En los últimos tres meses el valor del bitcoin, la criptomoneda más famosa del mundo, subió más del 100%, su capitalización de mercado (esto es, el valor del total de bitcoins emitidos) volvió a superar el billón (millón de millones) de dólares, su cotización se acerca a quebrar su récord previo, de más de USD 65.000 la unidad, y hasta reaparecieron las predicciones de que hacia fin de año su precio podría superar los 100.000 dólares.
Hay al menos 5 razones malas o espurias para el éxito de bitcoin, dice Daron Acemoglu, verdadera estrella entre los economistas de la última década: la promesa de ganancia rápida; cierta ingenuidad tecnológica; la ganancias del “minado” de bitcoins; la demanda del mundo criminal y, por último, el falso relato de que el bitcoin y las criptomonedas en general “liberarán” a la humanidad de la “estafa” de los bancos centrales y de la “opresión” del Estado.
Acemoglu es un economista de origen armenio, nacido en Turquía, profesor en la Universidad de Harvard y coautor, con James Robinson, de “Por qué fracasan los países”, uno de los libros de economía más exitosos del último decenio. Además, recientemente asistió en Buenos Aires a un evento anual de Techint y conversó con Infobae acerca de la Argentina, el peronismo y los riesgos para la democracia.
En un artículo en Project Syndicate, Acemoglu reconoce que la reciente escalada de bitcoin y casos como el de El Salvador, que la adoptó como moneda legal, indican que “el bitcoin está para quedarse” y se pregunta por las implicancias para la economía y la política. Cualquier forma de dinero, dice, depende de la confianza: se acepta a cambio de bienes y servicios porque que se asume que otros también lo aceptarán. Desdeñar el bitcoin como una burbuja, dice, es ignorar la popularidad que ya ganó.
Cualquier forma de dinero, dice, depende de la confianza: se acepta a cambio de bienes y servicios porque que se asume que otros también lo aceptarán (Acemoglu)
Según Acemoglu las criptomonedas no tienen fundamentos institucionales suficientes, de ahí su fragilidad y volatilidad, reflejada en los brutales giros del bitcoin, cuya continuidad depende de millones de computadoras que verifican transacciones de modo descentralizado, recompensan a los “mineros” con nuevos bitcoin y consumen una energía que ya excede la de países de mediano porte, como Suecia o Malasia, lo que en un mundo afligido por el cambio climático debería hacer muy poco atractivas las criptomonedas.
Volátil, pero persistente
Pero pese a ser frágil, volátil y tan poco amigable con el ambiente, el bitcoin es un fenómeno indiscutible y llegó para quedarse. Una opinión en la que coincide, por caso, Marion Laboure, investigadora del Deutsche Bank que sigue atentamente el mundo de los medios de pago y las criptomonedas al punto de contabilizar la cantidad de “obituarios” que año a año se fueron escribiendo sobre el bitcoin, del que reconoce su “ultra-volatilidad” pero también destaca la evolución de su volumen como “circulante” en relación a las principales monedas mundiales.
En general, bitcoin y las criptomonedas han sido miradas con desdén por economistas de formación académica como Nouriel Roubini y Paul Krugman, en tanto ha sido propulsadas por inversores y jugadores de la industria como Cathie Wood, de Ark Invest, y Brandon Mintz (fundador y accionista de la red de cajeros de bitcoin más grande de EEUU), aunque tuvo a su vez detractores como Michael Burry, el financista que ganó fortunas anticipando la crisis de las hipotecas y fue protagonista del libro y la película “The Big Short” (en español, La Gran Apuesta), y Paul Donovan, economista jefe de UBS (Unión de Bancos Suizos), quien acuñó el “efecto Instagram” para referirse al aumento de la inflación en los países ricos a la salida de la pandemia.
A su vez, la cotización de bitcoin tuvo varios saltos en función de las decisiones y las declaraciones de Elon Musk, el principal accionista de Tesla, acerca de la aceptación o no de la criptomoneda como medio de pago en la venta de sus vehículos eléctricos.
El problema, dice Acemoglu, es que el éxito de bitcoin se asienta en al menos 5 razones falsas o equivocadas, a saber:
1. Menguantes oportunidades, deslumbrante promesa. La actual es una época de perspectivas económicas menguantes, incluso para personas con formación y título universitario. Difícil conseguir trabajo estable, de paga buena y creciente. En un mundo de oportunidades escasas, las promesas de ganancia rápida son especialmente atractivas. De ahí que se ha hecho una industria decirle a la gente que puede salvarse invirtiendo en bitcoin. Es así, dice Acemoglu, porque hay millones de personas, en EEUU y en el mundo, que ganan con eso.
