El 30 de julio de 1947 un avión del fabricante Avro modelo 691 Lancastrian partió desde Londres en una travesía que duraría más de 30 horas de vuelo sobre el mar, hasta llegar al Aeropuerto de Morón, en Buenos Aires, para recargar combustible y seguir hasta Santiago de Chile, su destino final.
Sin embargo, tras haber partido desde el aeropuerto bonaerense, el comandante de la nave se comunicó con la torre de control del aeropuerto de Los Cerrillos de Santiago para anunciarle que esperaba su aterrizaje en 4 minutos. Pasó casi una hora y la aeronave aún no había sido detectada en el cielo chileno. En ese momento nació el misterio del vuelo 59 de British South American Airways, y con él las especulaciones más impensadas.
Desde Londres, el 691 Lancastrian, avión que había sido readaptado de los bombarderos Lancaster y bautizada Star Dust, partió con solo dos pasajeros a bordo. Paul Simon, un agente del tesoro británico, y la alemana Martha Limpert. La tripulación estaba compuesta por su capitán Reginald James Cook, quien era veterano de guerra y tenía más de 90 misiones bélicas; Donald Checklin, primer oficial y quien también tenía experiencia en combate; el copiloto Norman Hilton; y la sobrecargo Iris Adams.
El 1º de agosto, cuando el Star Dust arribó a Morón, tanto pasajeros como tripulación pasaron la noche en la Argentina. A la mañana siguiente recibieron a 6 pasajeros más y despegaron a las 10:32 de la mañana.
El trayecto debía durar una cuatro horas y atravesar la peligrosa Cordillera de los Andes. Tanto en Buenos Aires como en Londres, los comandantes habían recibido instrucciones de no cruzar por Mendoza -el camino directo-, a menos que las condiciones meteorológicas fueran adecuadas.
Al aproximarse a las primeras cadenas montañosas, el Avro 691 Lancastrian ascendió de los 3.000 metros sobre el nivel del mar a 7.000. Acto seguido, recibieron una alerta del Aeropuerto El Plumerillo debido a una tormenta que azotaba a la Cordillera, justamente por donde el avión debía cruzar.
A las 14:00 horas, el propio capitán informó sobre baja visibilidad y turbulencias, en ese momento su altitud era de 7.200 metros. Aún le faltaba 45 minutos de vuelo para arribar a Santiago de Chile.
Lo próximo y último que se supo fue en la torre de control de Los Cerrillos, del costado chileno. El capitán informó su inminente arribo y finalizó con la misteriosa frase “stendec”. El avión nunca apareció y por más de medio siglo nunca se supo que había ocurrido entre esos picos de montañas que parecen no tener fin.
Especulaciones
Una de las teorías que surgieron apuntó al terrorismo. La presencia de un diplomático inglés en el avión, en un momento en donde las relaciones entre Argentina e Inglaterra no eran las mejores, hizo que algunos apuntaran a un atentado con el cual se habría querido evitar que cierta documentación secreta llegara a Santiago. Además, corrió el rumor de que el agente del tesoro británico llevaba consigo barras de oro.
Pero esta no fue la única explicación popular que surgió. La última palabra que emitió el capitán de la nave, la misteriosa “stendec”, fue tomada por muchas personas como una clara señal de contacto extraterrestre y tomó importancia en la cultura ovni. De hecho, una revista española sobre ovnis y el universo paranormal fue bautizada en honor a estas misteriosas siete letras: Stendek.clic.
Sin embargo, nada de todo esto pudo probarse, y pese a varias búsquedas que se realizaron en la zona donde habría tenido lugar el accidente -en las inmediaciones del volcán Tupungato-, nunca se encontró ni el más mínimo resto del Avro 691 Lancastrian.
Algo brillante entre la nieve
En 1998 un guía de montaña argentino llamado Pedro Reguera ascendió por el costado del glaciar del Tupungato cuando le llamó la atención un destello que brillaba entre la nieve, divisó metales retorcidos y la inscripción ‘Rolls Royce’ en un bloque de lo que había sido un motor.
Reguera descendió y le informó del hallazgo a un sargento de un regimiento de montaña y a los andinistas aficionados Carlos Moiso y Moiso, padre e hijo.
Los Moiso investigaron y hallaron los registros del vuelo 59 de BSAA que se habría extraviado en las inmediaciones del Tupungato. Además, dieron con el rumor de las barras de oro.
En enero del año 2000 emprendieron una expedición, listos para encontrar los restos del avión y el supuesto tesoro. Luego de 4 días de expedición hallaron en las laderas del glaciar los restos de una aeronave que podría tratarse del Star Dust.
Entre los restos encontraron tres cuerpos, una rueda, parte de un motor, restos de ropa, un asiento, billeteras vacías... pero ningún rastro del oro. ¿Podría haber habido saqueos anteriores? ¿Podría Reguera, el primer descubridor, haber vuelto al sitio para reclamar su hallazgo? ¿Se lo habría comentado a más andinistas?
Todas preguntas sin respuestas: nunca se supo si existió el mítico tesoro, o sólo fueron una leyenda.
Hipótesis del accidente
En primer lugar se determinó que el avión había colisionado con el Tupungato en las proximidades del glaciar del volcán. Sucesivas nevadas habrían hecho imposible detectar los restos para las expediciones de rescate y los restos habrían sido devorados por el propio glaciar año tras año, hasta que fueron expulsados por la parte inferior del mismo.
Los glaciares lejos están de ser enormes bloques de hielo inmóviles, se desplazan a una velocidad imperceptible pero constante. Son una colosal masa de hielo que se desliza por la ladera de los volcanes y las montañas hasta su desembocadura.
Las hipótesis sobre el accidente indicarían que el capitán nunca supo realmente donde estaba. En 1947 aún no se tenían muchos conocimientos del Jetstream, fuertes corrientes de viento invisibles que pueden alcanzar muy altas velocidades.
Lo que se supone que habría ocurrido, es que el capitán decidió aumentar la altitud para evitar la tormenta y voló creyendo que estaba avanzando en la dirección correcta. Pero estas corrientes de aire habían ralentizado la aeronave haciendo que avance menos de lo que creía.
Pensando que ya había atravesado la Cordillera, el comandante inició el descenso sin visibilidad clara. Cuando se dio cuenta del error ya era demasiado tarde, el volcán Tupungato estaba al frente y no había forma de corregir el fatal curso del vuelo 59 de BSAA.
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