Decir que “duro poco” sería técnicamente incorrecto. En rigor, “duró nada”.
El acuerdo al que llegó el gobierno de Alberto Fernández con el Fondo Monetario Internacional, y que rubricó ayer el directorio del organismo que dirige la búlgara Kristalina Georgieva, nació viejo, obsoleto. El impacto del contexto global, que generó aún con derivaciones inciertas la invasión de Rusia a Ucrania y los vaivenes de la golpeadísima economía local hacen que el nuevo programa sirva para poco y nada.
No es una especulación, un análisis o una proyección. Así lo reconoció el propio Fondo ayer, en un comunicado en el que definió al entendimiento con un riesgo “excepcionalmente alto”. Además, adelantó qué habrá que recalibrar metas ya, antes de lo pensado, en medio de pedidos de “amplio consenso político y social” y de implementación de “reformas estructurales”, un concepto que enerva aún más los ánimos en la caldeada coalición gobernante.
En cuatro párrafos muy claros, la propia Georgieva dejó en claro que el escenario es mucho más complejo de lo que se preveía. Para nadie es una novedad que el contexto siempre fue muy difícil, pero la contundencia con la que la directora gerente del FMI se refirió al acuerdo, no sólo lo pone en la categoría de incumplible sino que también deja en claro que ambas partes se asociaron en la desgracia para firmar una hoja de ruta imposible a la que la guerra le dio la estocada final. Así, el Fondo, que le dio a Mauricio Macri en 2018 el préstamo más alto de su historia –por fuera de sus estándares–, solo parece buscar cubrirse.
De entrada, la número 1 del Fondo habló de cierta recuperación de la economía y el empleo locales, pero después fueron todas malas noticias. A saber:
- “Argentina continúa enfrentando desafíos económicos y sociales excepcionales, que incluyen un ingreso per cápita deprimido, niveles elevados de pobreza, inflación alta persistente y una pesada carga de deuda”.
- “Un fuerte consenso político y social es clave para sostener la implementación de la agenda de reformas, incluso a mediano plazo”, recomendó.
- “Los riesgos para el programa son excepcionalmente altos y los efectos secundarios de la guerra en Ucrania ya se están materializando”, afirmó el organismo. Y puso en agenda lo que llamó “recalibración temprana del programa”.
La primera misión llegará un mes antes de lo previsto, a mediados de mayo. Será un termómetro urgente para medir el impacto local de la guerra y la inestabilidad de los números fiscales y la inflación. Se sabe: los supuestos sobre precios de la energía que ambas partes acordaron semanas atrás no tienen razón de ser. No la tenían en ese momento, y mucho menos luego de la invasión rusa y el salto de los commodities.
“Un fuerte consenso político y social es clave para sostener la implementación de la agenda de reforma, incluso a mediano plazo” (Georgieva)
Los textuales de Georgieva en el comunicado son fuertes, pero no tanto como el resto, los párrafos en los que trascendieron, siempre con el lenguaje diplomático y formal del Fondo, pormenores de lo que sin dudas fue una caldeada reunión del board. Entre los representantes de las naciones que conforman el Fondo hubo consenso de que había que aprobar el programa argentino, pero de ninguna manera hubo unanimidad.
De entrada, se avisa que vendrán antes y que eso fue un pedido de las autoridades argentinas. “Los directores enfatizaron que una consolidación fiscal creíble, sostenida y favorable es clave para fortalecer la sostenibilidad de la deuda y discontinuar el financiamiento monetario del déficit fiscal. Hicieron hincapié en la necesidad de mejorar la eficiencia, la equidad y el cumplimiento del sistema tributario. Pidieron mejoras en la estructura del gasto, incluida la reducción de los subsidios energéticos costosos y no focalizados”. Pidieron también programas de asistencia social focalizados y una gestión prudente de los salarios y pensiones.
Los directores también hablaron de riesgos excepcionalmente altos, de las vulnerabilidades del país y pidieron bajar la “persistente alta inflación”, sumar reservas y hacer “reformas estructurales que aborden las vulnerabilidades de larga data de Argentina”.
El último párrafo tiene dos frases contundentes:
- “Los directores coincidieron en que más allá del período del programa, se requerirán más esfuerzos para cimentar la estabilidad y abordar los desafíos estructurales de larga data”.
- “Algunos directores hicieron un llamado a las autoridades para incorporar algunas de estas reformas en el programa actual para aumentar su credibilidad”.
Los directores también hablaron de riesgos excepcionalmente altos, de las vulnerabilidades del país y pidieron bajar la “persistente alta inflación”, sumar reservas y hacer “reformas estructurales”
O sea, lo que está no alcanza. Y las reformas “sugeridas” tendrían que figurar en el programa. No fue lo que se votó, para alivio de Fernández y Guzmán. ¿Será un “pedido” futuro cuando haya que aceptar algún esquema especial, o waiver, si Argentina finalmente no cumple las metas que todos parecen coincidir que no cumplirá?
También trascendió el staff report del acuerdo, el documento de los técnicos de Fondo. Es similar a los papers ya conocidos a nivel local, aunque habla también de los riesgos del programa. Los externos, como la guerra en Ucrania, coletazos de la pandemia y los volátiles precios de la energía. Y los propios, los internos, que resumieron con pericia en dos: inestabilidad política y falta de consenso y factores que impactan en las exportaciones.
Según expresó anoche en Twitter el Presidente, el acuerdo permitirá “seguir creciendo, aumentando la inversión en obra pública, creando empleo formal, promoviendo la inversión social, educativa y en ciencia y tecnología”.
“Este acuerdo no quita derechos. No propicia reformas laborales ni jubilatorias. Tampoco dispone reformas estructurales en el Estado”, dijo.
Pero habrá recalibraciones urgentes e inevitables. Y antes de lo esperado.
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