¿Será esta la tormenta que precede la calma? Imposible saberlo: muy pocas personas en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en el Gobierno conocen con precisión en qué punto está la negociación para postergar el pago de la deuda de la Argentina.
Sin embargo, algunas declaraciones oficiales y gestos concretos permiten acercarse al cuadro de situación, ante un hecho objetivo: el Gobierno quiere cerrar cuanto antes porque ya se quedó sin reservas para seguir pagándole al FMI, por lo que necesita en forma imperiosa sellar un nuevo programa.
El apuro es de la Argentina, que tiene un pago cercano a los USD 800 millones el viernes próximo, otro de más de USD 300 a comienzos de febrero y 3.200 millones a fines de marzo, imposibles de afrontar.
La única herramienta de presión a la que podría apelar el Gobierno es a no pagar el 28 y apostar a que esa decisión genere “tensión interna” en el Fondo
Un acuerdo congelaría esos pagos por tres años y le permitiría contar con desembolsos si el staff aprueba el programa técnico cada tres meses.
La única herramienta de presión a la que podría apelar el Gobierno es a no pagar el 28 y apostar a que esa decisión genere “tensión interna” en el Fondo, aunque con las actuales variables financieras locales, el problema parece ser más del Gobierno que de otros.
La diferencia en el sendero fiscal entre el Gobierno y el FMI sería aproximadamente de un punto porcentual en 2022: 2,9% versus 1,9 por ciento.
El Gobierno sostiene –lo expresó con claridad el ministro de Economía, Martín Guzmán– que pretende un enfoque más gradual, para no “ahogar” la recuperación registrada en 2021, aunque la mayoría de los analistas prevén que este año la economía casi no crezca en términos netos.
En cambio, el staff considera que, si el Gobierno no emite una señal fuerte y rápida, se le complicará cada vez más controlar la inflación y la incesante brecha cambiaria.
En el medio, está la política internacional: la visita del canciller Santiago Cafiero a Washington intentó conseguir un guiño del Departamento de Estado y buscar una cuña con el Tesoro que no existe. Hubo declaraciones levemente favorables del subsecretario de Estado Brian Nichols y la reiteración del pedido para que el Gobierno presente un “plan económico” consistente.
Hay fuentes oficiales que afirman que en realidad tanto el staff como varios accionistas del Fondo ya conocen el plan, aunque no estén de acuerdo ni lo consideren sólido.
La errática política exterior oficial no contribuye a soldar un vínculo que se vio afectado por decisiones en torno de Venezuela, Nicaragua e Irán. Al respecto, en Buenos Aires sacan pecho porque el Gobierno, después de “olvidarse” de pedir la captura del funcionario iraní Mohsen Rezai –por el asesinato de 85 personas en el edificio de la AMIA en 1994– en Managua, sí lo hizo ante Moscú.
Justamente Rusia es la próxima escala del presidente Alberto Fernández, en una visita programada para la primera semana de febrero, justo cuando Joseph Biden y Vladimir Putin miden fuerzas en torno de Ucrania. Por esta razón, algunos funcionarios se ilusionan con tener antes de partir en avión hacia Europa el anuncio de un acuerdo técnico sellado con el staff del Fondo, aunque en el Palacio de Hacienda prefieren optar por la prudencia sin dar fechas y en Washington se atienen al libreto de afirmar que “las conversaciones continúan” entre ambas partes.
En cualquier caso, el anuncio de un eventual acuerdo será apenas el primer paso de un largo camino que, si se cumple la pretensión oficial, llevará 10 años de continuas revisiones trimestrales. Por esta razón, más de un funcionario debe (o debería) estar leyendo el libro “Diario de una temporada en el Quinto Piso” de Juan Carlos Torre, sobre las negociaciones entre el FMI y la Argentina en la década del 80, para entender de qué se trata este juego de continuo desgaste mutuo entre las partes, tanto fuera como dentro del país, lo que incluye las tensiones esperables dentro de la coalición oficialista una vez que el acuerdo se ponga en marcha.
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