Segmentación y aumento de tarifas de gas y luz mediante, el Gobierno inició en octubre una transición en materia de política energética. La voz de orden pasó a ser el ahorro. Los subsidios tarifarios, otrora puntales de la política económica, son ahora casi mala palabra.
¿Qué ahorros es posible hacer en esta nueva etapa? ¿Qué hábitos de consumo pueden aligerar las cuentas? ¿Qué aparatos conviene usar y cómo? Son preguntas que no eximen de un breve repaso de la historia reciente.
El 24 de diciembre de 2007, en vísperas de Navidad y apenas dos semanas después de asumir su primera presidencia, Cristina Fernández de Kirchner emitió el decreto 140, que declaró “de interés y prioridad nacional el uso racional y eficiente de la energía”.
La política energética, sin embargo, fue a contramano del decreto. De 2008 a 2022 la Argentina gastó el equivalente a USD 200.000 millones en subsidios a la Energía y el Transporte y decenas de miles de millones en importaciones energéticas (en 2022 serán más de USD 7.000 millones, superando el récord de USD 6.413 millones de 2013): de gas (por gasoductos, de Bolivia, y por barcos, de países tan lejanos como Argelia y Qatar), de combustibles líquidos (gasoil, fueloil) y de electricidad, desde Brasil.
De 2008 a 2022 la Argentina gastó el equivalente a USD 200.000 millones en subsidios a la Energía y el Transporte
En agosto de 2013, en un acto transmitido por cadena nacional desde Río Gallegos, Cristina Kirchner se jactaba de lo opuesto al “uso racional y eficiente” de la energía. “¿Saben cuántos barriles por cabeza, por cabecita de argentino consumimos en la Argentina?”, se preguntaba. Y respondía: “2,53 barriles de petróleo anuales. ¿Saben cuánto consume Brasil, per cápita barriles por año? 0,59; Chile, 0,89 y Brasil (se refería a Uruguay) 0,92. O sea, que en la Argentina, per cápita en consumo energético, por así decirlo, consumimos 329% más que Brasil, 184% más que Chile y 174% más que Uruguay”, subrayaba,
La entonces presidente y hoy vicepresidente de la Nación comparaba así el consumo argentino con el de Brasil, de PBI por habitante inferior, pero desarrollo y tamaño industrial muy superior, de Chile, de ingreso por habitante y clima comparable, por la extensa frontera longitudinal, y de Uruguay, que ya había iniciado su política de precios energéticos a favor del ahorro y la inversión que -dice el ingeniero nuclear Luis Juanicó, investigador del Conicet en Bariloche- hizo que hoy sea el país del mundo con más alto porcentaje de energía de fuentes renovables.
Mientras, forzado por las circunstancias y los costos de una política energética que desangró las reservas del Banco Central y explica el grueso del déficit fiscal, el gobierno argentino empieza a desandar el camino del subsidio fácil, mediante la “segmentación” y el aumento de tarifas de luz y gas, ya vigente en octubre, y un opaco sistema (por nivel de usuario, categoría y umbrales de consumo, zonas del país, temporada, etc.) que de aquí a un año –y a iguales niveles de consumo- multiplicaría por más de siete las facturas de más de un tercio de los usuarios de gas y electricidad del país.
Qué hacer
¿Qué hacer para consumir menos y reducir el impacto? El Gobierno inició una campaña (“Cuidemos los recursos. Cuidemos nuestro país”) con “consejos prácticos” sobre acciones de ahorro en el hogar y “calculadores” de consumo. Un segmento precisa, por caso, que calefacción y cocción explican más de la mitad del consumo de gas y electricidad de los hogares argentinos.
“La campaña es muy pobre y no incluye consejos prácticos; describen cómo se gasta, pero no cómo ahorrar”, dijo Juanicó a Infobae.
El mayor consumo residencial se da en calefaccionar el ambiente y calentar agua
En primer lugar, contó el investigador, es importante no apuntar mal. La electrónica no es un gasto importante: un televisor LED, una computadora, la radio o un router son una parte menor del consumo de electricidad. El mayor consumo se da en calefaccionar el ambiente y calentar agua (para cocinar, para bañarse, en el lavarropas).
