos tan exigentes. Hacemos notar que la población no ahorra en pesos, pero no los tira a la basura, sino que los utiliza para hacer transacciones. En la Argentina, la mayoría de los precios se establece en moneda local —los de los inmuebles son una de las excepciones más conocidas—, y la mayoría de los bienes se puede comprar con suficiente cantidad de dicha moneda (otra vez, los inmuebles son una de las excepciones más conocidas).

Del párrafo anterior se desprende que es un debate estéril si la Argentina “tiene o no moneda”. Rige un sistema bimonetario, porque —a grandes rasgos— utilizamos la moneda local como unidad de cuenta y medio de pago de aceptación general y los dólares como reserva de valor.

2. Ahorramos en dólares porque usamos la cabeza

Nací el 25 de noviembre de 1943. El 28 de diciembre de ese año, es decir, cuando apenas había cumplido un mes de vida, Francisco Valero, hermano de mi madre y mi padrino de bautismo, abrió una cuenta a mi nombre en la Caja Nacional de Ahorro Postal (CNAP), depositando 50 pesos, equivalentes a 12,5 dólares de ese entonces y a aproximadamente 150 dólares de comienzos de 2022. Una cifra muy significativa, dados los ingresos y la riqueza de mi familia.

Ellos creían en el siguiente texto, que aparece en el dorso de la libreta de ahorros: “En la vida normal no hay más medios de prosperidad que el trabajo y el ahorro. Ahorrar no es ser avariento, es sencillamente reservar lo necesario en lo presente para lo que puede ser indispensable en lo por venir. Practicar el ahorro es combatir el juego, el alcoholismo, el lujo, el despilfarro, es dignificarse ante sí mismo y ante los demás. Todos, chicos y grandes, deben ahorrar. Los que tienen muy subidas entradas como los que las tienen exiguas. Para todos es necesario el ahorro. Y para todos es posible. ¡Ahorremos! Los países ricos deben su grandeza a la fecundidad de su suelo, a la actividad de sus habitantes y a sus hábitos de ahorro. Ese espíritu de previsión debe distinguir a todos los argentinos, para que puedan ser los banqueros de la Nación, y la Nación, uno de los banqueros del mundo, y para que, cuando se gane menos por la producción, ello sea compensado por el ahorro”.

Sabiduría pura, pero ¿qué ocurrió con mis ahorros? La cuenta registró depósitos y tres extracciones, cuyo destino ignoro, realizadas en 1954 y 1959. En De Pablo (1984), cuando el gobierno radical intentó reflotar el hábito de ahorro entre los escolares, ajusté por inflación tanto los depósitos como las extracciones, concluyendo que 70% de lo depositado se evaporó, a raíz de la inflación.

Personalicé para que se entienda, pero lo mismo le ocurrió a buena parte de mi generación.

Destaco de lo anterior que en la Argentina no solamente fue penalizada la tenencia de billetes y monedas, activos cuya tasa de interés nominal es nula, y cuya tasa de interés real es negativa, en función de la tasa de inflación, sino que también fue penalizada cualquier tenencia de activos denominados en moneda local, porque —salvo en los períodos en los cuales existió estabilidad de precios— la tasa de interés nominal se ubicó bien por debajo de la de inflación, de manera que la tasa de interés real fue sistemáticamente negativa.

Digresión 1. Los brasileños ahorran en reales; los argentinos, en dólares. ¿Son ellos más patriotas que nosotros? No lo sé, lo que sí sé es que en Brasil la tasa de interés pasiva, la que cobran los ahorristas, no fue sistemáticamente inferior a la tasa de inflación.

***

El castigo a la tenencia de activos financieros denominados en moneda local arrancó con Juan Domingo Perón, pero fue imitado por la mayoría de quienes lo sucedieron en el cargo, excepto —como acabo de decir— durante los períodos en los cuales no hubo inflación.

Pero la sustitución de monedas —como la literatura especializada denomina al hecho de que el portafolio financiero de los habitantes de un país contiene moneda local y algunas monedas extranjeras— fue un proceso paulatino. De hecho, la cotización del dólar recién despertó el interés público a comienzos de la década de 1970; lo sé porque, en cierto modo, mi irrupción en la radio derivó de este fenómeno.

