Sergio Massa se alineó con el kirchnerismo y admitió ayer que él también irá por “su” congelamiento de precios. El mismo que fracasó durante la pandemia y que intentó reflotar Roberto Feletti cuando pasó por la secretaría de Comercio Interior. En ambas experiencias hubo resultados de cortísimo plazo, pero que no se pudieron sostener. Nada indica que ahora la dinámica vaya a ser muy diferente.
El ministro de Economía empieza a sentir en la nunca la presión del kirchnerismo duro, que sigue insistiendo que la culpa de la aceleración inflacionaria es de la especulación empresaria. El intento de imponer una etiqueta en los envases, como base del programa “Precios Justos”, quedó desactivado antes de nacer. La mayoría de las compañías advirtieron que resultaba materialmente imposible implementar esta medida en tan poco tiempo, además de generar mayores costos.
Por otra parte, Massa ya se había manifestado en contra de los congelamientos de precios, que siempre consideró como un instrumento poco efectivo para desacelerar la inflación. Pero ahora parece haber cambiado de idea, posiblemente ante la propia presión del Gobierno que precisa mostrar resultados en materia de control inflacionario, algo que ha resultado esquivó en toda la gestión de Alberto Fernández.
Octubre no terminó con buenas noticias en materia de inflación, ya que incluso habría superado los niveles de septiembre, cuando finalizó algo arriba del 6%. La presión del kirchnerismo ante la falta de resultados rápidos habría llevado a Sergio Massa a anunciar un congelamiento amplio de precios, que se activaría en diciembre
El congelamiento propuesto parece casi un “sincericidio” del propio Massa, ante las dificultades en obtener resultados concretos en materia inflacionaria. Octubre tampoco aportó buenas noticias, ya que incluso se habría producido un repunte tras la disminución de septiembre a 6,2 por ciento. Sin embargo, el aumento de los alimentos (especialmente los frescos) habría impulsado nuevamente el índice al alza.
Los buenos resultados de Massa se concentran sobre todo en haber logrado la estabilidad cambiaria, la consiguiente reducción de la brecha y un fortalecimiento de las reservas del Central, a partir del “dólar soja” de septiembre. Si bien son logros que alejaron el escenario de crisis total, resultan insuficientes para dar vuelta un escenario electoral que viene negativo para el oficialismo. Nadie gana una elección, razonan, solo por lo que pudo evitar.
Ahora la urgencia es recomponer los salarios a medida que se aproximan las elecciones presidenciales. Solo una mejora de los ingresos en términos reales podría cambiaria la ecuación de cara al 2023, después de cuatro años consecutivos de haber perdido fuerte contra la inflación.
El fuerte aumento de las paritarias en distintos sectores beneficia al menos a una fracción de los empleados del sector privado. Otros vienen corriendo a la inflación bien por detrás y ni hablar los empleados en negro o los independientes. En estos casos la merma del poder adquisitivo cayó más de un 30% en los últimos cuatro años.
Como resulta inviable conseguir una mejora de ingresos en medio de una inflación que se acelera mes a mes, la única opción a mano es volver a intentar con el congelamiento de precios. Si arranca en diciembre, tal como prometió el propio Massa, deberían mantenerse los precios del consumo masivo (alimentos, bebidas y productos de higiene) al menos hasta marzo.
El gran peligro es el de siempre: generar una olla a presión que termine explotando justo antes de las elecciones. En el equipo económico, sin embargo, justifican la medida en la necesidad de ponerle un freno a la “inercia inflacionaria”.
Estos ajustes de precios, salarios y otras variables que se van contagiando mes a mes debe ser –a partir de esta visión– frenada en seco. Se supone que el Banco Central acompañará manteniendo altas tasas de interés y cuidando los niveles de emisión monetaria, junto a una reducción del déficit fiscal.
Será difícil influir sobre las expectativas para que esto suceda, teniendo en cuenta que hay paritarias cerrándose arriba del 100% y que los gremios más grandes firmaron cláusulas gatillo que se activan en buena medida cerca de fin de año.
Quienes saldrían perdiendo en esta ecuación de costos crecientes y al mismo tiempo obligación de congelar precios al público son las propias empresas. Perderán márgenes gradualmente y posiblemente reduzcan el nivel de producción si las cuentas no cierran. Nada que ya no haya sucedido en el pasado.
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