— ¡Vos querés que éste sea un país de mierda!
Daniel Marx no podía frenarse mientras caminaba de un lado para el otro por delante del escritorio del ministro de Economía en el quinto piso del Palacio de Hacienda, dos décadas atrás.
Aunque parece una persona tranquila y suele hablar con un tono bajo, cuando el alto y desgarbado economista explota ya no hay nada que logre contenerlo.
El viceministro temblaba y tartamudeaba, mientras les pedía a los gritos una explicación al ministro Domingo Cavallo por haber permitido que se filtraran a los medios las medidas que establecían las bases del “corralito”. La relación entre ambos funcionarios, que ya habían convivido en el gobierno de Carlos Menem, era muy tensa, porque el ministro sospechaba de las aspiraciones de su vice y éste creía que el titular del Palacio de Hacienda no tenía un plan para que el aterrizaje de la salida de la convertibilidad fuera lo menos violento posible.
— Eso no te lo voy a permitir —dijo el ministro con la expresión en su rostro más sobresaltada que nunca.
El 30 de noviembre de 2001 se conocían los lineamientos preliminares del paquete que marcaría el golpe de gracia al gobierno de Fernando de la Rúa y de la convertibilidad.
Tras la salida de unos USD 18.000 millones en los depósitos registrada desde enero de 2001, Cavallo decidió que era el momento adecuado para cerrar las compuertas del sistema financiero que evitara un quiebre masivo de los bancos. Solamente entre el 28 y el 30 se habían fugado USD 3.600 millones.
Tras la salida de unos US$ 18.000 millones en los depósitos registrada desde enero de 2001, Cavallo decidió que era el momento adecuado para cerrar las compuertas del sistema financiero que evitara un quiebre masivo de los bancos
La noticia que provocó la ira de Marx indicaba que se dolarizarían los activos y pasivos del sistema financiero, se obligaría a utilizar cheques o transferencias electrónicas para cualquier movimiento bancario y a justificar la salida de fondos al exterior. Si bien el viceministro conocía las intenciones del ministro, no estaba al tanto ni del detalle ni del timing para llevarlas a cabo.
“No hay nada decidido, pero la gente tiene que estar tranquila porque todo lo que hagamos será para preservar los ahorros y la convertibilidad, para preservar el uno a uno”, alcanzó a expresar Cavallo el viernes a la noche luego de un día de furia, que marcó una nueva caída de US$ 700 millones en los depósitos y llevó el riesgo país a 3.341 puntos básicos, la tasa interbancaria al 700%, y, por primera vez en 10 años, corrió el dólar “paralelo” hasta colocarlo en $1,30 en la city porteña.
El sábado 1ro. de diciembre, cuando la mayoría de los inversores calificados ya había tenido la posibilidad de extraer su dinero, De la Rúa firmó un decreto de necesidad y urgencia que, además de dolarizar los nuevos préstamos y limitar a USD 1.000 los giros al exterior, fijaba un tope de retiros de 250 pesos o dólares “por semana, por persona y por banco”.
En una de sus tantas tempestuosas conferencias de prensa del año 2001, Cavallo sostuvo que las medidas regirían por 90 días para “poder asegurar el buen funcionamiento de la economía y, sobre todo, para proteger los ahorros de los argentinos”, antes de generar la protesta cotidiana de los ahorristas perjudicados en las puertas de los bancos.
“La Argentina ha estado sometida a ataques especulativos por parte de aquellos que esperan obtener beneficios de una devaluación, que han esperado que seamos incapaces de cumplir con nuestras obligaciones internas y en el exterior”, explicó el ministro pocas semanas antes de perder la última de sus batallas, en un discurso que se repetiría muchas veces en las dos décadas siguientes.
Un día después, el presidente De la Rúa aparecía en el pasillo central de la Casa de Gobierno para formular una insólita declaración, con el puño derecho en alto y la bandera argentina a sus espaldas: “Estamos ganando la batalla”. La batalla estaba perdida, no sólo por los desaciertos del presidente y de su ministro, sino porque el funcionamiento de la convertibilidad exigía un flujo permanente de ingreso de capitales que, cuando se agotó en 1999, se tradujo en una recesión en forma inevitable.
La salida discreta del FMI
Mientras tanto, el Fondo Monetario Internacional (FMI) se disponía a abandonar el país, tras negarse a realizar los últimos desembolsos del “blindaje” acordado un año antes, al entender que la convertibilidad ya no tenía futuro. El Fondo ya creía que no había espacio para apoyar una reestructuración ordenada y prefería dejar que los acontecimientos siguieran su curso para no volver a sufrir las despiadadas críticas posteriores al dilapidado paquete de agosto.
Por esta razón, el jefe del organismo, Horst Köhler, le dio al jefe de los auditores para la Argentina, Thomas Reichmann, una orden contundente: “Vamos a sacarlos de a uno y en silencio para no hacer un escándalo.”
Mientras Cavallo regresaba de un viaje a Washington destinado a torcer la negativa del Fondo, el auditor chileno comenzó a preparar su retirada a sabiendas de que sólo faltaban algunas semanas más para el gran caos.
“El país está en una virtual convocatoria de acreedores”, advirtió Cavallo, antes de suspender la mayoría de los planes de competitividad y de jurar que el Fondo no le exigió una salida de la convertibilidad. Las declaraciones del nuevo economista en jefe del organismo multilateral, Kenneth Rogoff, parecían indicar lo contrario. “Está claro que la mezcla de política fiscal, deuda y régimen cambiarlo no es sostenible. Las autoridades reconocen eso y es tema de las actuales negociaciones. El problema está en la Argentina y la solución también, pero el FMI está listo para ayudar”, sostuvo el analista.
