En “Tierra prometida”, el libro autobiográfico en el que narra su vida, su carrera política y su experiencia como jefe de la Casa Blanca, Barack Obama hace una magistral descripción de cómo armó su equipo económico, privilegiando a los economistas con experiencia por sobre otros talentosos, pero con ímpetus juveniles que no consideró apropiados para el momento. Una verdadera lección de la que tendrían que tomar nota mandatarios de todo el mundo.
Cabe recordar que Obama fue elegido presidente de EEUU en noviembre de 2008, dos meses después del episodio más estruendoso de la “crisis de las hipotecas subrprime”, la quiebra del legendario banco Lehman Brothers, que sumió al país y a la economía mundial en una fortísima crisis financiera.
Producto de aquella crisis, en diciembre de 2008, el saliente presidente George W. Bush convocó por primera vez a una Cumbre del G20 en Washington, a la que invitó a participar a Obama como presidente electo. La creación del G20 había sido impulsada por Lawrence Summers, secretario del Tesoro de Bill Clinton, tras la seguidilla de crisis de fines de los 90s, para ampliar las bases de sustentación política de las medidas financieras y afrontar las crisis que se fueran presentando, pero hasta entonces solo se había reunido a nivel de ministros de Finanzas y presidentes de Bancos Centrales.
Obama no se dejó deslumbrar por las apariencias ni apostó su presidencia y la suerte de la economía norteamericana a promesas juveniles, por más laureles académicos que exhibieran
Cómo formar un equipo para afrontar una crisis
Obama no se dejó deslumbrar por las apariencias ni apostó su presidencia y la suerte de la economía norteamericana a promesas juveniles, por más laureles académicos que exhibieran.
“Cuando llegó la hora de formar mi equipo económico, decidí anteponer la experiencia a los nuevos talentos. El informe económico de octubre, que salió a la luz tres días después de las elecciones, fue devastador: se habían perdido 240.000 puestos de trabajo (en realidad, revisiones posteriores revelarían que la cifra era 484.000)”, cuenta en el libro el hoy expresidente, que asumió el 20 de enero de 2009, cuando los efectos de la crisis sobre la economía real eran potentísimos.
“Los mercados financieros seguían paralizados, los bancos continuaban al borde del colapso y las ejecuciones hipotecarias no mostraban signos de empezar a disminuir”, recuerda. “Me encantaban las numerosas jóvenes promesas que me habían aconsejado durante la campaña, y sentía afinidad con los economistas de izquierda y los activistas que consideraban que la crisis era producto de un sistema financiero inflado y fuera de control que necesitaba una reforma urgente, pero con la economía mundial en caída libre, mi tarea principal no era construir una nueva versión del orden económico, sino prevenir desastres peores. Para hacerlo, necesitaba gente que hubiese gestionado crisis anteriormente, personas que pudiesen dar tranquilidad a unos mercados al borde del pánico; gente, en síntesis, probablemente manchada por los pecados del pasado”, detalló en el best seller global.
La búsqueda de un secretario del Tesoro (equivalente norteamericano de lo que en la Argentina sería el ministro de Economía) se redujo a dos nombres, “Larry” Summers y Timothy (Tim) Geithner.
“Con la economía mundial en caída libre, mi tarea principal no era construir una nueva versión del orden económico, sino prevenir desastres peores”
Como secretario del Tesoro de Clinton, Summers había promovido a Geithner al cargo de subsecretario y, luego, titular de la Reserva Federal de Nueva York, la de mayor peso en el sistema de la Reserva Federal, el Banco Central de los EEUU.
Cómo mezclar talentos
Así cuenta Obama el proceso de selección. “Larry era la opción más obvia: especialista en Economía y campeón de debates en MIT, uno de los profesores titulares más jóvenes de Harvard y reciente presidente de la Universidad, había trabajado como economista principal del Banco Mundial, subsecretario de Asuntos Internacionales, y subsecretario antes de tomar las riendas de su predecesor y mentor, Bob Rubin. A mediados de los noventa, Larry había ayudado a diseñar la respuesta internacional a una serie de graves crisis financieras en México, Asia y Rusia –las más parecidas a la que yo heredaba– y hasta sus detractores más firmes reconocían su inteligencia. Como bien lo describió Tim, Larry era capaz de escuchar tus razonamientos, repetirlos mejor que tú y después demostrarte por qué estabas equivocado”.