Una pava eléctrica demanda una potencia de 1.500 Wats (1,5 KW, kilowats). Usándola una hora al día son 45 (1,5 x 30) kilowats hora (KWh). Para calentar agua, dice Juanicó, todo lo que se puede hacer con gas hay que hacerlo con gas, no electricidad. Si por calentar con gas se hirvió el agua para el mate, no hay problema, explica. “Le agregás 12% de agua a temperatura ambiente, y tenés agua a 90 grados, justa para el mate”. De paso, el hervor hizo evaporar el cloro y el agua sabe mejor.
Calentar un ambiente con una estufita de cuarzo de dos velas una hora por día agrega 30 MWh a la cuenta mensual. O el doble si son dos horas. O el triple si son tres. Mejor prender una hornalla y calentar el ambiente de ese modo, prosigue Juanicó. Todo tipo de estufa que se enchufa y genera resistencia es de baja eficiencia. Ahí entran caloventores, estufas de cuarzo o radiadores de aceite, de una eficiencia de 100%, contra 300% y 500% de un Split frío/calor sin o con tecnología “inverter” (ambos “usan” el calor o frío exterior, con distinto sistema de regulación).
Si hay dinero para comprar un Split, dice el investigador, el aparato con “inverter” es más conveniente, aunque sea más caro. “Por unos pesos más, comprate el bueno”, enfatiza. Del mismo modo, prosigue, una heladera con tecnología “inverter” gasta la mitad que una sin y calcula ahí un consumo típico de 50 contra 100 KWh al mes, lo que a $10 el KWh son $500 de “ahorro”, escaso en relación al precio de las heladeras modernas. Con los aumentos de tarifas, sin embargo, la cuenta puede escalar.
Cómo lavar la ropa
En el lavarropa es más fácil ahorrar, explica Juanicó. En primer lugar, usándolo siempre lleno, pues con pocas prendas aumenta el peligro de rotura “porque al girar, se vuelve un potro mecánico”. Ese riesgo, además, aumenta en lavarropas de carga frontal, con tambor retenido por un rulemán trasero, que al vencerse comienza a golpear, pero muchos prefieren por comodidad o falta de espacio.
“Usalo lleno, bajá la velocidad de centrifugado a 500, lavá la ropa cuando hay buen tiempo y terminá de secarla al sol; ahorrás agua, electricidad y jabón”, explica el investigador.
El lavararropa usalo lleno, bajá la velocidad de centrifugado a 500, lavá la ropa cuando hay buen tiempo y terminá de secarla al sol; ahorrás agua, electricidad y jabón (Juanicó)
Además, en haras del uso racional de energía conviene lavar la ropa “normal” con ciclo de agua fría, porque calentar 40 litros de agua a 90 grados demanda mucha electricidad. Otro consejo, en los lavarropas que lo tienen, es usar el “ciclo ecológico” (no el corto), pues incluye una etapa de remojo, que afloja la suciedad, y la ropa se lava a no más de 40 grados, lo que también ahorra energía.
En suma, dice Juanicó, Split con inverter, heladeras ídem si es posible, uso eficiente del lavarropas y “tirar pavas eléctricas y estufitas a cuarzo, y eventualmente usar la hornalla para calentar la cocina”.
Eso sí, aclara, contra el ahorro de energía conspira la construcción moderna: edificios sin aislación térmica y sin persianas para graduar el ingreso de aire y sol, con “blackouts” que no dan aislación y ventanas corredizas sin burletes, que dejan pasar el “chiflete”. La baja aislación térmica se completa con paredes finas y ausencia de ventanas de doble vidriado hermético. “Las cosas están peor hechas que hace 20 años”, dice Juanicó, partidario de enjuiciar a los constructores de edificios “inteligentes”, íntegramente a electricidad, en los que -dice- la “inteligencia” fue ahorrar costo en cañerías y evitar los controles de instalación de gas.
Uso racional
Otro investigador que hace años estudia sistemáticamente el uso racional y eficiente de la energía es Salvador Gil, doctor en Física y profesor de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) en la que dirige la carrera de Ingeniería en Energía
El uso racional, explica, tiene que ver con cómo se procura satisfacer ciertos servicios energéticos (iluminación, calefacción, cocción). Según lugar y ocasión: uno puede iluminar o ventilarse simplemente abriendo una ventana. También es racional apagar la luz cuando se sale de un ambiente y poner el termostato a temperaturas moderadas. La energía más barata y limpia, dice Gil, es la que no se usa.
