El dólar es, sin dudas, la principal moneda mundial. Explica casi 60% de las reservas de los bancos centrales, en él se factura la mitad del comercio global de bienes y servicios y la mitad de las operaciones financieras (bonos, acciones, crédito), casi 90% de las operaciones cambiarias lo tiene en alguna punta del intercambio, es la divisa usada como “ancla monetaria” por mayor número de países y, además, la moneda de “refugio” en situaciones de incertidumbre como la que actualmente vive el mundo: guerra en Eurasia, tensiones geopolíticas entre EEUU y China y hasta la posibilidad de uso de armas nucleares, como amenazó el presidente ruso, Vladimir Putin.
En cuanto a la economía, los últimos datos de inflación en EEUU (8,2% interanual a septiembre, menos que en agosto, pero más de lo que se esperaba) y un mercado laboral apretado convencieron a todos de que la Reserva Federal, el banco central norteamericano, seguirá aumentando las tasas de interés, reforzando la tendencia a la apreciación del dólar respecto de las demás monedas, sin que se avizore la posibilidad de un acuerdo como el que en septiembre de 1985 los países del entonces llamado G5 (EEUU, Canadá, Inglaterra, Francia y Japón) alcanzaron en el Hotel Plaza de Nueva York para detener e incluso revertir lo que ya entonces llamaban “superdólar”.
Ese acuerdo fue posible y exitoso porque había incentivos alineados. El superdólar ochentoso estaba dañando a los exportadores norteamericanos y presionando a Europa y Japón y el entonces secretario del Tesoro de EEUU, James Baker, y sus colegas del G5 estaban dispuestos a negociar.
La situación hoy es distinta; quienes deberían negociar un acuerdo de ese tipo no tienen incentivos para hacerlo. No lo tiene China, que hasta recortó la tasa de interés, a menos que la moneda china (renminbi, usualmente referido como yuan) se desvalorice mucho más de lo que ya lo hizo, ni EEUU, cuya secretaria del Tesoro Janet Yellen, ratificó que está a favor del tipo de cambio “que determine el mercado” y espera que un “dólar fuerte” ayude a reducir la inflación, señaló Mrugank Bhusari, analista del Atlantic Council, uno de los centros de economía y geopolítica internacional que durante la semana visitó en Washington el ministro de Economía argentino, Sergio Massa.
El cuadro se agrava con la debilidad del euro, con una Europa que a duras penas afronta los costos de la guerra en Ucrania y una crítica situación energética, y la caída histórica que tuvo la libra esterlina tras los fallidos anuncios iniciales de Liz Truss, la primera ministra británica, que a poco de asumir ya echó a su primer “Chancellor of the Exchequer” (ministro de Finanzas) Kwasi Kwarteng.
Así las cosas, el actual súperdólar no da signos de aflojar y su aumento respecto de otras monedas y activos ya afeitó el valor de las reservas del Banco Central de la Argentina. “El dólar seguirá fortaleciéndose, porque la Fed no puede perder reputación y va a seguir aumentando las tasas para parar la inflación. No hay mayor incertidumbre que la posibilidad de una guerra nuclear. El dólar es la moneda mundial y la Fed es hoy el banco del mundo; lo que hace lo tienen que hacer los demás: subir las tasas, para que sus monedas no se sigan devaluando, lo que es una fuerza recesiva, mala para nosotros y para todo el mundo”, dijo a Infobae Roberto Frenkel, miembro del equipo económico que en junio de 1985 lanzó el Plan Austral, meses antes del Acuerdo del Plaza.
Alimentos y energía
Además, el encarecimiento de la divisa norteamericana apunta a deprimir más los precios (expresados en dólares) de los commodities alimenticios, que exportan países como la Argentina y Brasil, que los energéticos, más estrechamente ligados a los vaivenes geopolíticos y a las decisiones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y su miembro de mayor peso, Arabia Saudita.
De hecho, ante la caída del precio del petróleo respecto de sus picos de junio, Arabia anunció el recorte de la producción diaria de la OPEP en dos millones de barriles diarios. En respuesta, dio cuenta la consultora geopolítica Eurasia Group, Washington inició 3 movidas retaliatorias: 1) el proyecto NOPEC (No Oil Producing & Exporting Countries) que habilita al departamento de Justicia a enjuiciar a las petroleras que respondan a las medidas del Cartel por violar la Ley Antitrust (Sherman Act); 2) la OPEC Accountability Act, reintroducida en el Congreso el mismo día del anuncio saudita, que involucra en negociaciones y sanciones al presidente y al representante comercial de EEUU; y 3) la Strained Partnership Act, que apunta a la tensa sociedad con Riad con el posible retiro de 3.000 militares norteamericanos de Arabia y 2.000 de Emiratos Árabes Unidos e incluso de las baterías de defensa misilística Patriot y Thaad.
