Los cruces permanentes entre Martín Guzmán y el kirchnerismo fueron desgastando su autoridad y su presencia en el gabinete de Alberto Fernández casi desde el inicio de su gestión al frente del Ministerio de Economía, y que derivaron este sábado en su salida del gobierno.
El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, la dirección que tomó la política económica del Frente de Todos, la pelea por los subsidios y las tarifas y la resistencia permanente de los funcionarios que responden a Cristina Kirchner representaron un desafío a la gestión diaria de Guzmán en el Palacio de Hacienda.
Apuntado en público y en privado, el ahora ex ministro de Economía tuvo que defender el programa económica con el FMI ante los fuertes cuestionamientos internos. El resultado de su negociación con el organismo derivó, sin ir más lejos, en la salida de Máximo Kirchner de la jefatura de bloque de Diputados, lo que fue un antes y un después en la convivencia interna de la coalición.
Desde el inicio de su negociación con el organismo que conduce Kristalina Georgieva, las conversaciones estuvieron enmarcadas en un reclamo del kirchnerismo para influir en la dirección de ese tira y afloje. El sector más identificado con Cristina Kirchner intentó imponer condiciones: que haya un plazo de pago de 20 años y una quita de capital, dos elementos que Guzmán ni siquiera los consideró porque están fuera de los estatutos del Fondo Monetario.
Ya con el acuerdo firmado, la renuncia de Kirchner fue el primer síntoma de quiebre en la coalición frentetodista. Un grupo de legisladores -diputados y senadores- votaron en contra del programa consensuado con Washington y minaron de manera definitiva la legitimidad de ese pacto hacia dentro del propio Gobierno.
Los principales puntos que formaron parte de ese acuerdo fueron de por sí objetados por el kirchnerismo. Ese sector de la coalición consideró que las metas fiscales y monetarias comprometidas por el Gobierno implicarían un proceso económico recesivo que no ayudaría políticamente a las posibilidades electorales del oficialismo el año próximo. Y además, apuntó fuertemente contra el equipo económico de Alberto Fernández por no haber logrado acumular reservas, que para las dos partes implicaba el objetivo más relevante de todo el acuerdo con el Fondo.
El ahora ex ministro de Economía funcionó, en ese sentido, como una suerte de “garante” del programa económico con el FMI. El acuerdo tuvo su sello, fue sostenido hasta el final por Guzmán, defendió su contenido y su aplicación -al que sostuvo como una especie de hoja de ruta o croquis de su plan económico- y además fue el único interlocutor que tenía la Casa Rosada con la conducción del Fondo Monetario.
La pregunta que sobrevuela, entonces, es si la próxima conducción del Ministerio de Economía, buscará continuar el sendero de ese programa económico o buscará un plan distinto, acordado o no con ese organismo. De por sí, las metas comprometidas por el Gobierno con el Fondo Monetario ya aparecían como cada vez más difícil de cumplir, especialmente el objetivo de acumulación de reservas y de límite fiscal.
Guzmán convivió, como pudo, con funcionarios subalternos que parecían tener más poder incluso que el propio ministro por momentos. La presencia de dirigentes kirchneristas en el área de Energía lo privaron a Guzmán de poder avanzar según su plan en un desarme del esquema de subsidios a las tarifas a la velocidad que pretendía. Guzmán, incluso, intentó despedir a Federico Basualdo, subsecretario de Energía Eléctrica, pero fue sostenido por Cristina Kirchner. Más de un año después de ese hecho, Guzmán ya no forma parte del gabinete y Basualdo se mantiene en su puesto.
Basualdo no fue el único. Federico Bernal, de Enargas, y el propio secretario de Energía Darío Martínez, resistieron en distintas ocasiones políticas que Guzmán quiso llevar adelante, y propiciaron una fractura cada vez mayor entre el kirchnerismo y la conducción del Palacio de Hacienda.
Fue, en ese sentido, uno de los “reclamos” que sutilmemente incluyó Guzmán en su carta de renuncia: que su reemplazante pueda tener el control total de la botonera de decisiones económicas. “Considero que será primordial que trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante para que quien me reemplace, que tendrá por delante esta alta responsabilidad, cuente con el manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica necesarios para consolidar los avances descriptos y hacer frente a los desafíos por delante”, mencionó el saliente ministro.
Guzmán, en las últimas semanas, había conseguido hacerse de algunos de esos elementos claves de política económica: por un lado, de la Secretaría de Comercio Interior, que pasó de ser ocupada por Roberto Feletti a un funcionario de su entorno más íntimo como Guillermo Hang. También había conseguido hacerse de la política tarifaria, hace pocos días, cuando el Gobierno decidió entregar la autoridad sobre el esquema de segmentación en la Subsecretaría de Planificación Energética que estaba en manos de Santiago López Osornio, otro del entorno de Guzmán.
Otra discusión habitual y pública entre Guzmán y el kirchnerismo fue la dirección de la política económica. La puja entre los dos sectores tenía que ver con si el ministro de Economía llevaba adelante, o no, un ajuste del gasto. Cristina Kirchner, en una de sus cartas más recordadas, planteó abiertamente que la gestión de Guzmán estaba basada en un ajuste, lo que intentó ser discutido por el saliente ministro.
La inflación apareció como la última fuente de tensión entre Guzmán y el kirchnerismo. Desde ese sector apuntaron desde el inicio al ahora ex ministro por no haber podido controlar el ritmo de suba de precios, que ya encontró sus números mensuales y anuales más altos en tres décadas y que preanuncia una cifra final para 2022 entorno del 80 por ciento. El saliente funcionario usó como escapatoria, más allá de los factores locales que pusieron presión al frente inflacionario, la razón internacional, explicada por el shock de precios externos por la guerra en Ucrania.
El tenor de las críticas desde el kirchnerismo mutó desde cuestionamientos de Cristina sobre la polítíca económica y el debate abierto sobre si el camino de Guzmán implicaba o no un ajuste, a un ataque directamente personal, como el que exploró el camporista Andrés Larroque, que acusó a Guzmán de no haber sido votado, de que su mandato había finalizado y últimamente de haber “pactado un ajuste” con los movimentos sociales.
En términos generales, Guzmán eligió no salir a responder los cuestionamientos más duros como el de Larroque, aunque sí por momentos prefirió “dar el dabate” económico con ese sector, por lo que salió en distintas ocasiones a defender su gestión, el acuerdo con el Fondo Monetario, sus medidas contra la inflación y la necesidad de bajar el déficit y la emisión monetaria. Incluso llegó a acusar al último gobierno kirchnerista de tener “problemas de inconsistencia”.
Solamente aprovechó una de las cuantiosas oportunidades en que se preanunciaba su salida del gabinete para tirar un dardo para el sector de enfrente dentro del Frente de Todos, cuando reclamó que la gestión continuaría solo “con quienes estén alineados” con el rumbo económico. Menos de tres meses después, fue él quien tuvo que salir del Gobierno.
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