Ni los diferentes y cada vez más estrictos “cepos”, ni el cuasi-congelamiento de tarifas ni –ya este año- la decisión de usar el tipo de cambio oficial como “ancla” contra la suba de precios contuvieron la inflación, que volvió a acelerarse en septiembre y parece haber adquirido una dinámica de final de juego.
La más reciente respuesta fue un nuevo congelamiento de precios, reforzado por el abordaje a las góndolas de intendentes y militantes y la amenaza oficial de aplicar la “Ley de Abastecimiento” sancionada en 1974 y reformada en 2014, por la que el Gobierno podría (artículo 5) multar, clausurar, inhabilitar, suspender y retirar concesiones, regímenes impositivos o créditos especiales a quienes incumplen los 1.432 precios que impartió a dedo el secretario de Comercio, Roberto Feletti.
Los congelamientos y controles eliminan las “señales” del sistema de precios para detectar escasez y abundancia, guiar acciones, asignar recursos, decidir demandas y ofertas. Sin ese GPS, las divergencias, lejos de corregirse, se profundizan. Los cepos, a su vez, demoran el momento de corrección de esos desajustes. Por eso, dice un estudio del Ieral, la economía argentina se encamina a un “aterrizaje forzoso” sin perspectiva de recuperación posterior.
Así lo escribieron los economistas Jorge Vasconcelos, Guadalupe González y Marcos O’Connor, autores del estudio: “en cierto momento, la distorsión de precios relativos alcanza tal magnitud que el escenario cambia en términos cualitativos, las correcciones aparecen como inevitables y el riesgo de un aterrizaje forzoso pasa a dominar las expectativas”.
¿Qué sucede entonces? “La parte real de la economía queda en segundo o tercer plano. En un horizonte de mediano y largo plazo, tanto la etapa en la que las distorsiones de precios relativos se acentúan, como aquella en la que pasa a esperarse la futura corrección, la capacidad de crecer queda afectada, y esto termina confirmando la percepción de una estanflación sin fecha de salida”.
Allá lejos y hace poco
Es algo que ya sucedió, prosiguen, con la energía, cuyos subsidios sumarán este año USD 10.000 millones, la brecha cambiaria, el comercio exterior y los gastos turístico y con tarjeta, debido a tarifas impuestas desde arriba y una política cambiaria con brechas cercanas al 90 por ciento.
El reciente congelamiento unilateral de precios del Gobierno es un reconocimiento del fracaso de la “tablita” cambiaria impuesta desde principios de este año por el ministro Martín Guzmán y el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, cuya ineficacia anti-inflacionaria el estudio compara con la que José Alfredo Martínez de Hoz, el ministro más longevo de la dictadura militar 1976-83, impuso entre diciembre de 1978 y marzo de 1981 y que desembocó en dos sucesivos bandazos devaluatorios de del 30% cada uno de su reemplazante, Lorenzo Sigaut, que había inaugurado su gestión con la frase “el que apuesta al dólar, pierde”.
Claro, no había entonces controles de capital, la política económica de Martínez de Hoz, guiada por el llamado “enfoque monetario del balance de pagos” apostaba a la libre movilidad de capitales y una convergencia con la inflación internacional que no ocurrió. Ahora, en cambio, hay cepo cambiario, desacreditado por experiencias recientes.
Sobre tablas
Sobre la efectividad de la “tablita” de Guzmán y Pesce, los autores señalan que en 9 meses de 2021 acumuló las siguientes diferencias: aumento del dólar “oficial”: 17,5%, de la inflación minorista, 37%, y de la mayorista, 39,8%, de lo que se extrapola una diferencia de 32,5% hacia fin de año entre la inflación mayorista (en principio, la más sensible al “ancla cambiaria”) y el dólar oficial. En el caso de Martínez de Hoz, la diferencia fue peor, durante 27 meses se acumuló a un ritmo del 41,7% anual. Las presiones crecieron más rápidamente, porque la inflación era mucho más alta, pero la diferencia relativa entre dólar e inflación minorista (Índice de Precios al Consumidor) es similar: como puede observarse en la tabla adjunta, en ambos casos el ritmo promedio del IPC mensual duplica al del dólar oficial.
Más brutal aún es la brecha entre tarifas e inflación: en el acumulado de 12 meses a septiembre, el promedio simple de la suba de Electricidad, Gas y Agua fue de 6,6 %, unos 46,4 puntos inferior a la inflación “núcleo” del mismo período, del 53,1%, brecha aún más preocupante porque ya en 2020 se había generado un retraso de 33,1 puntos, precisa el estudio.
Que cepos y controles generan desajustes así no es una novedad. Entre 2011 (introducción del cepo original, días después del triunfo electoral de la fórmula presidencia Cristina Kirchner-Amado Boudou) y 2015 las exportaciones de bienes y servicios a precios constantes cayeron del 22,7 al 18,7% del PBI y el valor de las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial (MOI) se redujo de 5,5% a 2,8% del PBI, casi la mitad.
Aquel cepo redujo la demanda de dólares por “atesoramiento” de USD 18.000 millones en 2011 a un promedio anual de USD 2.000 millones entre 2012 y 2014, pero la cuenta la cuenta Viajes, Turismo y tarjetas de crédito, que en 2010 había sido levemente superavitaria, pasó un rojo cada vez más intenso, con un promedio de USD 6.000 millones anuales entre 2013 y 2015, al recortar el ingreso anual de divisas por ese canal de USD 3.200 millones en 2010/11 a menos de US$ 1.100 millones entre 2013 y 2015, y aumentar la salida, que de un ritmo anual de USD 2.600 millones en 2010/11 escaló a uno de USD 7.300 millones entre 2013 y 2015.
Las cuentas del turismo
Ahora no está sucediendo lo mismo, debido a los recargos que el Gobierno impuso al llamado “dólar solidario”, por lo cual el “dólar tarjeta” para los locales es 65% más caro que el oficial. Pero el blue está ahora casi 10% más caro que el solidario y la apertura de fronteras post-pandemia podría activar oportunidades de “arbitraje”. Por eso, dicen los autores del estudio, sería bueno explorar al menos cambios al régimen de “dólar tarjeta”, tanto para los locales como los extranjeros, ya que si esas operaciones se liquidaran a través del CCL se podría reducir el déficit de la cuenta viajes y tarjetas, y hasta generar cierto superávit, alentando el arribo de turistas extranjeros. En el actual esquema, los de países limítrofes se manejan en efectivo y liquidan en los mercados informales y los no limítrofes, más habituados al uso de tarjeta, son penalizados por la brecha cambiaria, lo que en buena medida los disuade de venir.
Converger o diverger
Lo cierto, concluye el estudio, es que los programas que usan al tipo de cambio como “ancla” contra la inflación comienzan a tener los días contados si no logran una rápida convergencia de la inflación a la paridad cambiaria.
Los tiempos para esa convergencia se la angostaron porque, según los autores, el actual retraso de dólar oficial y tarifas es una versión “corregida y agravada”, en relación, porque el virtual congelamiento de tarifas ya lleva dos años y ocurre en un contexto de inflación superior al 50 % anual, el doble que la del período 2011-15, durante el cepo, el congelamiento tarifario y el “ancla cambiaria” original.
Y de ahí el mensaje principal: la economía se acerca a un “aterrizaje forzoso” sin perspectiva de recuperación posterior.
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