En lo que va del siglo XXI, el mundo padeció dos pandemias: el virus de la Gripe A/H1N1, en 2009, y el virus SARS-Cov-2, o “nuevo coronavirus”, que produce la enfermedad covid-19, a partir de fines de 2019 y principios de 2020. El costo humano y económico de la actual pandemia es infinitamente superior, pero en las dos a la Argentina le fue mal en comparación al resto del mundo, lo que sugiere una preocupante incapacidad del Estado para aprender de la experiencia.
Los primeros casos y muertes humanas de Gripe A/H1N1 (también llamada “Gripe porcina”, porque se registraron en una granja porcina de Veracruz, México, a principios de 2009) generaron sucesivas alertas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) a medida que el virus se expandía. En abril de ese año la OMS declaró las alertas de Fase 4 y Fase 5 y el 2 de junio su entonces subdirector Keijo Fukuda avisó: “El mundo se acerca a una Fase 6, de alerta máxima”.
La médica y nutricionista Mónica Müller investigó aquella experiencia. En su libro “Pandemia”, publicado en 2010, cuenta que el 5 de junio, tres días después del alerta prepandémico de la OMS, el Comité de Crisis del ministerio de Salud, que encabezaba la entonces ministra Graciela Ocaña, se reunió con el jefe de Gabinete, Sergio Massa, para pedirle la suspensión de las clases en la Ciudad y algunos distritos del Gran Buenos Aires, aprovechando un fin de semana largo que permitiría sumar 10 días sin actividad escolar, ralentizar la propagación de casos y posponer el pico de brotes.
Se trataba de una acción importante porque, a diferencia del covid-19, que fue de entrada mucho más mortífero con los mayores de 60 años, el virus de la Gripe A/H1N1 se ensañó con niños y mujeres embarazadas. La propuesta, cuenta en su libro Müller, por entonces pareja del hoy “vacunado VIP” Horacio Verbitsky, incluía hacer una comunicación social eficiente para alertar a la gente que no se tomara el fin de semana largo para salir de vacaciones, pues en tal caso el remedio sería peor que la enfermedad. Hacia el 10 de junio se detectaron 30 escuelas con casos positivos en la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires y el 11 de junio la OMS declaró oficialmente la Fase 6, de alerta máxima: pandemia. No hubo caso.
Cuando las urnas no contagiaban
En la Argentina el Gobierno de la Ciudad, de Mauricio Macri (para desdoblarlas de las nacionales), y el nacional, de Cristina Fernández de Kirchner (para neutralizar esa jugada y evitar el impacto en las urnas de una recesión que podía agravarse con el correr de los meses) habían adelantado las elecciones legislativas de ese año y no dieron el brazo a torcer: éstas tuvieron lugar el 28 de junio, pleno invierno y plena pandemia, cuando se produjo el agolpamiento de millones de personas en escuelas de todo el país. Los updates que regularmente publicaba la OMS, marcaban 1.213 casos y 7 muertos en nuestro país al 24 de junio, cuatro días antes de las elecciones, y 2.485 casos y 60 muertos el 6 de julio, ocho días después. Luego, la OMS dejó de publicar los datos por país.
Recién el 29 de junio, el día después de las urnas, el Gobierno nacional declaró la emergencia sanitaria, que Ocaña había estado pidiendo en vano ante el Gabinete y la presidente, que la reemplazó con el hoy gobernador tucumano Juan Manzur. En rueda de prensa, Cristina acusó a la prensa de “alarmista” por hablar de 100.000 contagios. A su lado, Manzur confirmó que esa era, efectivamente, la proyección estimada de casos.
No testear, no saber
Entonces, como ahora, la Argentina casi no testeaba. Las escuelas se cerraron en julio, pero la mortalidad en niños por gripe A/H1N1 fue diez veces mayor en 2009 que la provocada por la influenza estacional, precisó luego un estudio de la Fundación Infant (donde trabaja Fernando Polack, el científico que en 2020 buscó impulsar las vacunas de Pfizer) y 6 hospitales pediátricos de la Ciudad de Buenos Aires.
Aquel virus, que provocó pánico en todo el mundo, pasó relativamente rápido y tuvo costos infinitamente inferiores al actual. A nivel mundial se estimaron unas 20.000 muertes y en la Argentina, en 2010, Salud declaró una cifra oficial de 626 víctimas fatales. El grupo etario con más casos fue el de 50 a 59 años, pero entre los pacientes graves el más numeroso fue el de menores de 5 años. Pero el número de muertes declaradas por el país superó el 3% del estimado mundial, cinco veces por encima de su peso poblacional.
Por entonces, el mundo atravesaba el vendaval financiero iniciado en septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers y la crisis de las hipotecas. El PBI global cayó 2% en 2009, pero según el Indec, el PBI argentino todavía creció 0,5% ese año, pese a que las exportaciones e importaciones se habían desplomado un 30%. Eran tiempos de estadística fantástica. Años después, bajo la dirección de Jorge Todesca -fallecido padrastro de Cecilia Todesca Bocco, la actual vicejefa de Gabinete- el Indec reconstruyó las series de “volumen físico de producción” y halló que ese año ésta había caído nada menos que 6 por ciento.
Fast-forward
En definitiva, las más de 100.000 muertes Covid que acumula hoy la Argentina son un baño de realidad sobre la capacidad del Estado, del Gobierno y del pueblo argentinos de responder a un virus altamente contagioso y contener y mitigar sus efectos sobre la salud de la población y la salud de la economía, en gran medida correlacionadas. Porque una economía y una sociedad empobrecidas son también más susceptibles a los estragos de la salud y a la muerte.
