El 6 de enero de 1937 tuvo lugar un Censo de Población en la entonces joven Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que -se esperaba- mostraría el rápido crecimiento de un pueblo bien alimentado y feliz. “Ilumina el cariño de Stalin, el futuro de nuestros infantes” dice el texto al pie de un afiche de época en que el dictador sostiene a un niño regordete, imagen de la supuesta fecundidad y prosperidad soviéticas, que a su vez sostiene la bandera de la hoz y el martillo.
Sin embargo, los resultados no se difundieron y el Censo fue anulado. Estudios posteriores, como uno de Catherine Merridale, de la Universidad de Bristol, en base a archivos del Censo e informes de oficinas locales, que no habían sido destruidos, arrojaron que la población soviética era entonces de unos 162 millones de personas, lejos de las 180 millones que esperaba Stalin.
Centenares de funcionarios que habían participado del Censo soviético de 1937 fueron encarcelados y los principales responsables fueron fusilados
El régimen había ignorado sus propias iniquidades, como el Holodomor, la hambruna que entre 1932 y 1933 mató a millones de ucranianos, debido a la colectivización forzosa de la agricultura, según documentó la sovietóloga Anne Aplebaum, y la “Gran Purga”, que mató a varios millones más de habitantes de la URSS.
Centenares de funcionarios que habían participado del Censo fueron encarcelados e Iván Krával, director del Instituto Soviético de Estadística, fue fusilado, igual que sus colegas más cercanos y que Olexándr Askatin, jefe del departamento de Economía de la Academia de Ciencias de Ucrania.
Como quiere el Jefe
En 1939 un nuevo Censo arrojó una población de 170 millones de habitantes, la cifra que, ya ajustadas sus expectativas, había estimado Stalin en la previa Asamblea del Partido Comunista. Los funcionarios habían aprendido la lección.
Tal un ejemplo extremo del proceso estadístico en dictaduras y gobiernos autoritarios, nada o poco constreñidos por legislaturas, magistrados y sociedad civil (incluidos los medios de comunicación independientes) a rendir cuenta de sus actos e informes.
¿Cuánto pueden afectar esas cuestiones datos económicos, como el PBI? Mucho, dice un paper (How much should we trust the dictator’s GDP growth estimates?) que Luis Martínez, economista colombiano, profesor del Harris Institute de la Universidad de Chicago, tras un riguroso proceso de revisión, acaba de publicar en el Journal of Political Economy. La sobreestimación del PBI de las dictaduras llega al 35% y al 15% en los países parcialmente libres, arrojó el estudio (por ejemplo, por cada punto porcentual de aumento del PBI real, el oficial consigna 1,35 en un país no libre y 1,15 en uno parcialmente libre).
La sobreestimación del PBI de las dictaduras llega al 35% y al 15% en los países parcialmente libres
Desde el cielo
Martínez contrastó los datos de PBI reportados al Banco Mundial por los gobiernos de 184 países con observaciones granulares de luz nocturna en sus territorios durante más de 20 años, provistos por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica y el Programa de Observación Satelital Meteorológica de la Fuerza Aérea de EEUU y calibrados por un sensor que gradúa la luminosidad de 0 a 63, una escala muy precisa. Luego cruzó esos datos con valuaciones para el mismo período (1992-2013) del informe Freedom in the World (Libertad en el Mundo) de la organización Freedom House, que en base a los resultados agrupa a los países en 3 categorías: No libres (dictaduras), Parcialmente Libres y Libres.
La robustez de los datos se evidencia, por caso, en que los países no libres o parcialmente libres tienden a exagerar su PBI si superan el umbral de PBI per capita que les impide acceder a fondos de ayuda concesionales. Además, la tendencia a exagerar el PBI se nota más en años recesivos, cuando los gobiernos se sienten más forzados a proyectar un mejor desempeño. Y las irregularidades tienden a provenir de las partes más sujetas a manipulación, tales como gasto e inversión públicas.
Ya en 2012 investigadores de la Universidad Brown habían demostrado en un estudio publicado por la Agencia Nacional de Investigaciones Económicas de EEUU (NBER) la validez y robustez de estimar la evolución del PBI de los países midiendo su luminosidad nocturna, pues la prestación y consumo de casi todo tipo de bienes y servicios durante la noche requiere luz. El trabajo mostraba incluso variaciones a nivel subnacional, como el menor crecimiento en las áreas costeras del África subsahariana respecto del interior regional.
