Una de las incógnitas más recurrentes en la historia de la humanidad pregunta por el momento de la muerte. Ninguna persona sabe cómo va a morir, los factores pueden ser tan diversos como cuántas personas hay en el mundo, ya sea en la vejez de forma tranquila, debido a alguna enfermedad, a causa de algún accidente u otra situación, sea como sea, en escasas circunstancias un ser humano puede anticipar el momento exacto en que dejará este mundo.
¿Existe una situación más desesperante que tener la certeza de morir en escasos minutos? Por eso tuvieron que pasar 524 personas que tomaron el vuelo 123 de Japan Airlines, hace 36 años: una larga y consciente agonía a bordo. Fue probablemente el accidente más aterrador de la aviación comercial.
Según una información de la época brindada por un portavoz de Lloyd’s, una de las mayores aseguradoras de aeronaves del mundo, el avión involucrado estaba asegurado en 35 millones de dólares. Por otra parte, la fuente confirmó que, de acuerdo a la legislación japonesa, no existía un límite en la cantidad de dinero que el seguro debía pagar por la vida de los pasajeros fallecidos. En vuelos internacionales, esta cifra estaba fijada en 75.000 dólares.
El hecho tuvo lugar el 12 de agosto de 1985 y es el accidente aéreo más grave con un único avión involucrado. El vuelo 123 de Japan Airlines despegó del Aeropuerto Internacional de Haneda, Tokio, para dirigirse al Aeropuerto Internacional de Osaka. Sin embargo, el Boeing 747SR registrado con la matrícula JA8119 nunca llegó a destino: la nave se estrelló tan sólo 44 minutos después de despegar.
A las 18:12 horas de aquel fatídico lunes, despegó el avión de Japan Airlines, la ruta trazada indicaba que debía sobrevolar la bahía de Tokio para luego hacer un giro a la derecha y alcanzar la ruta en línea recta que lo llevaría hasta su destino. Sin embargo, la calma luego del despegue duró apenas 12 minutos.
Cerca de las 18:24 horas, mientras la aeronave alcanzaba la altitud de crucero, el mamparo de presión trasero falló, y los comandantes perdieron el control del estabilizador vertical y fragmentos de la aeronave comenzaron a desprenderse. Seguido a eso, la cabina se despresurizó, las mascarillas cayeron delante de los pasajeros, pero las cuatro líneas hidráulicas del Boeing 747 ya estaban severamente dañadas.
Tras percibir el desperfecto, los pilotos intentaron recuperar el control de la aeronave con una maniobra desesperada, usando la reacción de las turbinas para mantener al menos unos minutos el avión en el aire, de hecho, lograron que el avión no cayera en picada por cerca de media hora, durante la cual muchos pasajeros, ya conscientes de su fatal destino, escribieron notas de despedida para sus familiares y amigos.
“Machiko, cuida de los niños”, escribió Masakatsu Taniguchi, un empresario de 40 años. Otro, Hiroji Kawaguchi, un directivo de una compañía naviera de 52 años escribió: “A mis tres hijos: cuiden de su madre. El avión está cayendo en picada. No hay esperanza”.
La grabación de los pilotos durante esa media hora de terror mientras el avión caía finaliza con la frase “¡Arriba, arriba!”. Tras esas palabras, el silencio total. El avión finalmente se estrelló tras descender 4.100 metros a las 18:56, instante en el que desapareció de los radares.
En ese momento, la Fuerza Aérea estadounidense envió un avión C-130 de la base militar en Yokota para tratar de encontrar los restos. Tras 20 minutos, logró localizarlo y dio las coordenadas a las autoridades japonesas. Una orden, cuyo origen aún está poco claro, impidió que los rescatistas fuesen al lugar.
Un helicóptero japonés sobrevoló el área, pero ya estaba oscureciendo, y debido a la poca visibilidad, el piloto dijo no haber visto señales de sobrevivientes, por lo que demoraron las tareas de rescate hasta la mañana siguiente. Sin embargo, el piloto estaba equivocado.
Al momento en que el helicóptero sobrevolaba el avión estrellado, Hiroko Yoshizaki, de 34 años, trataba de tranquilizar a su hija Mikiko, de 8 años. Ambas mujeres estaban atrapadas milagrosamente entre el fuselaje abollado. En paralelo, Keiko Kawakami, de 12 años, sufría por las heridas y por la muerte de su madre. Yumi Ochai, una azafata de otra empresa que no estaba en servicio, también pedía por auxilio inútilmente.
El total de víctimas fatales fue de 520 y, milagrosamente, las 4 mujeres sobrevivieron. Pero según sus relatos, no habían sido las únicas en sobrevivir al impacto, pero sí fueron las únicas en lograr llegar con vida a la mañana siguiente. Por sus testimonios se estima que debe haber habido decenas de sobrevivientes. Ochai, relató días después, desde la sala hospitalaria donde se recuperaba, que había escuchado gemidos y gritos de socorro que se fueron apagando con el correr de la noche.
Keiko Kawakami, de 12 años, relató: “Nos alentamos y nos dijimos que estábamos bien, pero en un momento me extrañó que papá hubiera dejado de hablar, entonces le pregunté a mi hermana si podía tocarlo y ella lo hizo. ‘Papá está frío’, me dijo. Un rato después, cuando ella estaba por decirme algo hizo un ruido con su garganta como si hubiera vomitado y también dejó de hablar”. A la mañana siguiente, los rescatistas llegaron hasta las 4 sobrevivientes. Así como a los cuerpos de los 505 pasajeros y los 15 tripulantes que perdieron la vida.
La investigación reveló que la misma aeronave había participado de un accidente 7 años antes, el 2 de junio de 1978, cuando su cola tocó tierra al aterrizar en el aeropuerto de Itami. Este hecho habría dañado el mamparo trasero que produjo el accidente. Además, la reparación correspondiente no cumplió con los estándares establecidos por el fabricante Boeing: se debían colocar dos placas con doble hilera de remaches y en vez de eso se colocó una sola con doble hilera y una segunda placa con hilera de remaches simple. Al momento de repararse se estimó que la aeronave podría realizar 10.000 despegues más: el del fatídico 12 de agosto fue su despegue número 13.320.
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