En los últimos días el euro alcanzó un valor de paridad con el dólar a nivel internacional. Cuando se lanzó la moneda común europea hace más de 20 años, la Argentina pensó en aprovechar una situación similar en un momento de crisis aguda, pero no lo pudo lograr por el derrumbe del 2001.
Domingo Cavallo había planeado desde 1992 en la implementación de una “canasta de monedas” como una instancia superadora del tipo de cambio fijo. Su deseo cobró mayor impulso cuando el dólar comenzó a revalorizarse respecto de las demás monedas fuertes del mundo a partir de 1995 y dejó al peso en una situación de desventaja competitiva en relación con los principales socios comerciales de la Argentina.
El ex ministro dijo a Infobae que “la desconfianza del mercado no era por la devaluación, si no por el default; de hecho, no había un problema de competitividad porque en 2001 por los planes de competitividad mejoró la situación y eso se reflejó en la balanza comercial; y el riesgo país no creció por la convertibilidad ampliada o el factor de empalme, si no porque las provincias no podían pagarle sus deudas a los bancos y el megacanje lo tuvimos que hacer sin el respaldo de la recaudación impositiva porque la UCR se opuso. De todos modos, avanzamos en la reestructuración de los bonos locales en la fase I y luego el FMI nos boicoteó en la fase II, con los acreedores externos, lo que provocó la brutal devaluación del 2002″.
En aquel momento, Fernando de Santibañes sufrió la insistencia del enérgico economista en un viaje que compartieron en forma casual desde Miami. “Estaba obsesionado desde los ‘90 con un ataque especulativo en contra de la convertibilidad”, relató con cierto pesar el mejor amigo del presidente Fernando De la Rúa.
Apenas asumió su cargo en el gobierno de la Alianza en 2001, Cavallo sostuvo que la moneda argentina sufría una sobrevaluación del 20%, pero juró que el gobierno jamás provocaría una devaluación, luego de 10 años de vigencia del 1 a 1.
El día que anunció el proyecto que incorporaba el euro al sistema vigente desde 1991, intentó persuadir durante una conversación telefónica de 55 minutos al director ejecutivo del FMI, Stanley Fischer, de la necesidad de contar con un apoyo explícito del organismo multilateral.
Fischer le explicó que la ganancia de competitividad para el país sería mínima ya que el euro estaba en alza y el dólar en baja. Pero Cavallo le retrucó que la combinación de ambas monedas fuertes dentro de la convertibilidad era la única vía para avanzar hacia la flotación “sucia” del peso sin crear pánico. Su intención era que la divisa más devaluada actuara como piso y la más apreciada como techo de la futura banda de fluctuación cambiaría.
Desesperado, Fischer convocó a Tomás Reichmann, el auditor chileno que lideraba el caso argentino a su despacho para que le brindara nuevos argumentos que pudieran frenar la iniciativa y volvió a comunicarse con el ministro. Del otro lado del teléfono, el veredicto ya había sido escrito. “Lo lamento, pero en media hora voy a anunciar el plan por televisión”, se limitó a responderle el titular del Palacio de Hacienda al hombre que estaba cerca de dejar su cargo en manos de la nueva “dama de hierro” de las finanzas internacionales, Anne Krueger.
La Reserva Federal de Nueva York también le advirtió en dos oportunidades a Cavallo que no lanzara la convertibilidad ampliada. El ministro tomó nota del pedido, pero tampoco le hizo caso a su amigo William McDonough:
— ¿No comprendés que la situación está bien encaminada?—expresó Cavallo, mientras los colaboradores de McDonough se tomaban la cabeza por la ceguera del ministro argentino.
La reacción negativa del mercado ante la nueva versión de la convertibilidad fue inmediata, con una baja simultánea en los precios de bonos soberanos y de las acciones de las empresas argentinas.
La reacción negativa del mercado ante la nueva versión de la convertibilidad fue inmediata, con una baja simultánea en los precios de bonos soberanos y de las acciones de las empresas argentinas
Cavallo sostuvo que los operadores del mercado eran “miopes” que debían utilizar anteojos “para que vean bien y no se equivoquen”. “Los mercados... ustedes saben qué son los mercados; son unos muchachos jóvenes que están sentados mirando una computadora, hablando por varios teléfonos y que no tienen tiempo de pensar”, disparó.
Más allá de los insultos, su gabinete le advirtió que los inversores creían que el anuncio oficial representaba el primer paso hacia una fuerte devaluación. El ministro les respondió que no volvería a hablar del tema. “Ni siquiera voy a volver a pensarlo”, les juró en vano una semana antes de enviar el proyecto al Congreso Nacional.
La ley, sancionada el 21 de junio, incorporaba la flamante moneda de la Unión Europea “a partir del día siguiente en el que un euro cotice a un dólar para la venta”.
Algunos colaboradores de Cavallo pensaban que la puesta en marcha de la nueva convertibilidad ponía en riesgo las reglas de juego en forma innecesaria. El viceministro Daniel Marx y el jefe de asesores, Guillermo Mondino, eran los funcionarios más contrariados con la idea dentro del Palacio de Hacienda.
Federico Sturzenegger, el joven que había ingresado a la función pública para integrar el equipo de Ricardo López Murphy y que decidió seguir en el equipo económico como secretario de Política Económica de Cavallo, también estaba muy confundido. Fuera del gabinete económico, Horacio Liendo advirtió que el cambio en el sistema monetario era demasiado complejo como para lanzarlo en el “rústico” contexto político del año 2001.
Pero el ministro creía que, además de combatir la asfixia financiera, el gobierno debía brindarle una fuerte señal de apoyo a la economía real luego de la caída del PBI del 3,4% en 1999, del 0,5% en 2000 y del 2% en el primer trimestre de 2001.
El factor de empalme
Más acelerado que nunca, Cavallo consideró que ni siquiera podía esperar a que el euro igualara al dólar y puso en práctica en forma inmediata el “factor de empalme”, un subsidio para los operadores del comercio exterior que funcionaría hasta que las dos monedas elegidas como el respaldo de la convertibilidad ampliada quedaran empatadas.
Aunque el ministro intentó presentar el factor como una simple medida fiscal, en la práctica el nuevo mecanismo significó un desdoblamiento del mercado cambiario, a través de la creación de un virtual “dólar comercial”.
El experimentado analista uruguayo del ABN Amro, Arturo Porzecanski, quien había comenzado a monitorear a la Argentina en los ‘70, advirtió que “tras los anuncios salió el cuco; hay mucho miedo a que Domingo Cavallo vaya a una devaluación”.
De inmediato, Guillermo Mondino partió para reunirse con los principales gurúes de Wall Street. “Éste es un paquete de medidas sobre política comercial, un programa de incentivos a las exportaciones”, intentó convencerlos el joven y delgado funcionario en una reunión convocada al mediodía en el sur de Manhattan, cuando el riesgo país escalaba hasta los 985 puntos básicos, para terminar la jornada del 19 de junio de 2001 clavado en 1.000 puntos.
Pánico internacional
El pánico se trasladó de inmediato a otros mercados: el real brasileño tocó su mínimo histórico con 2,45 por dólar, la bolsa madrileña cayó con fuerza por la baja de las acciones de las empresas con presencia en la Argentina y las empresas nacionales que cotizaban en Wall Street perdieron hasta un 6,7 por ciento.
“Como en el exterior no nos entendieron tenemos esta reacción negativa, pero esto se solucionará cuando los argentinos empiecen a actuar a partir de los incentivos que da este nuevo paquete económico”, arriesgó Cavallo.
Entusiasmado, Sturzenegger consideró que las medidas eran “positivas e ingeniosas”, aunque admitió que a los inversores les costaría “un poquito” entenderlas. “A los mercados les gustan las cosas sencillas”, comentó el entonces tímido economista, que ocuparía la presidencia del Banco Central desde 2016 con el gobierno de Mauricio Macri.
Más preocupado, Mondino se lamentó porque el ministro ni siquiera se tomó la molestia de avisarle al FMI antes de lanzar este plan de estímulo a las exportaciones, que se combinó con otras medidas como la creación del impuesto a los créditos y débitos en cuenta corriente, que se suponía de “emergencia” pero sigue vigente hasta la actualidad.
El distorsivo tributo, obligatorio para la mayoría de las transacciones bancarias, permitió moderar la caída de la recaudación producida por la caída en el nivel de actividad y por el efecto de otra particular receta cavallista, los planes de competitividad, destinados a otorgarles ciertas rebajas impositivas al campo, los servicios y la industria.
Stan Fischer volvió a probar suerte al advertirle al ministro que los planes eran intervencionistas y que estaban basados en un sistema demasiado sofisticado como para que las empresas aprovecharan sus ventajas.
El único resultado posible, según el director ejecutivo del Fondo, era una fuerte pérdida fiscal. De hecho, los ingresos tributarios cayeron el 9,1% en abril, se tomaron un respiro en mayo con una suba del 8%, y volvieron a desbarrancarse el 4,9% en junio, 8,7% en julio, 3,4% en agosto, 14% en septiembre, 11,3% en octubre y 11,6% en noviembre, hasta que el ministro se convenció de la necesidad de reducir los flamantes beneficios impositivos.
Si el jefe del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, Claudio Loser, sentía cierto hartazgo por la convertibilidad ampliada y por los planes de competitividad, sus nervios terminaron de estallar con el “factor de empalme”.
Loser y Reichmann creían que la Argentina comenzaba a transitar nuevamente la peligrosa senda del tipo de cambio múltiple que ya no podían apoyar.
Con su habilidad retórica a cuestas, Liendo viajó en forma inmediata a Washington para discutir la polémica iniciativa con los integrantes del Departamento de Asuntos Legales del organismo. “Con su magia logró convencer a nuestros abogados de que el factor de empalme no significaba una medida cambiaria y así lo reflejaron ellos en su dictamen”, se sorprendió uno de los negociadores de la entidad multilateral.
Luego de algunos días de silencio, el organismo utilizó toda su diplomacia para afirmar que “con este tipo de cambio, el gobierno argentino pretende incentivar el comercio exterior, reactivar el mercado interno y mejorar los ingresos fiscales”.
Pero los mercados fueron menos generosos que el Fondo. A pocas semanas del costoso “megacanje” impulsado con el Credit Suisse de David Mulford, los inversores extranjeros volvieron a colocarles un cepo a los planes financieros del gobierno y Cavallo redobló la presión sobre los bancos locales y las AFJP para seguir subsistiendo.
El desplome de los bonos argentinos
A partir de entonces, el índice promedio de riesgo país nunca bajó de los cuatro dígitos: 1.407 puntos básicos en julio, 1.502 en agosto, 1.828 en octubre, 2.768 en noviembre y 4.434 en diciembre, frente a los 217 puntos básicos registrados durante el último mes del año 2000.
Europa especulaba con la posibilidad de que la Argentina tuviera que pasar el 50% de sus reservas a euros si se ponía en marcha la convertibilidad ampliada, y Wall Street ya no les daba demasiado tiempo de vida a los pilares de la estabilidad cambiarla e inflacionaria de la década del 90.
Como reflejo de esta desconfianza, el dólar a futuro comenzó a cotizarse a $ 1,25 a un año en el mercado de Non Delivery Forwards (NDFs) de Nueva York, luego de permanecer en torno de $ 1,03 durante los ‘90.
Cuando el temor a una devaluación crece, los inversores aceptan pagar un interés a cambio de fijar un precio de dólar determinado, ante la percepción de que la tasa de devaluación hasta la fecha pactada puede ser más alta que la prima de riesgo que pagan. En el caso del dólar de la Argentina, esa tasa superaba el 50% en julio de 2001.
Mondino y Sturzenegger se desesperaron, ya que una brecha excesiva entre el dólar spot y el futuro alimentaría el circuito especulativo en contra del manoseado plan de convertibilidad.
A dúo, le plantearon al ministro la necesidad de intervenir para bajar el precio del dólar futuro e intentaron sumar en su cruzada al secretario de Finanzas, Daniel Marx, y a su subsecretario, Julio Dreizzen.
El megacanje y la debacle
Pero luego del megacanje, el equipo de Finanzas ya estaba totalmente convencido de la imposibilidad de torcer las expectativas de los inversores con maniobras técnicas aisladas.
Con ciertas dudas, Cavallo tanteó al presidente del Banco Central, Roque Maccarone, para saber si estaba dispuesto a utilizar una parte de las menguantes reservas de la entidad en esta arriesgada jugada. “El banco puede ganar mucha plata”, buscó entusiasmarlo el titular del Palacio de Hacienda.
Cuando el veterano banquero supo que el país perdería US$ 2.000 millones con la operación, debido al temor que predominaba en los inversores por las escasas posibilidades de repago de la deuda, tomó coraje y se animó a decirle que no al ministro. “Hubiera sido una locura porque habríamos comprado un seguro de cambio para los bancos mientras perdíamos reservas”, recordó, aliviado, un funcionario encargado de convencer al presidente del BCRA. En noviembre, el dólar a un año ya se ubicaba en $ 1,43 y un mes más tarde caería primero el ministro de Economía, luego el presidente De la Rúa y, finalmente, el plan de convertibilidad mientras la moneda común europea se encaminaba a dar a luz.
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