
El singular crecimiento de los recursos tributarios en diciembre, que le permitió a la AFIP cerrar 2021 con 16 meses consecutivos con aumentos superiores a la tasa de inflación, tuvo como uno de sus pilares el notable desempeño de los ingresos generados por los impuestos al comercio exterior, en particular sobre las exportaciones a través de las retenciones.
Claramente también incidieron positivamente la reactivación de la economía en la mayor parte de las actividades productoras de bienes y servicios, y la normalización de los pagos de los aportes personales y contribuciones patronales sobre la nómina salarial, en todos los casos en comparación con los muy malos registros en el primer año con crisis sanitaria.
Pero tanto en términos de aumento interanual, como en la contribución al total de los recursos tributarios del año, los tributos al comercio exterior que percibe la Administración Nacional de Aduanas (ANA) fueron los únicos que ganaron representatividad en 2021, al ascender a 26,1% del total, con un salto de más de cinco puntos porcentuales respecto del año previo, y alcanzó la mayor marca desde 2008, cuando el pico de las retenciones y de los precios internacionales, junto con una excepcional cosecha para entonces, anotaron el récord de 31,4% sobre los ingresos agregados de la AFIP de Aduana, DGI y Anses.
Ese año, la voracidad tributaria dominante en los funcionarios de Economía, y disparó el deseo de captar toda la renta agropecuaria a través de la fatídica Resolución 125 que proponía “retenciones móviles”.
Entonces, como ahora, el rol más dinámico lo tuvieron los impuestos sobre las exportaciones, principalmente de origen agropecuario -en parte primario y en parte sus manufacturas en harinas, aceites e incluso “desperdicios”, a través de las retenciones o técnicamente denominados “derechos de exportación”.
Pero también, como en el caso de las importaciones, adquirieron notable impulso los ingresos vinculados con los pagos anticipados a cuenta de “Ganancias”, y el IVA sobre las compras fuera del país de todo tipo de bienes de consumo e insumos de uso intermedio.
La combinación de muy buenos precios internacionales de las materias que más vende al exterior la Argentina, junto con buenas cosechas y la reanimación del comercio mundial en general, y con Brasil en particular, junto a un severo control de cambios que impidió que maduraran prácticas ilegales de subfacturación de exportaciones, y sobrefacturación de importaciones, explicaron semejante salto de los recursos aduaneros.
Usualmente, en los países que arrastran abultados desequilibrios en las finanzas públicas, la mejora real de los recursos tributarios por un escenario de reactivación y alza de los precios internacionales de exportación, contribuyen a descomprimir las tensiones y temores de incumplimiento de las obligaciones fiscales, sobre todo si ese aumento supera con creces al del gasto corriente, o primario.
Sin embargo, en la Argentina en el último año ocurrió el fenómeno inverso: se amplió la brecha cambiaria y se deterioró al extremo el resultado de los activos externos del Banco Central, porque la profundización del control de cambios, trabas al pago de importaciones, aún de insumos y partes esenciales para el proceso productivo, y la demora del Gobierno para cerrar un acuerdo de refinanciamiento con el FMI.
De ahí que pese a que las exportaciones registraron en 2021 un aumento en dólares del orden de 40%, y del 10% en cantidades, que resultaron claves para ampliar el superávit del intercambio a casi USD 15.000 millones, y reducir en 3% del PBI el déficit fiscal, las reservas brutas del Banco Central aumentaron apenas USD 275 millones, y las líquidas propias de la entidad bajaron en más de USD 2.700 millones, a un saldo negativo estimado en unos USD 4.390 millones.
Si bien fuentes del Banco Central relativizaron los “movimientos” que en la hoja semanal del balance de entidad comenzaron a tener la valorización de las tenencias de oro (a la baja); la posición de divisas (en alza), y “las colocaciones realizables en divisas” (con apreciable disminución), lo cierto es que no evitaron que se generaran “ruidos” en los mercados, sobre el claro debilitamiento de los activos externos de la Argentina.
Un año complejo
Las expectativas para el nuevo año no se presentan tan favorables para repetir un resultado similar de los recursos tributarios, en particular los asociados al comercio exterior, sea por el anuncio de la Reserva Federal de los EEUU de comenzar a revertir el ciclo de baja de las tasas de interés de referencia -aunque finalmente dependerá del curso y gravedad que adquiera la nueva cepa del Covid-19; sea por la saturación de las empresas y trabajadores de soportar nuevos aumentos de la carga tributaria; pero principalmente por la ausencia de aceleración de las negociaciones con el FMI para refinanciar los abultados vencimientos a partir de marzo próximo.
Un país necesitado de divisas para poder cumplir con sus compromisos externos y que, por las condiciones planteadas y la resistencia del Gobierno a elaborar y presentar un plan económico sustentable y consistente, no capta el financiamiento de los inversores internacionales, no sólo debiera revertir el sesgo a gravar más a las operaciones del comercio exterior, en particular de los exportables, que a la producción para el consumo interno, sino también generar incentivos para la inversión productiva.

De esa manera, podría tenderse a cambiar la estructura tributaria, donde por efecto de la bonanza aumente la participación del impuesto a las Ganancias, y de los ingresos de la seguridad social por el crecimiento del empleo registrado, en particular en relación de dependencia, con el impulso de la inversión interna y externa, y pierdan relevancia los cargos sobre el comercio exterior.
En ese escenario, la experiencia internacional muestra que la mejora de las finanzas públicas contribuye a alimentar la generación de activos externos del Banco Central, y por tanto decrecen las tensiones en los mercados financieros y de cambios.
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