La eficiencia tiene más que ver con la tecnología, como las alternativas de iluminarse con lámparas incandescentes (o halógenas, las antiguas) o las “de bajo consumo” (FCL) o las de tecnología LED.
A la larga las lámparas incandescentes, las más baratas al momento de compra, son 7,5 veces más caras que las LED, por su mayor consumo de energía
En un flamante paper sobre “Costo nivelado de los servicios energéticos”, Gil, junto a Braian Jullier y Roberto Prieto, calculó el costo de igual servicio de “iluminación” para 30.000 horas con las 3 tecnologías tomando los precios de mercado de las lámparas a octubre 2022 y un costo de $18 el kWh, valor promedio sin subsidio y con impuestos y cargas provinciales en la Argentina, según datos de Cammesa. El resultado es que a la larga las lámparas incandescentes, las más baratas, son 7,5 veces más caras que las LED. A su vez, iluminarse con las “de bajo consumo”.cuesta 80% más que con las LED pero menos de una cuarta parte que con las tradicionales.
En definitiva, a lo largo de la vida útil, es mucho más importante el gasto en energía que en la compra inicial del “equipo” (en el caso de las lámparas es del 4 al 6%). Lo mismo sucede, dicen los autores, con el uso de motores eléctricos e incluso con las compras del Estado, donde el menor valor ofertado prima sobre la eficiencia en la prestación del servicio de que se trate.
A su vez, en un trabajo sobre “Eficiencia energética en la Argentina”, publicado en 2021 por la Fundación Bariloche y financiado por la Unión Europea, Gil demostró, entre otras cosas, que el consumo de energía de las heladeras argentinas (22% del consumo residencial y 7,5% del consumo eléctrico total del país) demandan cada año más energía que la capacidad de generación nuclear y que (en su equivalente) la importación de gas del país.
Una heladera moderna consume solo un tercio de la energía que consumía en 1973, tiene 20% más de capacidad de carga y cuesta la mitad en valores reales
Y esto sucede pese a que una heladera moderna consume solo un tercio de la energía que consumía en 1973, tiene 20% más de capacidad de carga y cuesta la mitad de los antiguos equipos, si los datos se corrigen por inflación.
Datos fríos
Una muestra representativa arrojó que el consumo medio de las heladeras en el país es de 830 KWh al año, contra 330 que consume una heladera con etiquetado energético “A”, lo que da espacio para un ahorro energético del 60 por ciento. “El potencial ahorro que se podría lograr con un plan canje de heladeras no etiquetadas por otras con etiqueta “A”, sería del orden del 3,7% de consumo eléctrico total, es decir unos 5 TWh/año.
En otras palabras, un plan canje de heladeras, que reemplace el 75% de las antiguas (más de 8 años, o sea aquellas que no tienen etiqueta de eficiencia) por nuevas con Etiqueta A o mejor, generaría un ahorro de electricidad comparable a la generación de una gran central eléctrica como la Central Eléctrica Embalse”, dice el trabajo de marras.
Recientemente, al ponderar los planes “Ahora 30″ para compra de celulares, televisores acondicionadores de aire y otros electrodomésticos, el ministro Sergio Massa enfatizó el potencial de ahorro en el recambio de acondicionadores.
Sin embargo, aclara Gil, la importancia de planes de ese tipo es que sean de “canje”; de modo de asegurar que los viejos equipos salgan de circulación, no que se revendan o queden como segundo aparato en una misma vivienda (”el aire acondicionado en el cuarto de los chicos). En el caso de los acondicionadores, como ha ocurrido en algunas experiencias, hay además un “efecto rebote”: al demandar menos energía se usan, no siempre por exigencia térmica, mucho más tiempo.
El mismo estudio calculó que reemplazar las heladeras de más de 8 años de antigüedad generaría un ahorro superior a 0,5 MWh al año por aparato y en 15 años lo pagaría dos veces el costo del nuevo. La importancia, en cualquier caso, es asegurar el “canje”, el retiro de los viejos aparatos. De los nuevos, a diferencia del caso de los acondicionadores de aire, no hay riesgo de “efecto rebote”: nadie “usa más” una heladera porque consuma menos energía que la que tenía antes.
“Más allá de quien cubre el costo de la tarifa, el sistema eléctrico en su conjunto se beneficia por el cambio de equipo”, dice el trabajo, y apunta como beneficios adicionales el ahorro en energía de las familias, la reducción de la demanda sobre el sistema eléctrico, de las emisiones de CO2, y la reactivación de un segmento industrial con un componente importado inferior al 10 por ciento.
La fórmula del verano
En otro estudio, en coautoría con Leila Iannelli, Gil analizó “medidas de bajo costo de refrigeración” para períodos estivales:
1) importancia de la fijación del termostato, que el decreto 140 de 2007 puso como valor de referencia en 24 grados (en EEUU, por caso, es 26);
2) uso de ventiladores cuando la temperatura es inferior a los 30 grados, pues en general tienen consumos 14 veces inferiores a los acondicionadores, lo que permitiría ahorra hasta 80% en costos de refrigeración en la zona central del país “sin perder condiciones de confort”. Ventiladores y climatizadores, precisa el estudio, producen una sensación de descenso de la temperatura de entre 3 y 5 grados; y
3) uso de ventanas con postigos y lamas oscilantes y ventanas con aleros, que permiten aprovechar la luz diurna y el ingreso de radiación en invierno y reducirla en verano.
Pero -lamenta el trabajo, en sintonía con la observaciones de Juanicó- “en los últimos 20 años las modas arquitectónicas fueron suprimiendo esos recursos”. Para quienes tienen casas, dice, disponer de un árbol de hojas caducas frente a una ventana orientada al norte puede servir para dar sombra en verano y dejar pasar el sol en invierno, soluciones simples y de bajo costo que pueden reducir sensiblemente la necesidad de refrigeración “AA” en una vivienda.
En otro trabajo, junto a Silvina Carrizo, Sofía Villalba y Raúl Zavalía Lagos, Salvador Gil probó tanto el sesgo “pro-ricos” de los subsidios al gas en la Argentina como el derroche del recurso. Los datos del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA, año 2012) muestran que la mitad de los hogares de mayor consumo (asociados a mayores ingresos) consumían el 72% del total, contra el 28% de la otra mitad.
Recalientes con el frío
En cuanto al derroche, el paper demostró que a similares condiciones climáticas, medidas por el indicador “Déficit Grado Día”, que sintetiza el rigor del frío y su extensión a lo largo del año, hogares de distintas locaciones en la Argentina consumían muchos más metros cúbicos de gas que sus pares de ciudades europeas de clima comparable.
La diferencia, tan marcada, no puede atribuirse del todo a factores como la calidad térmica de las viviendas y debe mucho a las irrisorias tarifas aplicadas “Particularmente las ciudades argentinas al sur del río Colorado, que reciben subsidios al gas que superan en más del doble los del resto del país, a igual DGD (déficit-grado-día) poseen consumos de calefacción que triplican o cuadruplican los de las ciudades europeas”, dice el estudio. En definitiva, resume, “los subsidios generalizados promueven el consumo y desincentivan la eficiencia o alternativas renovables”.
Gil recordó a Infobae que en un viaje a Ushuaia, para investigar los consumos de calefacción, al entrar en la habituación del hotel en que se alojó sintió un aire insoportable, de exceso de calefacción. Llamó entonces a Conserjería, para pedir que reduzcan el nivel, pero le respondieron que no era posible, que ese era el nivel al cual se calefaccionata todo el edificio. “Pero no se preocupe -le sugirieron- abra un rato la ventana y la temperatura se va a moderar”.
“Ahorrar energía es un objetivo que tenemos que recorrer y lo vemos en el mundo. Va a tener un fuerte impacto en la economía”, decía hace dos semanas el ministro Massa en un reportaje en el que también hizo hincapié en el “autoabastecimiento, para terminar con las importaciones energéticas” y arriesgó que el gasoducto Néstor Kirchner permitirá, en 2023, reducir de 33 a 8 el número de buques con cargas de GNL importado y ahorrar unos USD 2.700 millones en compras del fluido.
Con el principio del fin de los subsidios vuelve el discurso del “uso racional” y la “eficiencia energética” del olvidado decreto 140 de 2007. Sin dólares y destruido el peso, es hora de cuidar aquello de cuyo derroche Cristina Kirchner se jactaba por cadena nacional en aquel discurso de 2013.
Seguir leyendo: