Megadevaluación, nuevo Rodrigazo, Plan Bonex. De repente los peores momentos históricos de la economía argentina reaparecieron en escena. Faltando tres semanas para las elecciones legislativas, no sería extraño que la oposición reavive viejos fantasmas como una forma de alertar al electorado. Sin embargo, se trata de advertencias que parten de economistas profesionales y que también se mencionan en los grandes bancos de inversión de Wall Street.
Carlos Melconian advirtió esta semana que el Gobierno se “puede pegar la piña” y luego Daniel Artana, economista jefe de FIEL, aseguró que “no está para híper, pero no hay que subestimar las burradas que hacen”. En otras palabras, que la economía desbarranque luego de las elecciones parece responder a una combinación de dos factores: mala praxis a la hora de tomar decisiones de política económica y una situación bien objetiva, el escaso nivel de reservas que le quedan al Banco Central para defender el tipo de cambio.
La suba del dólar libre hasta $ 195 en el cierre de la semana y el aumento de la brecha cambiaria a casi 100% era una consecuencia obvia de las últimas decisiones adoptadas por el Banco Central. El titular de la entidad, Miguel Pesce, optó por frenar la pérdida de reservas con medidas que restringieron el acceso al mercado cambiario oficial. Esa demanda de dólares terminó derramando por canales alternativos. La “manta corta” es una constante del mercado cambiario argentino: o se ajusta por precio o se ajusta por cantidades. Si el objetivo es acumular algo de reservas para llegar mejor a fin de año, entonces no queda otra que permitir un incremento del tipo de cambio.
¿Caro o barato?
No es fácil responder si el dólar está caro o barato. De la comparación de precios internacionales se deduce que hoy la Argentina es un país demasiado barato en dólares, es decir, el tipo de cambio es exageradamente alto. Pero si se toma en cuenta la cantidad de pesos que emite el Central contra el escaso nivel de reservas, entonces el tipo de cambio todavía estaría lejos de su techo.
Los temores de los economistas y de los mercados sobre un posible estallido del dólar y de la inflación post elecciones no lucen exagerados, sobre todo por la débil posición de reservas del Central. El Gobierno está obligado a dar señales rápidas post elecciones para evitar un derrumbe
Paradójicamente, la “foto” de la economía argentina es hoy razonable. La actividad se viene acelerando y ya hay pronósticos de un repunte para este año que podría incluso acercarse al 9%, según estimó el economista Fernando Marull. La recuperación de los sectores más rezagados como gastronomía y ahora turismo daría el último empujón para recuperar casi todo lo perdido durante la pandemia. Además, las cifras fiscales son menos dramáticas de lo que se venía advirtiendo, incluso con el “plan platita” en pleno desarrollo. El déficit primario en 2021 terminaría en 3,5% del PBI, casi la mitad del año pasado y un punto menos de lo que figuraba en el Presupuesto.
¿Es justificado entonces tanto pesimismo sobre lo que podría ocurrir luego de las elecciones legislativas? Por lo pronto, el Gobierno colabora para aumentar la incertidumbre y la búsqueda de cobertura por parte de los inversores. En la última semana se sucedieron señales pésimas: se dilató la negociación y el acuerdo con el FMI. Si prospera, llegaría recién en el primer trimestre del 2022. Y la mejor solución que encontraron para atacar el problema de la inflación es imponer una larga lista de precios máximos para los productos de consumo masivo.
Temor
El temor entre los inversores es el mismo hace meses y ahora se agudizó. Si no se pone en marcha un plan económico que ayude a anclar las expectativas, el deterioro económico podría ser dramático. Resolver la cuestión cambiaria es lo más delicado que hay por delante, pero por ahora no se conoce si hay una idea de cómo salir de una situación cada vez más compleja. A lo largo del 2021 se fue atrasando el tipo de cambio oficial, volvió a aumentar la brecha hasta niveles insostenibles y el cepo se volvió cada vez más duro. Nada de esto se podrá mantener por mucho tiempo más sin generar un deterioro importante en la actividad económica y en el nivel de vida de la gente.
En medio de un clima de gran incertidumbre, la economía sorprendió para bien. Se aceleró la reactivación y el año podría terminar con una expansión que podría llegar al 8,5%. El problema es que la actividad se quedaría sin motores para sostener la recuperación en 2022
Liberar el tipo de cambio en un contexto de desconfianza como el actual sería un suicidio. Lo pudo hacer Mauricio Macri ni bien asumió en 2015 porque llegó acompañado de una ola de optimismo local y extranjero. Pero ahora el panorama es muy diferente. Los dos años de mandato que le quedan a Alberto Fernández están cargados de incertidumbre.
La reacción del Gobierno luego de la derrota de las PASO fue acelerar lo que ya se venía haciendo, en vez de cambiar de rumbo. Más gasto, más cepo y más controles de precios para tratar de mejorar el resultado en las elecciones del 14 de noviembre. En tres semanas se sabrá si la estrategia dio resultado. La cuestión ahora es si pasada la etapa electoral se intentará con otra cosa o los “soldados de Cristina” como Roberto Feletti y Débora Giorgi tomarán el timón, con recetas que atrasan 50 años y un ya obsoleto discurso antiempresario.
Martín Guzmán quedó desdibujado tras una gira poco auspiciosa por Washington y Nueva York. Ni siquiera se lo escuchó opinar sobre el congelamiento decidido por la secretaría de Comercio Interior. Como si no fuera un tema suyo.
El brutal congelamiento de precios y el discurso de Roberto Feletti que atrasa 50 años despertaron los peores temores de los inversores. Pero sobre todo alertaron sobre la falta de ideas que sufre el Gobierno para encarar soluciones razonables a problemas muy complejos. La “mala praxis” podría generar desastrosos resultados
Como termómetros de los desequilibrios fiscales y monetarios, la inflación es un enorme desafío. La política de Guzmán de planchar el tipo de cambio oficial para anclar los precios fracasó rotundamente. Además, las tarifas subieron apenas 10% y los precios de los combustibles quedaron congelados desde junio. Nada de esto fue suficiente para evitar que los índices continuaran disparándose. Este año la inflación rozará el 50% y todo parece indicar que es más un piso que un techo para el año próximo.
¿Y después del 14 de noviembre?
No es factible exigirle al Gobierno que muestre cuál es su plan económico antes de las elecciones. Pero inmediatamente después arreciarán las presiones de los mercados por conocer cuál será el rumbo elegido, más allá del veredicto de las urnas.
Los desafíos son muy grandes y hay dudas sobre la pericia para responder. El acuerdo con el FMI es prioritario, pero en el medio aparece la necesidad de empezar con el ajuste de las tarifas para bajar subsidios, el descongelamiento gradual de precios para evitar una olla a presión, acelerar la suba del tipo de cambio oficial, y flexibilizar el cepo cambiario aparecen en la hoja de ruta como temas prioritarios.
El peligro de pasar otro verano turbulento está muy latente. Se suman las dudas sobre cómo quedará la gobernabilidad a partir del resultado electoral, pero también la elevada desconfianza de los inversores y los desequilibrios que se acumulan y se tornan cada vez más difíciles de administrar.
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