Escuchar al presidente Alberto Fernández festejar la victoria electoral (a pesar de la clara derrota que sufrió el oficialismo en las urnas el último domingo) no dio bronca ni sorpresa, sino más bien mucha pena. La euforia que siente un ganador esta vez estuvo en el cuerpo de un confundido perdedor.
Lo cierto es que lo ocurrido no es más que otra de las muestras que nos ha dado el primer mandatario: realmente se encuentra observando la realidad con un prisma que le distorsiona la verdad. Tampoco importa si reconoce o no la derrota, lo que realmente importa es si verdaderamente comprende que Argentina está inmersa en una indescriptible decadencia crónica.
En línea con las exigencias del Fondo Monetario Internacional (y del mismísimo sentido común) el Presidente deberá enfrentar los pasos necesarios para reducir el déficit fiscal
A partir de aquí hay que comenzar a elucubrar que decisiones tomará Fernández en virtud de los grandes desafíos que se aproximan en nuestro difuso horizonte. Claramente uno de ellos es el posible acuerdo con el FMI, acuerdo que debe gestarse velozmente: los vencimientos se aproximan y las posibilidades de una crisis financiera mayor, también. Debemos esperar algún tiempo más para ver si el Presidente toma una postura camporista continuando con el antiguo relato “pueblo o FMI” o entiende que más allá de su creencia acerca de los orígenes de la deuda, esta existe y hay que regularizarla indefectiblemente.
En línea con las exigencias del Fondo Monetario Internacional (y del mismísimo sentido común) el Presidente deberá enfrentar los pasos necesarios para reducir el déficit fiscal. Para hacerlo deberá optar por dos caminos bien antagónicos: por un lado se lo puede encarar achicando el Estado. Por el otro, aumentando impuestos para intentar achicar el rojo fiscal. Lo interesante es que al FMI poco le va a importar como equilibraremos nuestras cuentas públicas en el futuro, pero si es vital para el Gobierno ya que nos han intentado convencer durante casi dos años que ningún acuerdo puede ir en contra del pueblo y para ellos eso es sinónimo de tener que subir impuestos y destrozarlo todo, antes que ajustarse sus propios cinturones: en lo que va del mandato el oficialismo se encargó de aumentar o crear un total de 19 impuestos. Son adictos a creer que siempre habrá un puñado de personas con algo de capacidad contributiva para esquilmarlos. Difícilmente el camino que se escoja sea el de la reducción del gasto público. Incluso hoy en esa línea de pensamiento se encuentran en análisis dos ideas nefastas: la ley de envases y un nuevo impuesto a la riqueza. El camino probablemente será el de seguir hundiendo al sector privado, cargándolo con más presión tributaria y con ello más impedimento para crecer.
La astronómica deuda del BCRA es otra de los grandes encontronazos que tendrá el Gobierno en los tiempos que vienen. Una deuda silenciosa que ya supera los 4 billones de pesos y que amenaza con ser combustible en nuestro incendio inflacionario. Una deuda que genera intereses por cerca de 10.000 millones de dólares anuales y que nadie sabe muy bien cómo solucionarlo sin generar un mayor problema inflacionario del que ya tenemos. Resulta interesante imaginar cuáles serán los esfuerzos del Banco Central para seducir a cada uno de los ahorristas en pesos para que no se vayan escapen masivamente al dólar cuando sientan que la devaluación brusca puede ser una realidad y la deuda del BCRA (que el definitiva corresponden a estos depósitos de la gente) deba saldarse. Todo un desafío.
Al igual que el dólar: es insostenible que el peso se deprecie 1% mensual mientras los precios lo hacen al 3% y la brecha entre el dólar oficial y los dólares financieros supera el 100%
Los precios regulados de la economía son una gran incógnita. Las tarifas de servicios públicos tendrán que ajustarse si quieren ordenar la caja del Estado. Solo en las tarifas de energía deben ajustarse un 75% solo para recuperarse ante la inflación sufrida desde que asumió Alberto Fernández. Al igual que el dólar: es insostenible que el peso se deprecie 1% mensual mientras los precios lo hacen al 3% y la brecha entre el dólar oficial y los dólares financieros supera el 100%. Nadie tiene un dólar en la Argentina, y lo más peligroso es que al no tenerlo tampoco los importadores, la escasez es una amenaza real y si hay escasez, la economía creciendo es al menos una absurda fantasía.
Los dilemas continúan y probablemente sean tan variados como impredecibles, pero de nada sirven los planteos que podamos hacer si el Presidente sigue viendo una realidad que no se condice con lo que verdaderamente ocurre en la República Argentina, y ese es el verdadero desafío: el saber si Alberto Fernández va a lograr visualizar el verdadero país que él dice gobernar pero que parece desconocer.