2. Obsesión e ingenuidad tecnológica. El relato de que tanto inversores profesionales como amateurs pueden ganar grandes sumas se relaciona a su vez con la creencia de que la tecnología nos deparará un futuro brillante. Algo que Acemoglu considera una falsa promesa, aunque reconoce la tecnología y la creatividad subyacentes a un sistema intrincado y descentralizado que funciona sin monitoreo ni control gubernamental.
3. Señoreaje. Se trata de la ventaja, históricamente en manos de los gobiernos, de ganar dinero mediante el control de la emisión, pagando deudas y comprando bienes o servicios con la moneda que uno mismo emite. En el caso de bitcoin, ese atractivo ha hecho que haya más de 1.600 criptomonedas ofrecidas en distintas plataformas (CoinmarketCap lista 6.545), lo que significa un gran incentivo a más de un millón de “mineros”, que en el caso de bitcoin son recompensados con nuevas unidades del oro digital.
4. Demanda firme, pero criminal. Para prosperar, una nueva moneda debe tener cierta demanda asegurada. Para las criptomonedas en general y bitcoin en particular, esa demanda está firmemente asentada en el mundo criminal. De hecho, recuerda Acemoglu, la demanda inicial de bitcoin provenía casi exclusivamente de sitios como Silk Road, en la “dark web”, ampliamente vinculada a negocios ilícitos. Aún hoy las actividades criminales explican casi la mitad de las transacciones en bitcoin, precisa, y cita el paper “Sexo, drogas y bitcoin”, publicado en el “Review of Financial Studies”.
De hecho, como expusieron recientemente a Infobae expertos en ransomware, en los casos de secuestro virtual de empresas, la amplísima mayoría de los rescates solicitados se hacen en bitcoins.
Esas cuatro razones inflaron artificialmente al bitcoin, que no resolverá ningún problema verdadero, se basa en un optimismo tecnológico sin correspondencia en el mundo real y ofrece a quienes lo acuñan beneficios muy inferiores al costo social de tanto derroche de energía. Lo que remite a la última “ratio” de bitcoin que enumera Acemoglu.
5. El relato político. Según sus defensores y promotores, bitcoin y las critpo liberarán el mundo del peligro de un excesivo e indebido poder del Estado. Es cierto, dice el profesor de Harvard, que la Fed de EEUU y otros bancos centrales actúan a veces de modo cuestionable y que el rescate de Wall Street en la crisis de 2008 benefició a los bancos a expensas de la gente común, por lo que es entendible querer reducir ese poder. Pero bitcoin, apelando a un “pueril libertarianismo” y presentándose como un David contra el Goliath estatal, no es la respuesta. Eso “es pura fantasía”, dice Acemoglu, quien también considera groseramente exagerada la probabilidad de que los gobiernos occidentales produzcan una inflación descontrolada y socaven el sistema monetario internacional.
En el mundo actual, dice el economista, la verdadera amenaza existencial es la polarización política, la desintegración de la democracia y la incapacidad de los sistemas políticos democráticos de mantener a raya las elites económicas y los líderes autoritarios, algo que no resolverá el bitcoin ni ninguna otra moneda, sino medidas que hagan que políticos, burócratas, financistas y magnates de la tecnología actúen responsablemente, lo que exige mayores grados de control y participación política.
La Inteligencia Artificial bajo la lupa
Esa preocupación permea otro flamante paper de Acemoglu, publicado por la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por su sigla en inglés), la institución de su tipo más prestigiosa de EEUU, en el que alerta sobre “los males” y el “lado oscuro” de la Inteligencia Artificial (IA), un complejo de tecnologías de auto-aprendizaje por parte de las máquinas (machine learning) y extraordinario poder computacional para procesar enormes masas de datos, a menudo desestructurados y en constante crecimiento. Algoritmos de IA se aplican en plataformas online y en sectores que van desde la producción industrial a la medicina, las finanzas, el comercio mayorista y minorista y -cada vez más, por parte de los Gobiernos- a la inteligencia criminal y el control del movimiento de personas.