El más endeudado
Paradójicamente, EEUU es a la vez el país más endeudado del mundo. El 4 de octubre pasado, informó el Tesoro de ese país, la deuda federal superó los 31 billones (millones de millones) de dólares, cerca del techo de endeudamiento (31,4 billones), fijado por el Congreso hasta fin de año. La deuda federal de EEUU ya superó el 100% de su PBI (es de 119%, según el FMI) y, según proyectó la Oficina de Presupuesto del Congreso de EEUU, será del 185% del PBI hacia 2050. Son cerca de USD 100.000 de deuda por habitante y, en términos nominales, más del doble de la deuda pública del país que le sigue (Japón) y el triple del tercero (China).
El peso de la deuda
El aumento de tasas refuerza ese fenómeno. Charles Bilello, de Compound Advisors, calculó que con la tasa actual los servicios de deuda suman cada año USD 716.000 millones, casi dos veces la deuda pública total de la Argentina, y podrían, a medida que aumenta la tasa de la Fed y se renuevan los bonos del Tesoro, llegar a USD 1 billón al año. En un reciente informe el propio Bilello precisó que a EEUU le llevó 205 años (desde su independencia en 1776 hasta el último día de 1981, durante la primera presidencia de Ronald Reagan) llegar al primer billón de deuda. El ritmo se aceleró con la Reaganomics y, salvo unos pocos años durante el gobierno de Bill Clinton, no se desactivó desde entonces. La deuda era de USD 10,6 billones al asumir Barack Obama, de USD 19,9 billones al asumir Donald Trump y de USD 27,8 billones cuando asumió Joseph Biden, el actual jefe de la Casa Blanca.
Esos números, sin embargo, no cambian la tendencia actual. “La deuda de EEUU es deuda que el mundo quiere”, dijo Claudia Sahm, execonomista de la Reserva Federal. El dólar, subrayó, “es un activo seguro, en especial cuando ocurren cosas malas”. En los 60s el entonces ministro de Finanzas (y luego primer ministro) francés, Valery Giscard D’Estaing consideró “un exorbitante privilegio” la condición de EEUU como emisor mundial. “El dólar es la moneda del mundo; ellos se financian en su propia moneda”, resumió Frenkel.
El peso argentino es hoy una perfecta contracara: una moneda que casi nadie quiere, aun con tasas efectivas superiores al 100% anual, y que alimenta, por default, la demanda de dólares. A fines de 2021 Nicolás Gadano, exgerente general del Banco Central había calculado que los argentinos detentamos unos USD 200.000 millones, cerca de 10% de la circulación mundial, a razón de 4.000 per cápita, contra 3.100 en EEUU. Son un préstamo gratuito al Tesoro de EEUU (salvo la parte luego colocada en bonos del Tesoro de EEUU, a las tasas crecientes que refirió Bilello).
Un estudio del Servicio de Investigaciones del Congreso de EEUU detecta dos desafíos al rol global del dólar: del del renminbi, la moneda china, y la emergencia de monedas digitales oficiales, bajo estudio en más del 90% de los bancos centrales del mundo
Gracias a la condición del dólar como moneda mundial, dice un paper del Servicio de Investigaciones del Congreso de EEUU, la deuda norteamericana es más barata de lo que sería de otro modo y no depende de fluctuaciones cambiarias; son los acreedores (particulares, bancos, fondos de inversión, empresas y estados extranjeros) los que asumen el riesgo de que las fluctuaciones afecten el valor de su tenencia en la moneda de origen. También las empresas de EEUU ahorran “costos de transacción” al poder endeudarse en su propia moneda.
La otra cara de la moneda
La otra cara es que el menor costo induce al sobreendeudamiento, quita competitividad a la producción norteamericana y está detrás del persistente déficit comercial de EEUU, dice el estudio, que se pregunta cuáles son los desafíos al rol global del dólar al cabo de siete décadas en que reemplazó a la libra esterlina como principal moneda mundial y mantuvo esa posición a través de grandes cambios, como el colapso del sistema de tipos de cambio fijos, la globalización comercial y financiera, el desarrollo tecnológico y los virajes geopolíticos. En respuesta a su propia pregunta, el estudio del Congreso norteamericano detecta dos “desafíos”: el rol de la moneda china y la emergencia de monedas digitales oficiales, hoy en estudio por más del 90% de los países del mundo, según precisó el Banco de Basilea, suerte de “Banco Central” de los bancos centrales del mundo.
