Como era esperable, el elevado dato de inflación generó todo tipo de reacciones tanto desde el punto de vista político como económico. Pocas horas antes de que el Indec diera a conocer el pico de 6,7% de marzo, Cristina Kirchner arremetió contra el presidente y dijo, aunque sin mencionarlo de manera explícita, que “no hace bien las cosas”. Por su parte el Banco Central subió otros 2,5 puntos porcentuales la tasa de interés de referencia y aceleró la suba diaria del dólar oficial, cumpliendo con el compromiso asumido ante el FMI.
Luego de rumores de todo tipo, desde el entorno presidencial confirmaron a Martín Guzmán. El ministro de Economía ya dio señales bien claras de que no piensa renunciar y pidió un alineamiento detrás del programa económico diseñado con el Fondo.
Claro que quienes se oponen al ministro y sus medidas provienen del propio kirchnerismo duro. Esto implica un margen muy estrecho para moverse: por un lado tratar de cumplir con el acuerdo firmado con el FMI, pero al mismo tiempo evitar que se siga profundizando la grieta. Ya no con la oposición, sino dentro de su propio espacio de Gobierno.
La inflación muestra en la Argentina un crecimiento gradual pero constante en los últimos 20 años. Más allá de las distintas explicaciones de los gobiernos de turno, existe un aspecto común a lo largo de los años: los recurrentes déficit fiscales acompañados de una gran emisión monetaria para financiarlos.
Martín Guzmán enfrentó quizás su peor semana desde que es ministro. Al pico inflacionario se sumó la presión dentro del propio Gobierno para removerlo. Él dejó en claro que no piensa irse y pidió cohesión
Los programas que fueron exitosos en combatir la inflación consiguieron justamente equilibrar las cuentas al menos por un período de tiempo. Así sucedió con el Plan Austral en 1985, pero los desequilibrios posteriores derivaron en el Plan Primavera y posteriormente la hiperinflación de 1989.
También sucedió con la Convertibilidad en 1991, que no sólo tenía una regla estricta impuesta por una suerte de “caja de conversión”, que funcionaba de manera imperfecta y además requería de un estricto equilibrio de las cuentas públicas.
El tercer período de baja inflación fue durante la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007), cuando se consiguió un superávit fiscal histórico luego de una suba récord del dólar.
En esas tres experiencias, los correspondientes gobiernos tenían un amplio respaldo popular y cohesión interna. Pero ahora no existen ninguna de esas dos condiciones. Por lo tanto, para Guzmán resulta inviable poner en marcha un plan antiinflacionario que resulte creíble y sostenible en el tiempo.
Las presiones para que el ministro de Economía deje su lugar de parte de Cristina Kirchner y La Cámpora tienen un problema básico: no proponen una alternativa medianamente potable. El “plan antiinflacionario” que presentó el gobernador Axel Kicillof junto al secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, fue la mejor comprobación. Más controles y listas de precios, fórmulas repetidas que vienen fracasando hace décadas.
En las tres últimas experiencias de baja inflación, los gobiernos tenían amplio respaldo popular y cohesión interna. Ahora no existen ninguna de esas dos condiciones. Para Guzmán resulta inviable poner en marcha un plan antiinflacionario que resulte creíble y sostenible en el tiempo.
Con un acumulado de 16,1% en el primer trimestre, la inflación para el 2022 está prácticamente jugada. Por delante aún quedan fuertes aumentos de tarifas, paritarias y más suba del dólar oficial. Además, el fuerte aumento de la energía también seguirá impactando en los costos de producción de las empresas. Sin anclas nominales, la inflación se encamina en cerrar alrededor del 60%, siempre y cuando no ocurra nada disruptivo que provoque que el dólar libre levante vuelo, luego de mantenerse varios meses planchado en la zona de los $ 200 (ahora incluso levemente por debajo).
Combatir en serio la inflación requiere de un plan creíble, que cuente no sólo con fuertes compromisos fiscales y monetarios, sino también de apoyo político. Como esta última pata está totalmente ausente, es inviable promover un programa serio para empezar a dominar este verdadero flagelo
La pregunta válida es si entre Alberto Fernández y Martín Guzmán encontrarán realmente una fórmula para que descienda gradualmente a partir del segundo semestre y llegar al 2023 con niveles de inflación más controlados. De eso depende las chances de que el kirchnerismo llegue con chances a las elecciones presidenciales.
Operación despegue
Desde que decidió votar en contra del acuerdo con el Fondo, Cristina viene llevando adelante su “operación despegue”. El objetivo es despegarse todo lo posible de la gestión de Alberto Fernández, tal como lo dejó claro en la última semana. Pero no le resultará fácil, desde el momento en que fue ella misma quien lo eligió para ser candidato presidencial.
Todas las encuestas muestran, además, que la gente responsabiliza mayoritariamente a este gobierno por la escalada inflacionaria. Y además los problemas para llegar a fin de mes ante ingresos que no alcanzan aparecen como el principal tema de preocupación en los hogares, por encima de la inseguridad, el desempleo o la corrupción.
Guzmán participará en Washington de la reunión de Primavera del FMI, que este año tendrá un formato “híbrido”. Los funcionarios de los distintos países que integran el organismo volverán a la presencialidad, pero habrá una opción de seguir las deliberaciones por streaming.
El ministro se reunirá con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, para evaluar la marcha del programa. La Argentina cumplió con las metas fiscales, monetarias y de acumulación de reservas en el primer trimestre. Pero la inflación fue mucho más alta que lo esperado y ya dejó obsoleto el rango de 38% a 48% que se fijó con el Fondo. Aunque no se trata de una meta a cumplir para recibir desembolsos, todo indica que se avanzará con cambios para poder acercarse a los “targets” negociados en el acuerdo.
En la reunión prevista con la número uno del FMI y Guzmán, se planteará la necesidad de introducir cambios al acuerdo recién firmado. La excusa será el cambio del contexto internacional a partir de la guerra en Ucrania. Pero permitiría a la Argentina no tener que pedir “waivers” tan rápido
Uno de los puntos centrales de la discusión seguramente pasará por el impacto de la guerra en Ucrania, la suba en las materias primas y su impacto en la Argentina. La inflación es hoy un problema global, al punto que Estados Unidos terminó marzo con un acumulado de 8,5% en los últimos doce meses, el nivel más alto de los últimos 40 años.
No poner en el radar esta situación que hoy es un dolor de cabeza en todo el mundo no sería lógico. Pero al mismo tiempo también es un hecho que la inflación acumulada del 55% en la Argentina sólo refleja marginalmente los impactos de la guerra.
La economía ya dejó atrás su mejor momento, que llegó entre fines de 2021 y el arranque de 2022, con un repunte del orden del 10%. Sin embargo, la inflación ya provoca estragos, especialmente en la caída de la capacidad de compra de productos de la canasta básica.
Martín Guzmán enfrentó quizás su peor semana desde que es ministro. Al pico inflacionario se sumó la presión dentro del propio Gobierno para removerlo. Presiones inflacionarias, falta de gasoil, paro de transportistas de granos, estancamiento económico, necesidad de cumplir con la meta fiscal negociada con el FMI son una combinación de por sí complicada. Pero lo más desafiante será mantener la gobernabilidad en medio del aumento de la pobreza, escasa generación de empleo y una dura oposición dentro del propio oficialismo.
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