Los años no electorales pasan factura, al menos en la Argentina. Luego de la fiesta del gasto de los años en los que se celebran elecciones, los gobiernos deben salir a efectuar el ajuste para evitar nuevas crisis. Esta lógica que se viene repitiendo hace décadas se hará nuevamente realidad. El 2022 será un año mediocre si es que hay viento a favor y se evita una crisis de proporciones. Y decididamente malo si alguna de las variables más sensibles para la economía, como el dólar o la inflación, se descontrola.
La denominada “maldición de los años pares” alude justamente a los períodos no electorales, que son los elegidos para ajustar dado que tanto las elecciones legislativas como presidenciales caen años impares. Por supuesto, no hay una regla exacta ni mucho menos detrás, pero el historial juega a favor. Los últimos años pares fueron claramente recesivos: 2012, 2014, 2016, 2018 y también el 2020, aunque en este caso mucho más ligado a los efectos de la pandemia. El último año par que mostró un fuerte crecimiento fue el 2010, luego de la crisis financiera global y que catapultó a Cristina Kirchner a la reelección.
Los pronósticos son muy coincidentes en relación a lo que se viene. Del repunte cercano a 9% de este año, se pasaría a una mejora de sólo 2% en 2022. Si estos pronósticos, en el que coinciden tanto el FMI como los bancos y consultoras locales, recién para el 2023 la economía argentina estaría superando claramente los niveles prepandemia. Esto confirmaría, al revés de lo que sostuvo el Presidente, Alberto Fernández, que se trata de uno de los países que más tardó en dejar atrás la crisis generada por el COVID-19.
El posible acuerdo con el Fondo ayudaría para que la economía no desbarranque, pero no mucho más que eso. Casi está descartado que un arreglo produzca un impulso significativo, ya que impondrá la necesidad de sincerar variables. En el corto plazo, esto tendrá efectos recesivos.
¿Cuáles son los factores detrás del freno de la actividad el año próximo? Básicamente que la economía se quedaría sin “motores” para sostener esta recuperación ante la falta de inversiones. Además, la elevada inflación impide que mejore el poder adquisitivo de los salarios. Para el año próximo el pronóstico es que será otro año de precios subiendo al 50%, por lo que es casi imposible que los salarios consigan superar esa marca. Sin mejora del consumo, la economía tiene pocas chances de despegar.
Además están los “ajustes” típicos del año no electoral. El más obvio e inminente es el vinculado con el tipo de cambio oficial. Con una inflación que se mantiene en torno al 3%, ya es insostenible mantener la suba del tipo de cambio oficial en 1% por mes. Los mercados esperan que se mantenga el control de esta cotización, pero que el BCRA avale un aumento que vuelva a ubicarse cerca del aumento inflacionario. Ese incremento más acelerado del tipo de cambio oficial le pega directamente al costo de los insumos importados, encareciendo la fabricación nacional. Esta expectativa de una devaluación más acelerada ya se venía sintiendo en las góndolas. El congelamiento dispuesto por el Gobierno para productos de la canasta de consumo sólo patea el problema para adelante.
La cosecha que podría llegar a un récord y el impulso del turismo y la industria del entretenimiento por la apertura serán las principales variables que impulsarán la actividad el año próximo. Sin embargo, la necesidad de ajustes de distintas variables harán que esa recuperación sea de muy corto vuelo
La presión para el año próximo también es ajustar también de manera más acelerada las tarifas (especialmente luz y gas), luego de un aumento de apenas 9% en mayo de este año. En ese caso también habrá que pagar la “fiesta” del 2021, en el que se buscó afectar los bolsillos lo menos posible, postergando todo para más adelante. El FMI también exige una disminución del déficit fiscal para firmar un acuerdo con el Gobierno. Se trata de la condición innegociable para aplazar los pagos para los próximos años.
El 2% de recuperación se parece más a un techo que a un piso para el 2022. El mayor impulso vendrá del lado de la cosecha, que podría ingresar hasta USD 33.000 millones. También la aceleración de las reaperturas juega a favor de diversos sectores como el turismo, el entretenimiento y la gastronomía. El año que viene esa mejora será espectacular, comparada con un 2021 en el que se mantuvieron fuertes restricciones hasta hace apenas un par de meses.
Pero hay un riesgo de ir hacia un “frenazo” mucho mayor de la actividad, en caso que el dólar libre se dispare y aumente aún más la brecha cambiaria. En ese caso, la inflación podría terminar arriba del 60% y el golpe al consumo resultaría mucho más fuerte. Esto condenaría a la economía no sólo a un freno, sino a una nueva recesión y a otro pico de los niveles de pobreza.
Tampoco ayudaría en 2022 el contexto internacional. La suba de la inflación en los Estados Unidos amenaza con acelerar la suba de tasas de interés, lo que resultaría negativo para los mercados emergentes y además complicaría a la Argentina.
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