En todo caso, esos potenciales desafíos tienen mucho por recorrer. El renminbi (más conocido como “yuan”), precisa el estudio, es hoy la octava moneda más transada y la sexta en términos del valor de pagos globales, con una cuota de 1,66%, contra el 75% que detentan, en conjunto, el dólar y el euro, aunque a la vez China es el país que más avanzó en el diseño y pruebas de digitalización de su moneda, para influir en las finanzas y el e-commerce globales, limar el peso del dólar y prevenir sanciones de EEUU, cuestión que ganó visibilidad a partir de las sanciones a Rusia por la invasión de Ucrania.
Erosión invisible
El actual predicamento va a contramano de la “erosión invisible” del dólar como moneda mundial, como titularon Barry Eichengreen, académico e historiador económico de la Universidad de Berkeley, y Serkan Arslanalp y Chima Simpson-Bell, dos economistas del FMI, un estudio publicado por el organismo en marzo pasado. Desde principios del siglo XXI, dicen los autores, el dólar perdió gradualmente peso en la composición de reservas de los bancos centrales, no a expensas de la libra, el euro o el yen, que junto al dólar fueron las “cuatro grandes” monedas desde mediados del siglo XX, con el euro tomando la posta del marco alemán, sino en un 24% de su declinación a expensas del yuan, en un 47% a la emergencia de monedas alternativas (dólares canadiense y australiano y, más lejos, franco suizo) y en un 29% a un conjunto de otras monedas (coronas sueca, danesa y noruega, won coreano, dólares de Hong Kong, Singapur y Nueva Zelanda).
De momento, sin embargo, el superdólar seguirá irradiando sus efectos sobre la economía mundial, en particular, el de su apreciación a partir del aumento de las tasas de interés, que los demás países se verán presionados a replicar, para evitar mayor inflación, en la espiral recesiva que describió Frenkel.
“La situación económica global es cada vez más desafiante”, dijo Sri Mulyani Indrawatti, ministra de Finanzas de Indonesia y cabeza del encuentro de ministros del G20 del que participó Massa en Washington, preparatorio de la próxima Cumbre de Presidentes del grupo, en Bali, a mediados de noviembre. “El mundo está en una situación peligrosa”, advirtió Indrawatti: a las tensiones geopolíticas se suma un derrame monetario que anticipa una recesión económica mundial.
Cualquiera sea la explicación de la deriva económica global, no deja de ser una paradoja que el país más endeudado del mundo sea a la vez el de la moneda a cuyo ritmo bailan las demás. En relación al PBI, los países más endeudados del mundo son Grecia (225%), Japón (221%) e Italia (151%), pero la incidencia de EEUU en la economía (PBI de USD 25 billones, contra un total mundial de 103) y la geopolítica hacen que la evolución de su economía, su moneda y sus finanzas tengan un enorme impacto global.
A inflación persistente, superdólar insistente
El superdólar tiende a amplificar esos efectos y su extensión dependerá, en buena medida, de cuánto demore EEUU en llevar la inflación a niveles cercanos a su meta, tal vez hoy demasiado ambiciosa, de 2% anual.
Según Michael Spence, premio Nobel de Economía 2001 (junto a Joseph Stiglitz, el mentor del exministro de Economía argentino, Martín Guzmán, y George Akerlof, el esposo de Janet Yellen), el fenómeno pinta para persistente, porque esta vez la inflación será más difícil de abatir y durará más que a fines de los 70s y principios de los 80s, por al menos 8 motivos:
1) el mundo ya no cuenta con capacidad adicional de producción a bajo costo como tuvo en las últimas décadas en los mercados emergentes;
2) el envejecimiento de la población en los países que explican más del 75% del PBI mundial implicará menos mano de obra disponible y mayor presión laboral, sin que se reduzca la presión de demanda;
3) mayores costos en educación y salud;
4) shocks climáticos más frecuentes y costosos;
5) tensiones geopolíticas que, al privilegiar la seguridad sobre los costos (friendshoring), pondrá mayor presión sobre los precios;
6) efecto del fortalecimiento del dólar sobre las monedas y las tasas de inflación en los países de bajos ingresos,;
7) mayor concentración industrial, que tenderá a contrarrestar el efecto deflacionario de las recesiones;
8) altos niveles de endeudamiento, que en un contexto de tasas de interés más altas aumentarán la presión fiscal y dejarán menos espacio al costoso y largo desafío de la transición energética que, de ser financiado con deuda, pondrá más presión sobre los fiscos y la inflación.
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