Si esta amplísima rama del avance tecnológico, aplicable a casi todos los aspectos de la vida, es dejada a sus actuales tendencias, dice Acemoglu, tendrá impactos económicos, políticos y sociales indeseables. Lejos de incentivar, dañará la competencia, la privacidad y la soberanía del consumidor y automatizará en exceso el trabajo, aumentando la desigualdad y deprimiendo los salarios. Y fallará en el objetivo de mejorar la productividad, amén de limitar y empobrecer el discurso político, clave para la vitalidad de la democracia.
“La tecnología, lejos de incentivar, dañará la competencia, la privacidad y la soberanía del consumidor, automatizará en exceso el trabajo, aumentando la desigualdad y deprimiendo los salarios” (Acemoglu)
No hay evidencia conclusiva de que esos costos sean inminentes o sustanciales, dice el economista, pero es útil entender cómo funcionan, antes de que se consoliden y sean imposibles de revertir, ya que la IA es tan promisoria y de tan amplias posibilidades de aplicación. Los “daños”, dice, no son inherentes a ella, sino que se deben a cómo se desarrolla y aplica, aumentando el poder de las corporaciones y de los Gobiernos sobre los trabajadores y los ciudadanos. Para impedirlo, la auto-regulación, a través de la competencia, dice, no es suficiente.
El paper se focaliza en tres aspectos de la Inteligencia Artificial: la colección y control de información y sus efectos sobre el mercado laboral y sobre la comunicación social y la democracia. Acemoglu modeliza cada uno de esos efectos con técnicas y rigurosidad académicas.
En cuanto a la colección y control de la información, se concentra en la violación a la privacidad, que permite a las grande compañías tecnológicas saber demasiado de sus usuarios, lo que les otorga ventajas competitivas sobre otras firmas y les permite aplicar técnicas de discriminación de precios y explotar sesgos y debilidades de los consumidores y manipularlos rutinariamente y en situaciones extremas. A través de un modelo analítico, por caso, el trabajo da cuenta de por qué millones de usuarios, a todo nivel, terminan entregando gratuitamente información por la que colosos como Facebook, Google y Amazon estarían dispuestos a pagar, en la medida que son para ellos una fuente de extracción de renta.
Con un modelo analítico, Acemoglu explica por qué millones de usuarios entregan gratuitamente información a colosos como Facebook, Google y Amazon, que estarían dispuestos a pagar por algo que para ellos es una fuente de extracción de rentas
Del efecto sobre el mercado de trabajo, Acemoglu dice que ya antes de la emergencia de la IA había mucha inversión concentrada en ahorrar trabajo y reducir costos laborales. Potenciados por la nueva herramienta, esos esfuerzos pueden reducir la eficiencia de producción y crear efectos extra-mercado (por caso, forzando a los desempleados a asumir trabajos y salarios inferiores a su capacidad), en vez de promover el desarrollo de nuevas tareas o mayores márgenes de iniciativa. Gran parte de las actuales aplicaciones de la IA, dice, exacerban el énfasis en el monitoreo y la reducción de costos.
Cámaras de eco y Gran Hermano
Por último, apunta que la IA, como se aplica actualmente, exacerbó problemas sociales y políticos previos en materia de comunicación y persuasión. En ese contexto, la política democrática se hace más difícil y hasta degenera a través de mecanismos como las “cámaras de eco” de las redes sociales, imposibilidades y desalineamientos en la comunicación privada y “efecto Gran Hermano”, a medida que los gobiernos pueden monitorear y eliminar el disenso.
La lista de potenciales mecanismos negativos es amplísima, lo que no quiere decir que la IA vaya necesariamente a tener consecuencias desastrosas y que éstas se deban solo a ella, se ataja Acemoglu. Pero la IA exacerba todos esos problemas por ser una tecnología tan poderosa y de propósito general, aplicable en casi todas las industrias y dominios de la economía y la vida política y social, lo que amplifica su capacidad de profundizar líneas de falla ya existentes.
La dirección en que se desarrolle y aplique la IA, dice el académico, tendrá grandes efectos distributivos y amplísimo alcance en temas de poder, política y status social. Sería ingenuo esperar que la auto-regulación de los mercados, mediante la competencia, lleve a decisiones correctas en cada bifurcación. De hecho, precisa, “en este momento las grandes decisiones sobre el futuro de la IA las están tomando un muy pequeño grupo de ejecutivos top e ingenieros en un puñado de compañías”.
No se trata de los males de la IA, concluye, sino de la IA desregulada.
SEGUIR LEYENDO: