“Miami no es exactamente una ciudad (norte)americana, sino una capital tropical: abundante en rumores, corta de memoria, sobre-edificada a partir de la quimera de dinero en fuga”, cita en su último número The Economist al escritor y ensayista Joan Didion, que hace 40 años así describía la ciudad más grande del estado de Florida, en el extremo sureste de EEUU.
Hoy, dice la revista inglesa, la ciudad es todavía más una capital tropical de América Latina que una típica localidad de EEUU, pero el dinero que allí fluye ya no es una quimera.
El artículo describe a Miami como la “capital comercial” de las Américas, el nodo más importante entre el gigante del norte y América Latina y el Caribe.
El condado Miami-Dade, precisa, alberga las sedes de 1.200 multinacionales que manejan desde allí sus operaciones latinoamericanas y tiene un PBI de USD 172.000 millones, igual al de Ecuador y Uruguay sumados.
Siete de cada diez de sus 2,7 millones de habitantes son de origen hispánico, más de la mitad de sus residentes nacieron fuera de EEUU y la ciudad tiene la extraña característica de beneficiarse tanto de los malos como de los buenos momentos de América Latina. En las crisis, porque recibe a los inmigrantes con más recursos y talento, y en los años de prosperidad, porque es uno de los destinos preferidos tanto para el turismo como la inversión residencial y emprendimientos de diverso tipo.
Lo de capital hemisférica tiene incluso fundamentos logísticos: de Miami parten y a ella arriban 43% de los vuelos entre EEUU y América Latina y la ruta aérea más viable entre dos capitales latinoamericanas suele pasar por Miami, por lo cual hasta podría decirse que algunas naciones –o capitales- de la región están más integradas con Miami que entre sí.
Derrumbe
No todas son rosas, claro. En junio se cumplirá un año del fatal derrumbe de las Champlain Towers, sobre la Avenida Collins, en el Surfside, en el que murieron 98 personas. El juicio por lo ocurrido comenzará en enero de 2023 y a fines del año pasado una investigación del diario USA Today apuntó que el derrumbe se habría debido a una serie de atajos que tomaron los desarrolladores inmobiliarios en su construcción, realizada para lavar fondos de cárteles de la droga en los 80s del siglo pasado, la época que evoca el comentario de Didion.
Cuarenta años después, la fiebre inmobiliaria sigue, Un informe publicado en noviembre pasado por Florida Realtors, una organización de corredores de bienes raíces del estado, identificó una “nueva ola” de compradores extranjeros que eligieron invertir en la zona impulsados por el optimismo acerca del fin de la pandemia y la flexibilización de las restricciones de viaje a nivel mundial.
Según el informe, los inversores argentinos son los segundos extranjeros que más compran propiedades en Miami, sobre todo en el sur de Florida. El ranking por origen de los fondos lo encabeza Canadá (USD 1.800 millones), seguido por la Argentina (USD 900 millones), Colombia (USD 800 millones), Brasil (USD 700 millones) y Venezuela (USD 400 millones).
El optimismo inversor y el empuje latinoamericano se manifiesta incluso en que no mucho tiempo después del derrumbe de las Champlain Towers un desarrollador nacido en la Argentina y radicado en el estado de Florida, The Melo Group, que detenta una cartera de más de 6.000 propiedades y unidades de alquiler, presentó el proyecto Aria Reserve Miami, una propuesta de dos torres de lujo, de 62 pisos de altura cada una, frente al mar.
La osadía de los emprendedores argentinos llega al punto, por caso, de SouthBat, una empresa cordobesa que vende bates de béisbol producidos en la Argentina con madera de guayaibí, de los bosques de Chaco y Formosa, que desde Miami vende en EEUU pero también a países que cultivan la pasión por ese deporte, como Venezuela, Cuba, República Dominicana, México y, en los últimos años, también Colombia.
La ciudad se benefició también de shocks geopolíticos recientes, como la guerra en Ucrania y el enfriamiento de las relaciones entre EEUU y China, que según Mauricio Claver-Carone, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), aumentaron su importante en el contexto de una incipiente transición desde la “globalización” hacia la “regionalización” de la economía.
“No hay ciudad más grande que encapsule la heterogeneidad de América Latina y el Caribe”, dijo Claver-Carone, natural de Miami, a The Economist.
Las diferentes oleadas migratorias dejaron en la ciudad diferentes improntas culturales y políticas, desde la salida masiva de cubanos con dinero que huyeron de la revolución liderada en 1959 por Fidel Castro, pasando por los nicaragüenses que huyeron de la “revolución sandinista” de fines de los 70s, las oleadas de colombianos huyendo de la violencia y en los últimos años la de venezolanos huyendo de la hambruna y la dictadura del régimen chavista hoy encabezado por Nicolás Maduro.
Razones de pesos
Miami y Florida se benefician también de gente de negocios y emprendedores que buscan un entorno de leyes laborales menos rígidas, sistemas impositivos más amigables y estados menos fofos y anquilosados, dice un resumen de Investment Monitor sobre las ventajas del lugar como “locación estratégica”, teniendo en cuenta que más del 70% de las exportaciones del estado (unos USD 50.000 millones) tienen como destino América Latina.
De hecho, el informe precisa que casi 30% de los negocios en Florida son propiedad de personas de origen hispánico, 27% habla un segundo idioma, nada menos que cuatro millones hablan español e incluso hay 86.000 que hablan fluidamente portugués.
La diplomacia comercial del estado abarca 40 cámaras binacionales de comercio y 94 pares de “ciudades-hermanas” con localidades latinoamericanas. Los principales ítems o sectores de exportación de Florida a América Latina son material y partes de aviación, equipos de telecomunicaciones, computadoras, equipamiento médico y vehículos los principales destinos Brasil, Paraguay, Colombia, Perú y la Argentina.
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