Sagaz y observador, Obama recuerda que Summers “tenía también una reputación, solo parcialmente merecida, de arrogante y políticamente incorrecto. Como presidente de Harvard, había mantenido una encendida polémica con el destacado profesor de estudios afroamericanos Cornel West, y más tarde lo habían obligado a renunciar por haber defendido, entre otras cosas, que ciertas diferencias intrínsecas en aptitudes complejas podía ser uno de los motivos por los que las mujeres estaban infra-representadas en los departamentos de matemáticas, ciencias e ingeniería de las universidades más importantes”.
Sin miedo al qué dirán
Si se trataba de ser “políticamente correcto”, era una opción muy expuesta a la crítica. Y había otras características personales, que el exjefe de la Casa Blanca describe con gracia. Las dificultades de relacionamiento personal de “Larry”, cuenta, no eran por falta de sensibilidad, sino por falta de tacto. Además, era extremadamente desalineado. Dice Obama: “Su falta de interés por las delicadeza se extendía a su desaliño, amplia barriga, a veces la vista porque le faltaba un botón a la camisa y una actitud desdeñosa por el afeitado”.
Geithner era otra cosa. “La primera vez que le vi, unas semanas antes de las elecciones en un hotel de Nueva York, la palabra que me vino a la cabeza fue “aniñado”. Tenía mi edad, pero su complexión delgada, su porte modesto y sus rasgos delicados le daban una apariencia considerablemente más joven”, cuenta Obama. Geithner intentó convencerlo de que no lo designara jefe del Tesoro. Tenía hijos chicos y una esposa que ansiaba una vida tranquila, pero Obama salió “convencido de lo contrario”.
“Mi instinto me decía que la honestidad de Tim, su carácter estable y la habilidad para resolver problemas no se verían afectados por el ego ni por miramientos políticos y eso le convertía en alguien de valor incalculable para la tarea que teníamos por delante”
Geithner era el elegido. Obama valoró tanto su doctorado en estudios de Asia Oriental y Economía Internacional y su experiencia como especialista en asuntos asiáticos en la consultora de Henry Kissinger como su posterior carrera en el Tesoro y en la Fed, el lugar al que lo había promovido Summers y desde el cual fue clave en la gestión de las crisis financieras de la década de 1990.
“Mi instinto me decía que la honestidad de Tim, su carácter estable y la habilidad para resolver problemas no se verían afectados por el ego ni por miramientos políticos y eso le convertía en alguien de valor incalculable para la tarea que teníamos por delante”, cuenta Obama. Y decidió “fichar” a los dos, combinándolos del mejor modo que se le ocurrió. “Larry para que nos ayudara a decidir qué demonios hacer (y no hacer) y a Tim para que organizara y condujera nuestra intervención”.
¿Cómo lo convenzo?
Tuvo antes que superar un escollo: convencer a Summers de que no sería secretario del Tesoro, sino director del Consejo Económico Nacional, lo que, a pesar de ser el principal cargo de la Casa Blanca en materia económica, “se consideraba menos prestigioso”. Para hacerlo, tomó un consejo de Rahm Emmanuel, un joven político y consejero de Chicago, el Estado del que había sido senador Obama, y le prometió a Summers de que lo nombraría como “el siguiente presidente de la Reserva Federal lo que sin duda ayudó a que aceptara”.
Obama completó así un fortísimo dúo de espadas económicas, de nivel académico, pero fundamentalmente capacidad política y probada experiencia. Como él mismo dice: “Personas que pudiesen dar tranquilidad a unos mercados al borde del pánico; gente, en síntesis, probablemente manchada por los pecados del pasado”.
Personas que lo ayudaron a superar una fortísima crisis y sentar las bases de un largo período de crecimiento y creación de empleo en un país que, al asumir, estaba en un tembladeral financiero.
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