Un 10 de junio de 1990 tuvo lugar uno de los acontecimientos más increíbles de la aviación comercial. Aquel día, el piloto Tim Lancaster y el primer oficial a bordo Alistair Atchinson debían cumplir con el vuelo 5390 de British Airways que se dirigiría desde Birmingham, en Reino Unido, hasta Málaga, en España.
A las 07:20, hora local, el avión modelo BAC 1-11, registrado como G-BJRT y conocido como “The County of South Glamorgan” de British Airways, despegó de Birmingham y trece minutos después ya había realizado un ascenso de 5.000 metros de altura. A los pocos minutos, cuando el servicio de catering a bordo comenzó a circular por los pasillos, uno de los parabrisas del costado del piloto se desprendió violentamente.
La diferencia de presión produjo una descompresión descontrolada que succionó al capitán Lancaster hacia afuera y, milagrosamente, lo dejó atascado con su torso afuera, siendo sostenido únicamente por sus piernas. En el momento del desprendimiento, la cabina de pilotos se llenó de una densa niebla provocada por la sobresaturación del aire, la puerta de la cabina se desprendió e impactó contra los controles y papeles y objetos comenzaron a volar generando un escenario terrorífico.
Sin embargo, Nigel Odgen, el asistente de vuelo, no tardó en agarrar el cinturón de Lancaster para sujetarlo, mientras que John Heward y Simon Rogers aseguraban los objetos sueltos. Una vez que la situación estaba relativamente controlada, con los tripulantes sosteniendo las piernas de su capitán, el avión descendiendo a toda velocidad producto de la descompresión, pánico en la cabina de pasajeros por el estruendo y por el notorio cambio del ambiente, el copiloto Atchinson retomó el control del avión y lanzó una señal de mayday para comenzar un descenso de emergencia.
Mientras tanto la sobrecargo Susan Prince tranquilizaba a los pasajeros y les explicaba que habían comenzado un aterrizaje de emergencia. En la cabina, Odgen estaba sujetando a su capitán desde la cintura a la vez que recibía ráfagas de viendo helado, de -17º centígrados, que lo comenzaron a congelar. En este momento Rogers lo reemplazó y se hizo cargo de sostener a Lancaster.
Más tarde, toda la tripulación admitiría que en esos momentos de terror habían dado por muerto al piloto, no obstante, nunca renunciaron a salvar el cuerpo de Lancaster, ninguno de ellos sabía que en realidad le estaban salvando la vida.
Dejando de lado consideraciones humanitarias y éticas, dejar ir al cuerpo de Lancaster podría haber resultado en una catástrofe, ya que podría haber dañado un ala del avión o una de las turbinas. Pero finalmente, Rogers aguantó hasta que Atchinson logró efectuar un aterrizaje de emergencia en Southampton, en la costa sur de Inglaterra, 22 minutos después de que el parabrisas se desprendidó.
Milagrosamente, el avión aterrizar sin problemas. Ninguno de los 83 pasajeros resultó herido, Odgen fue tratado por congelación, cortes y hematomas en el brazo, mientras que Lancaster, casi inexplicablemente, sólo sufrió fracturas en su brazo y mano derechos, congelación, hematomas y conmoción.
El piloto diría, una vez recuperado, que recuerda el incidente y haber sido succionado por el parabrisas, incluso dijo haber visto la cola del avión hasta que se desmayó y no tiene más recuerdos del hecho hasta haberse despertado en el hospital.
Las investigaciones posteriores determinaron que cuando se instaló el parabrisas 27 horas antes del vuelo, 84 de los pernos utilizados tenían un diámetro de 0,026 pulgadas, poco más de medio milímetro. Eran demasiado pequeños. Los seis restantes tenían el diámetro correcto pero 2,5 milímetros, pero eran cortos. Resultó que el parabrisas anterior también se había colocado con pernos incorrectos, por lo que cuando el jefe de mantenimiento de turno vino a reemplazar los tornillos, simplemente lo hizo de manera similar, sin referencia a la documentación oficial de mantenimiento. ¿Por qué lo hizo? Porque tenía presión de tiempo: el avión debía partir en breve.
Toda la tripulación fue reconocida por la sociedad británica y hasta por la propia Reina Isabel II por el valioso servicio que prestaron en el aire, mientras que el copiloto recibió el Premio Polaris, la más alta condecoración asociada con la aviación civil, otorgado por la Federación Internacional de Asociaciones de Pilotos de Líneas Aéreas, en reconocimiento de su habilidad y heroísmo.
Tras el incidente, Lancaster solo tardó 5 meses en recuperarse y volver a pilotar aviones comerciales. Continuó trabajando en British Airways hasta el 2003, cuando pasó a volar con EasyJet hasta su retiro en 2008. En tanto, Atchinson fue un poco más lejos, y trabajó hasta el día de su cumpleaños 65, en 2015.
La historia de Tim Lancaster es una de las más increíbles de la aviación comercial, no sólo porque Lancaster sobrevivió, cuando todo indica que en dichas condiciones era muy probable que perdiese la vida, sino también por el heroísmo de los tripulantes y copiloto que no se rindieron, sostuvieron a su capitán y lograron aterrizar la aeronave sin que ningún pasajero saliera herido.
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