Los períodos de alta inflación histórica en la Argentina parecen tener un denominador común, más allá del contexto externo: el desorden fiscal y la falta de un plan claro de estabilización.
Más allá de sus efectos colaterales, el plan de convertibilidad fue el único momento de un triunfo claro sobre la suba de los precios, el peor impuesto sobre los sectores pobres de la sociedad, que este año rondaría entre el 65% y 70%, frente al 48% estimado por el Gobierno en marzo, como meta extrema en el acuerdo de financiamiento que firmó con el Fondo Monetario Internacional.
Antes y después de la década del 90, el país registró varios episodios de inestabilidad inflacionaria, con dos hiperinflaciones incluidas, que fueron superadas en forma transitoria pero no dejaron enseñanzas suficientemente tajantes como para que el país pudiera desterrar su problema inflacionario crónico, que perdura hasta la actualidad.
Y aunque el Gobierno suela remarcar que la inflación actual tiene un fuerte componente internacional a raíz de la invasión rusa a Ucrania, la suba de precios superaba el 50% anual antes del comienzo de este drama bélico y ha exhibido uno de los registros más altos del mundo en los últimos años.
El Gobierno suele remarcar que la inflación actual tiene un fuerte componente internacional a raíz de la invasión rusa a Ucrania, pero se acelera mientras en el resto del mundo cede
¿Cuál es el factor determinante de este fenómeno que ya parece haberse asumido como parte de la constelación de la economía argentina, pese a que figura como la principal preocupación de la sociedad, según diferentes sondeos de opinión?
¿Por qué no la han podido derrotar ni gobiernos más afines a políticas de mercado ni populistas, presidentes militares ni civiles, desde que se registró un 14% en 1935 cuando se creó el Banco Central?
¿Se trata de un fenómeno que responde a la “concentración económica”, uno de los argumentos preferidos de algunos economistas del oficialismo, o al desorden fiscal que se traduce en una alta emisión monetaria, como han reconocido los ministros del Gobierno y señaló en forma constante el Fondo Monetario Internacional (FMI)?
¿Qué peso específico tiene la “inflación importada” en este problema?
En la historia se pueden encontrar algunas de las respuestas a estos interrogantes.
El economista Darío Judzik de la Universidad Torcuato Di Tella dijo a Infobae que “los períodos de alta inflación se generan por el financiamiento monetario del déficit fiscal y, sobre esto, se montan situaciones como la guerra en Ucrania, que aumenta el precio de la energía y las materias primas, pero que se suman a una inflación de dos dígitos que lleva más de 15 años en Argentina, ya que es un problema estructural”.
En los primeros años posteriores a la salida de la convertibilidad, el gobierno logró estabilizar la suba de precios y, tras evitar una hiperinflación a principios del 2002, pudo mantener la inflación bajo control en base al orden fiscal y a la represión de ciertos precios, pero a partir de 2005-2006 el índice de precios al consumidor (IPC) comenzó a subir y la respuesta del gobierno de Néstor Kirchner fue comenzar a manipular las estadísticas desde 2007, una maniobra que perduró hasta fines del 2015.
A partir de 2005-2006 el IPC comenzó a subir y la repuesta del gobierno de Néstor Kirchner fue comenzar a manipular las estadísticas desde 2007, una maniobra que perduró hasta fines del 2015
Los dos episodios más graves anteriores a la convertibilidad fueron la hiperinflación de 1989 durante el gobierno de Raúl Alfonsín, tras una transitoria calma durante el Plan Austral y el fallido Plan Primavera, y, previamente, el Rodrigazo en 1975 en la presidencia de María Estela Martínez de Perón, como resultado del caos político, la represión de los precios y los efectos del shock inflacionario internacional de principios de los setenta.
Al respecto, Juzdik contó que “la crisis de los 70 generó inflación en todo el mundo y un shock de precios muy grande, pero acá ya estábamos con el tercer peronismo, el Rodrigazo y la política monetaria de la del principio de la dictadura que tampoco ayudaron”; la solución, fallida, que encontró el gobierno militar fue atrasar el tipo de cambio durante la gestión de José Alfredo Martínez de Hoz, a través de la “tablita”.
En este sentido, el economista Miguel Kiguel menciona en su libro “Las crisis económicas argentinas” que “el Rodrigazo fue una típica crisis de balanza de pagos, pero de una magnitud sin precedentes, que dejaría una herida abierta en la economía argentina durante décadas; los desequilibrios saltaban a la vista porque tenía lugar un gran aumento en la emisión del dinero, un elevado déficit fiscal y un tipo de cambio fijo, que no se podía sostener por mucho tiempo”. En 1975, la inflación fue del 335% y en 1976 del 347 por ciento.
Si el Rodrigazo mostró el fracaso del populismo económico o la heterodoxia, la crisis de 1981-1983 fue el fracaso de la ortodoxia a ultranza (Kiguel)
Kiguel agregó que “si el Rodrigazo mostró el fracaso del populismo económico o la heterodoxia, la crisis de 1981-1983 fue el fracaso de la ortodoxia a ultranza: el gobierno creía que fijando el tipo de cambio y desregulando la economía podría frenar la inflación y lograr un crecimiento sostenido, pero obviamente no fue así” y el país se encaminó a sufrir, junto con otros pares de la región, “la década perdida” en los ochenta.
Más allá de las cuestiones técnicas, Darío Judzik consideró que “las circunstancias políticas son muy importantes, ya que el déficit fiscal es un resultado contable, pero si hay un plan decidido, claro y con alto consenso social y político sobre cómo financiarlo, por medio de la reducción del gasto o del aumento de impuestos”, entonces la solución será más viable.
Al respecto, recordó el economista que durante el gobierno de Mauricio Macri también hubo “mucho voluntarismo y la idea de que con un presidente del Banco Central con cara de malo que aplica metas de inflación va a poner a todos los agentes económicos en caja, pero eso no sucedió en parte porque la política fiscal iba por un lado y la política monetaria por otro”.
Los disparadores
En este sentido, el economista Luis Secco afirmó que “en presidencias débiles o conflictos políticos hay una mayor propensión a una suba de la inflación; otro tema relevante es la dispersión de precios y ausencia de parámetros para determinar valores: una misma cosa tiene muchos precios diferentes, que no es lo mismo que la inflación, pero sí deriva en problemas de abastecimiento. A mayores restricciones de dólares, más defensa de los stocks”.
Durante el gobierno de Mauricio Macri también hubo “mucho voluntarismo” y la idea de que con un presidente del Banco Central con cara de malo que aplica metas de inflación va a poner a todos los agentes económicos en caja, no sucedió (Judzik)
“Estamos lejos de los niveles de desabastecimiento del Rodrigazo, pero a mayores controles, más problemas; eso se ve en la restricción energética. Y, además, es imposible en este contexto hacer un cálculo económico con estos precios, lo que deriva en una baja de la inversión. Si a eso le agregas que a la inflación la atacás con medias represivas, el problema se agrava”, advirtió Secco.
“En la literatura económica se ve cuándo la inflación moderada pasa a una situación de descontrol o una hiperinflación. Dado que las referencias son salarios y precios, se requiere un mínimo de credibilidad, porque en general quien rompe los acuerdos de precios y salarios no son ni los empresarios ni los sindicatos, sino el gobierno gastando más. En este sentido, el gasto público está creciendo el 87% anual y no hay ningún factor que haga suponer que se vaya a desacelerar”, explicó el economista.
Un ejemplo similar se puede encontrar durante la presidencia del gobierno de Raúl Alfonsín, tal como lo narra el sociólogo Juan Carlos Torre en su libro “Una Temporada en el Quinto Piso”, ya que el equipo económico de Juan Vital Sourrouille pretendía encarar un sendero de reducción del déficit fiscal pero se encontró con una cerrada oposición dentro del propio radicalismo para encarar reformas sostenibles.
Jorge Garfunkel relató en su libro “59 semanas y media que conmovieron a la Argentina” que en la implementación del Plan Primavera “cualquier decisión que en el área económica implementara el gobierno se enfrentaba con el obstáculo que significaba el descrédito y escepticismo general sobre su capacidad y convicción para superar los problemas”. En 1984 la inflación fue del 688% y en 1989 del 4923 por ciento.
Cualquier decisión que en el área económica implementara el gobierno se enfrentaba con el obstáculo que significaba el descrédito y escepticismo general (Garfunkel)
“Se había cristalizado en formadores de opinión y en el público la idea de que el partido gobernante había desaprovechado dos grandes oportunidades para realizar sustanciales cambios en la política económica”, relató Garfunkel, en relación al poder inicial del gobierno de Alfonsín en 1984 y al Plan Austral, una conclusión que perfectamente podría aplicarse también al gobierno de Macri, que si bien tuvo que enfrentar una fuerte inflación reprimida heredada del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, a la vez gozó de una alta credibilidad por parte de los agentes económicos en sus inicios.
Antecedentes
Antecedentes en el siglo XX se pueden encontrar desde el primer peronismo, tal como citan varios autores como Roberto Cortés Conde, Pablo Gerchunoff y Gerardo Della Paolera, entre otros, que se refirieron a las consecuencias de la fuerte expansión del gasto y el crédito del período 1946-1948 a través de una importante desaceleración en 1949 y el consecuente aumento de la inflación, que Perón intentó abordar en su segunda gestión a través de un congelamiento de precios y salarios que tuvo poco eco en su propio partido y en los sindicatos. La aceleración inflacionaria tuvo su correlato en la pérdida del crecimiento económico. “Se había terminado la fiesta peronista”, subrayó Cortés Conde en la “Economía política de la Argentina en el Siglo XX”: la Argentina alcanzaba en 1950 una inflación del 50,2 por ciento. El siguiente pico sería del 101% en 1959, durante el gobierno de Arturo Frondizi.
Sin embargo, más de 70 años después, el país sigue discutiendo las causas de la inflación en lugar de abordarlas y aparecen en el gobierno de Alberto Fernández dos caminos para entender y encarar esta crisis, tan divergentes que llevan a pensar que ninguna solución sostenible aparecerá en el corto plazo y que es más probable pronosticar una suba de precio de tres dígitos que un índice bajo, propio de un país que pretende ser normal.
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