Claro que, como la utilización del dólar como moneda de reserva ya lleva medio siglo, estoy dispuesto a aceptar casi cualquier estimación del stock de dólares que tenemos los argentinos. Siempre me llamó la atención que la mayoría de los argentinos que ahorra en dólares no solo no conoce al titular del Sistema de la Reserva Federal, o del Tesoro de Estados Unidos, sino que ¡ni siquiera lee inglés!, de manera que no sabe qué dicen los papeles rectángulos, de color verde, en los cuales confía sus ahorros. A propósito, más del 75% de los billetes de 100 dólares circula fuera de Estados Unidos, en países como Venezuela, Rusia y la Argentina.

***

A la luz de todo esto, ¿qué les digo a mis nietos? Que, como bien dice la libreta amarilla que entregaba la CNAP, el ahorro es muy importante, tanto para cada uno de nosotros como para el país, pero que, lamentablemente, tienen que ahorrar en dólares.

Resulta políticamente embarazoso para los funcionarios, en particular para los del área económica de los gobiernos, admitir que ahorran en dólares. Me refiero a dólares comprados luego de pagar los impuestos, es decir, que no estamos delante de una cuestión de evasión impositiva, sino de resguardo financiero. Por el contrario, yo no confiaría en el juicio de algún economista argentino que dijera que cree tanto en el país, que nunca ahorró en dólares.

3. Tenemos dólares, pero ¿dónde?

¿Cuál es la diferencia entre tener los dólares en una cuenta abierta en un banco que opera en la Argentina y guardarlos en un colchón, una caja de seguridad o mantenerlos en una cuenta ubicada en el exterior a prácticamente 0% tasa de interés?

La primera alternativa moviliza recursos útiles para financiar inversiones locales, mientras que las otras implican prestarle a Estados Unidos, a 0% de tasa de interés nominal y a una tasa de interés real inversa de la tasa de inflación.

Estos diferentes comportamientos se explican por dónde se ubica la incertidumbre del ahorrista. Quien pasa sus ahorros de una cuenta en pesos a otra en dólares, dentro de una misma institución financiera, teme la evolución futura de la tasa de interés real, tanto con respecto a la tasa de inflación interna como al ritmo devaluatorio; mientras que quien retira los depósitos en dólares para llevarlos a su casa, o a una cuenta del exterior, tiene otro tipo de dudas (pesificación compulsiva, nuevo corralito, etc.).

Todo esto es razonable, pero desde el punto de vista del país en su conjunto, no resulta para nada gratis. La enorme diferencia que existe entre lo que cobra un argentino, depositando sus ahorros en el exterior o manteniendo títulos públicos emitidos por alguno de los países del Primer Mundo, y lo que paga el Estado argentino, o algún particular, cuando se endeuda en el exterior, es el costo de la incertidumbre que, a través de las políticas públicas, inventamos nosotros mismos. Duermo más tranquilo teniendo un bono del Tesoro de Estados Unidos que no me paga “nada”, que con un bono del Tesoro argentino, que promete pagarme fortunas, pero no estoy seguro de cobrar. Bien podría ocurrir que, sumando activos privados y deudas públicas, la Argentina fuera un país acreedor neto y, sin embargo —por el referido diferencial de rendimientos—, deficitario en la cuenta de servicios financieros de la balanza de pagos.

4. No a la dolarización compulsiva ni al lavado de cerebros

El problema planteado antes ha generado un par de iniciativas extremas, que se ubican en polos opuestos. Una de ellas consiste en eliminar los pesos; la otra, en eliminar los dólares… de la cabeza de los argentinos.