Estudio forense sobre la inflación
El estudio de Luis Martínez pertenece a una nueva rama: la “economía forense”; que aplica filtros empíricos a datos oficiales. Por caso, el argentino Alberto Cavallo, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) publicó en 2012 en el Journal of Monetary Economics un estudio en el que comparó la evolución entre 2007 y 2011 de los datos de inflación oficiales de la Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Venezuela con la de los precios online publicados por supermercados y bocas minoristas en esos mismos países y detectó una gran divergencia entre las dos fuentes en la Argentina pero muy poca en los demás países, otra señal de cómo se cocinaban entonces los datos del Indec.
Martínez halló que, como norma general, un aumento del 10% en la luminosidad nocturna se corresponde con un aumento del 2,4% del PBI en los países libres, pero 2,9% o más para los parcialmente libres o no libres.
Además, a pedido de la revista británica The Economist, partiendo de los PBI de 1992 y “ajustando por luminosidad” calculó incluso que la tasa de crecimiento acumulada en países “no libres”, oficialmente del 147%, sería en verdad del 76%, casi la mitad. De igual modo, estimó que hacia 2021 la diferencia en el PBI pror habitante oficial y el que sugiere la luminosidad nocturna era de poco menos del 2% en los países “libres”, del 28% en los “parcialmente libres” y del 102% en los “no libres”.
Hacia 2021 la diferencia en el PBI oficial y el que sugiere la luminosidad nocturna era de poco menos del 2% en los países “libres”, del 28% en los “parcialmente libres” y del 102% en los “no libres”
— ¿Le sorprendió comprobar que las dictaduras o regímenes menos libres libres exageren su PBI y que lo hagan en tal medida?, le preguntó Infobae.
— No me sorprendió el resultado general. La evidencia anecdótica al respecto es abundante y se remonta a la manipulación en los censos de la URSS bajo Stalin o incluso a la manipulación de obras de arte y fotografías en esa época. Lo novedoso es el desarrollo de una metodología que permite detectarlo para los datos de crecimiento económico y estimar su magnitud, sobre lo cual no tenía una hipótesis específica. Fue interesante encontrar un efecto tan grande. Puede que esa diferencia en la relación entre PBI y luces se deba a otros factores que varían entre países y no al nivel de democracia. Por ejemplo, que los países democráticos sean más ricos de entrada y sea esto lo que importa. O que el gasto público tenga un mayor peso en la economía en los países no democráticos y eso es lo que importa. Para descartar hipótesis alternativas verifico de manera cuidadosa que el resultado principal no se debe a diferencias en un conjunto amplio de características económicas, geográficas, demográficas, etc.
— ¿Hay algún tipo de sesgo en los datos de América Latina?
— Es un caso interesante por varias razones. Por un lado, hay variación importante en el nivel de democracia entre los países de la región. Por otro, hay casos, como Argentina o Venezuela, que desafortunadamente se asocian con baja credibilidad o incluso ausencia de estadísticas oficiales. Colombia es un caso interesante como una democracia más o menos fuerte, pero ciertamente imperfecta. Una anécdota ocurrió hace ya algunos años en el gobierno de Álvaro Uribe, cuando el entonces director de la agencia estadística renunció alegando que había recibido presiones para modificar algunas cifras. Esto refleja que gobiernos de toda índole están tentados a exagerar su desempeño, pero también que en un país con contrapesos democráticos básicos y respeto por las libertades civiles es más difícil lograrlo.
— Qué surge de tu estudio sobre los datos de PBI de China?
— China es tal vez el país que más suspicacias genera hoy sobre las estadísticas oficiales; van más allá del crecimiento económico y abarcan otros indicadores, como los datos de contaminación. En cuanto al PBI, los resultados de mi trabajo sugieren que China es uno de los más afectados por la manipulación de cifras, en la medida en que es al mismo tiempo uno de los países menos democráticos y también uno de los que más ha crecido. Dicho esto, aclaro que el método basado en luces nocturnas es útil para detectar un patrón agregado en los datos (muchas observaciones de diversos países en distintos años), más que en países específicos. Puede que la discrepancia entre luz y PBI en China se deba a factores distintos a la manipulación de datos, como el nivel de urbanización o el grado de intervención del estado en la economía.
Un estudio de Jeremy Wallace, profesor de la Universidad de Cornell y columnista de The Washington Post y Los Angeles Times, citó en su momento un cable diplomático según el cual en 2007 Li Kequiang, entonces funcionario en una provincia china, dijo que los datos oficiales del PBI eran “solo una referencia” y era mejor atenerse a datos como el consumo de electricidad (similar al método de luces nocturnas de Martínez).
Más de diez años después, ya primer ministro, Li Kequiang fue quien reclamó a la entonces directora de operaciones del Banco Mundial, Kristalina Georgieva, por los bajos puntajes que el informe anual “Doing Business” asignaba a China. Esa queja generó cambios metodológicos a favor de la posición de China y causó una denuncia e investigación que en 2021 casi lleva a que Georgieva, ya directora del FMI, fuera relevada de su cargo, que conservó gracias a un voto de confianza del directorio.
Martínez aplica técnicas econométricas a partir de grandes bases de datos a temas de “Economía Política”, como el nivel de inversiones en zonas de baja o alta presencia de las FARC (la insurgencia colombiana) antes y después de los acuerdos de paz de 2016, o temas históricos como el grado de resistencia civil en Alemania del Este antes de la caída del Muro de Berlín.
Mienten, pero duran
Desde la politología, uno de los referentes de ese tipo de estudios es Steven Levitsky, director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad dee Harvard y autor junto a Daniel Ziblatt, del libro “Cómo mueren las democracias”, sobre la creciente inestabilidad política y el riesgo de rupturas del orden democrático. Junto a Lucan Way, otro politólogo, Levitsky se apresta a publicar un libro sobre la durabilidad de los gobiernos autoritarios, en especial los surgidos de procesos revolucionarios.
El libro (Revolution and Dictatorship: The Violent Origins of Durable Authoritarianism) muestra la extraordinaria longevidad de la URSS, que duró 74 años a pesar de situaciones muy adversas. También cita el caso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que gobernó México durante 85 años consecutivos, y los regímenes revolucionarios de China, Cuba y Vietnam, que siguen en el poder tras más de seis décadas, algo que igualan unas pocas monarquías del Golfo Pérsico.
Las autocracias revolucionarias no sólo han sobrevivido pese a hostilidad externa, malos resultados económicos y fracasos políticos en gran escala (Levitsky y Way)
Las autocracias revolucionarias no sólo han sobrevivido pese a hostilidad externa, malos resultados económicos y fracasos políticos en gran escala, dicen Levitsky y Way. El PC Chino se mantuvo (y mantiene) en el poder pese al catastrófico “Gran Salto Adelante” y el caos de la “Revolución Cultural”. El régimen comunista de Vietnam soportó la devastación de 30 años de guerra. El cubano, una invasión respaldada por EEUU, un largo embargo comercial y la catástrofe económica tras el colapso soviético. La República Islámica de Irán soportó cuatro décadas de hostilidad internacional y una larga y sangrienta guerra con Irak.
La mayoría de los regímenes revolucionarios, abundan los autores, sobrevivieron al colapso global del comunismo, la pérdida de patrocinio extranjero, la crisis económica y la oleada democrática posterior a la caída del Muro, y muchos permanecieron intactos. De hecho, todos los regímenes comunistas que se mantienen en el siglo XXI nacieron de una revolución violenta, incluidos los de Angola y Mozambique en el África subsahariana.
En base a un análisis estadístico de los regímenes autoritarios establecidos desde 1900, los autores prueban que aquellos surgidos de cambios violentos sobrevivieron, en promedio, casi tres veces más que sus homólogos no revolucionarios.
Impacto enorme
Aunque escasas (20 desde 1900), las autocracias revolucionaria tuvieron un impacto enorme en la política mundial, debido a la extraordinaria ampliación del poder del Estado, la destrucción de antiguas élites, la creación de poderosos aparatos de control y represión y la movilización de enormes recursos humanos y sociales en pos de rápidos avances industriales y militares que les permitieron adelantarse geopolíticamente a regímenes rivales.
Las revoluciones, dice el libro, traen consigo guerras, pues los cambios drásticos tienden a desestabilizar el orden regional e incluso el mundial y aumentan la probabilidad de conflictos militares, amén de generar mayor incertidumbre y percepción de amenaza entre los Estados vecinos y entre las potencias. Aunque han sido responsables de grandes tragedias humanas, explican los autores, los regímenes revolucionarios engendran modelos ideológicos y políticos y “exportan” desde modelo económicos y políticos hasta estrategias de insurgencia.
Pero algo no han podido, muestra el estudio de Martínez: impedir que las luces nocturnas delaten su retraso respecto de los regímenes democráticos y sus manipulaciones para ocultarlo.
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