Cuando Reichmann le comentó a Cavallo la decisión del director gerente, el ministro le pidió que lo acompañara a la residencia de Olivos para dialogar con De la Rúa.
— Señor Presidente, los números de 2002 no cierran —dijo el funcionario del Fondo al alicaído mandatario antes de partir el 3 de diciembre por la noche al aeropuerto de Ezeiza, cuando el corralito ya se había implementado.
La Argentina, que estaba en recesión desde fines de 1998 y casi asfixiada con la devaluación brasileña de 1999, enfrentaba vencimientos en el año 2002 de USD 13.000 millones solamente con los organismos multilaterales de crédito.
Totalmente abandonado a su suerte, el 18 de diciembre Cavallo llamó nuevamente a Kohler para ajustar el calendario de la demorada “fase dos” del canje de la deuda con los acreedores externos -luego de la fase uno con los locales- y prometerle que el Congreso comenzaría a tratar el presupuesto 2002 al día siguiente y la nueva ley de coparticipación antes de fin de año, “con el acuerdo de los gobernadores”.
Jorge Baldrich y Alfredo Castañón, dos de los colaboradores que se mantenían al lado de Cavallo en forma incondicional, sabían que el Poder Legislativo no estaba dispuesto a tratar ninguna de las dos leyes ya que el justicialismo había decidido “deponer” a De la Rúa ante su carencia total de poder.
Si bien el secretario de Hacienda dudó al principio sobre la veracidad de esta jugada, terminó de convencerse la semana previa a la renuncia del presidente cuando la mayoría de los gobernadores, incluso algunos del radicalismo, se acercó a su despacho para pedirle fondos “antes de que se vayan”.
El 19 se intensificaron los saqueos en comercios de la provincia de Buenos Aires, Mendoza, Rosario y Entre Ríos y el gobierno decretó el estado de sitio. Mientras la Cámara de Diputados se aprestaba a derogar en forma parcial los “superpoderes” concedidos a De la Rúa para darle el toque de gracia, el jefe de gabinete, Chrystian Colombo mantuvo una reunión en la sede de Cáritas con diferentes sectores sociales que reclamaban la renuncia del ministro de Economía y un fuerte cambio de rumbo socioeconómico.
Por la tarde, el ex presidente Raúl Alfonsín le pidió al primer mandatario el alejamiento de todo el gabinete y por la noche las cacerolas de la clase media afectada por el “corralito” se hicieron sentir en una buena parte de la ciudad de Buenos Aires, incluso enfrente del departamento de Cavallo en Palermo Chico.
Encerrado, el ministro llamó primero a sus colaboradores para decirles que aún había chances de acordar con el FMI y, poco después de la medianoche, al Presidente para ofrecerle su renuncia.
Colombo tuvo que esperar hasta las 8 de la mañana del 20 para ver a De la Rúa porque el jefe de Estado dormía desde la una de la madrugada. Luego de confirmar la salida de Cavallo, el jefe de Gabinete se reunió en su despacho de la Casa de Gobierno con Marx, quien había renunciado 15 días antes, y con Miguel Kiguel, su virtual sucesor, para analizar las alternativas que le restaban al gobierno para subsistir.
Ambos economistas le plantearon que, antes que nada, había que salir con urgencia del “corralito”, primero con una liberación de los depósitos en pesos y después en dólares, aunque algunos bancos públicos y privados de origen nacional quebraran. “Hay que distinguir lo urgente de lo importante”, le explicaba Marx a Colombo, que tenía su mente en otro lado, ya que a esa misma hora los gobernadores peronistas decidían si aceptaban o no reunirse con el Presidente para formar un gobierno de unidad nacional con un gabinete integrado por la oposición y De la Rúa como figura decorativa.
Mientras Cavallo -que siempre creyó que el verdadero perjuicio para los depositantes no fue el corralito, sino el corralón de Eduardo Duhalde del 2002- denunciaba “un complot contra De la Rúa para que la deuda privada sea reestructurada junto con la deuda pública”, en Plaza de Mayo y sus alrededores las protestas en contra del gobierno provocaban la increíble muerte de 32 personas.
La placa roja del canal de cable de noticias Crónica TV interrumpió el absurdo encuentro técnico con una leyenda que indicaba que el mandatario puntano Adolfo Rodríguez Saá anunciaba que el PJ no aceptaba la convocatoria oficial. Resignados, Marx y Kiguel decidieron abandonar la angustiada sede presidencial por un túnel que desemboca en la avenida Leandro N. Alem para evitar toparse con los enardecidos manifestantes.
Colombo comprendió que todo había terminado. Horas más tarde, el presidente del bloque de senadores radicales, Carlos Maestro, fue a pedirle al Presidente que renunciara. “Andate”, le disparó.
De la Rúa redactó su renuncia, subió hasta la terraza de la Casa de Gobierno y se marchó a las 19:52 en helicóptero. El presidente abandonaba el poder humillado dos años después de asumir su cargo, con la deuda pública en USD 144.453 millones, pero con la tranquilidad de no haber firmado con su puño y letra la devaluación y el default.
En las siguientes dos semanas, la realidad se encargaba de decretar ambas medidas. La Argentina asumía su quiebra.
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