Digresión 2. Si sumo los dólares más los pesos que tengo —convertidos a dólares, para poder sumarlos— y calculo qué proporción de mis tenencias líquidas totales está en dólares, encontraré que es la enorme mayoría —más de 80%, seguro—. Esto quiere decir que, en la Argentina, la propuesta de dolarización no comienza de cero, sino que de hecho está muy avanzada. La cuestión, entonces, es si resulta una buena idea avanzar un paso más, llegando a la dolarización compulsiva.

a) DOLARIZACIÓN COMPULSIVA. El Banco Central anuncia que hasta determinada fecha rescatará todos los pesos, cambiándolos por dólares a determinado tipo de cambio (a lo sumo el que resulte de dividir las reservas líquidas por la base monetaria, y digo “a lo sumo” porque también podría utilizar uno superior, o no cambiarlos por nada, dado que, después de todo, los actuales billetes dicen “BCRA” y no, como antaño, “el BCRA pagará al portador y a la vista”).

Lo esencial de la dolarización compulsiva es que, al no poder emitir más pesos, fuerza la aparición súbita de equilibrio fiscal, tanto nacional como provinciales y municipales. Una maravilla, excepto que…

La experiencia enseña que eso que se denomina “economía” y “política económica” se entiende mejor desde la perspectiva de los procesos decisorios. En el caso de la dolarización compulsiva, la cuestión es la siguiente: ¿qué hará el gobernador de una provincia que debe abonar 30 dólares en concepto de salarios si encuentra que entre los recursos propios y los fondos que recibe de la coparticipación solo dispone de 25 dólares? Alternativa 1: reducirá los salarios de todos los empleados públicos. Alternativa 2: echará a algunos de ellos. Alternativa 3: emitirá una cuasimoneda, para abonar la diferencia.

El análisis económico más profundo ratifica lo que sugiere el sentido común: cuando falta un bien, aumenta la demanda del sustituto más próximo. Entonces, en el caso que nos ocupa, el sustituto más próximo de la falta de dólares no es un inmediato ajuste fiscal, sino la emisión de cuasimonedas.

En pocas palabras, la dolarización compulsiva de la economía busca que la Argentina logre, mediante la vigencia de una restricción, el equilibrio fiscal que no se puede alcanzar de frente. Desde el punto de vista decisorio, difícilmente resulte viable.

Digresión 3. Estamos ante del mismo argumento, según el cual la inflación es un fenómeno monetario. La ecuación de la teoría cuantitativa del dinero explica que, si se deja de emitir, “eventualmente”, los precios dejarán de subir, porque la velocidad de circulación no puede aumentar sin límites, ni el nivel de actividad económica puede caer sin límites. Pero, como en la práctica la emisión monetaria no cae del cielo, como el maná, sino que deriva, por ejemplo, del equilibrio fiscal, la cuestión es qué debe ocurrir para que ¡primero! se logre nivelar las cuentas públicas. La autonomía del Banco Central es una utopía, en un país donde rige la dominancia fiscal.

b) LAVADO DE CEREBROS. El extremo contrario a que solo se usen dólares es que solamente se utilicen pesos. ¿Qué se podría hacer para que los argentinos se olvidaran de los dólares y solo ahorraran en billetes o títulos denominados en moneda local? Muy poco en el plano de la persuasión y algo en el de las restricciones legales.

“Haga patria, ahorre en pesos”, en la Argentina suena ridículo. Por lo tanto, diferentes gobiernos interesados en “pesificar” la economía han dificultado la compra de dólares por parte de la población. Introduciendo tipos de cambio múltiples, cepos, etc. Generando pingües negocios cambiarios, en particular cuando las brechas entre los tipos de cambios oficiales, negro, azul, fueron significativas.

El interés por dejar de utilizar el dólar también se planteó en las transacciones internacionales. Hace algunos años los gobiernos de la Argentina y de Brasil acordaron liquidar las transacciones comerciales entre países utilizando pesos y reales, respectivamente. Una alternativa que solo fue utilizada en 1,5% (sic) de las transacciones.

Con la misma fuerza con la que no recomiendo la dolarización compulsiva de la economía, tampoco recomiendo el esfuerzo para que nos olvidemos del dólar. Como dije al comienzo de este capítulo, en la Argentina rige un sistema bimonetario que funciona, por lo cual propongo olvidar las recomendaciones extremas y concentrarnos en los problemas que sí existen.

Seguir leyendo:

Guardar