Es cierto que la pandemia hizo daño en todo el mundo, pero los rankings delatan. La Argentina, siendo el país número 32 en población ocupa hoy el lugar número 8 en cantidad de casos de covid-19, el 11 en muertes y el 13 en muertes por habitante (11 si se excluyen territorios de población exigua, como San Marino y Gibraltar). Teniendo 0,6% de la población mundial, detenta el 2,5% del número de casos y el 2,5% del de muertes, ratios que más que cuadruplican su peso poblacional. Y en tests por habitante, si se toman los 50 países con más casos, rankea en el puesto 36: solo países pobres, insulares o inmensamente poblados, como la India, Brasil e Indonesia (y Japón, un caso particular) muestran tasas de testeo inferiores a la Argentina.
Suenan lejanas las declaraciones del entonces ministro de Salud, Ginés González García desestimando el riesgo de llegada del virus y las del presidente Alberto Fernández, cuando el 11 de abril, en la primera extensión de lo que fue una de las cuarentenas más largas e ineficaces del mundo, decía: “Yo no dudé nunca: prefiero tener 10% más de pobres y no 100.000 muertos en la Argentina; porque de la muerte no se vuelve; de la economía se vuelve”.
Con el planteo del falso dilema Salud vs Economía el Gobierno planteó una superioridad moral que equiparaba cualquier crítica a promoción de la muerte e ignoraba, como ya habían advertido el economista Eduardo Levy Yeyati y el politólogo Andrés Malamud, que “la pobreza y la falta de inversión pública también matan”. Y en más de una generación. Porque, como escribieron, “un niño pobre, en promedio, vive menos; más aún, el hijo de un hogar pobre probablemente será pobre y también vivirá menos”.
Un efecto potenciado por otro estrago pandémico, los cerca de un millón y medio de niños que abandonaron la escuela y tantos millones más a los que el aún más largo cierre de escuelas ocasionará –dijo un estudio internacional– “pérdidas devastadoras”, en especial entre los chicos de los primeros grados, cuando aprenden a leer y escribir. Una niña o niño que perdió medio año de escolaridad en segundo grado, estimó el estudio, habrá perdido 1,8 años hacia tercer año de secundaria. Otra vez, más pobreza.
Si de veras se buscaba contener lo más posible la pandemia, el Gobierno debió testear más, como decían los expertos en todo el mundo, que además de higiene, distancia social, uso de barbijo y menor circulación repetían, casi como un mantra: “testear, rastrear (contactos de infectados), aislar”.
Despacito
Pero he aquí que recién el 22 de abril de 2020, a más de un mes de iniciada la cuarentena, la Argentina pasó por primera vez la cifra de 2.000 tests diarios (sin duplicados), recién el 12 de junio los 5.000, el 15 de julio los 10.000 y el 25 de agosto los 20.000, aunque la mayoría de los días siguió realizando menos de ese número de tests en todo el país. El virus se dejó ver más en el invierno, en casos y muertes, en provincias que habían estado cerradas aunque casi no registraban contagios, pagando un altísimo costo en actividad, empleo e ingresos, mientras el virus avanzaba, inobservado, contagiando familias y contactos estrechos de asintomáticos iniciales.
A lo largo de un año y medio, el reflejo oficial fue buscar a quién endilgarle el aumento de casos y de muertes: runners, antivacunas (un grupo mínimo y marginal), protestas contra el Gobierno (pero no eventos que organizó el propio Gobierno, como el caótico velatorio de Maradona) y, en especial, el gobierno porteño y la apertura supuestamente apresurada de escuelas. Un solo ejemplo sirve para relativizar esa caza de brujas: Santa Cruz, el distrito menos densamente poblado del país y en el que desde marzo de 2009 casi no hubo clases presenciales, registraba este jueves 59.290 casos y 934 muertes covid. Si se tiene en cuenta que en el Censo 2010 la provincia contenía 0,7% de la población nacional, sus cifras equivalen a que el país registrara casi 8,5 millones de casos y más de 133.000 muertes covid. No es casual que la Argentina haya aparecido última 2 veces consecutivas en el ranking de “resiliencia covid” que elabora Bloomberg en base a indicadores de 53 países del mundo.
¿Y la economía?
El PBI argentino fue uno de los que más cayó en el mundo y en América Latina. En la región, precisó el economista Esteban Domecq, fue la tercera economía que más retrocedió, 9,9%, solo superada por Venezuela, que cayó 27% (la línea roja que cae en línea recta) y el desempeño de Perú (-11%).
No se trata solo de que en 2020 países como Paraguay (-0,6%), Brasil (-4,1%) y Chile (-5,8%) tuvieron variaciones bastante menores, sino también de que a fines de 2021, asumiendo el generoso supuesto de un crecimiento de 7,4% este año, el PBI argentino tendría el tercer peor desempeño del bienio 2020-2021, detrás de Venezuela y Ecuador, mientras Paraguay, Brasil y Chile superarían el PBI de prepandemia.
Con todo, esas proyecciones lucen optimistas comparadas con las que hizo la OCDE, el “club” de países ricos; según ellas, de los países del G20, la Argentina será el que más tarde recupere el nivel de actividad económica de prepandemia, hito que alcanzaría recién en 2026.
Domecq amplió el análisis al eje supuestamente dilemático Salud vs Economía y en un gráfico midió, en el eje vertical el número de muertes por millón de habitantes y en el horizontal la variación del PBI para el bienio 2020-2021, según proyecciones del FMI. En un triángulo abarcó los países de América Latina y mostró que en muertes por millón de habitantes acumuladas (proxy de la gestión sanitaria) Argentina está en el cuarto peor lugar, solo por delante de Perú, Brasil y Colombia (y en el rango de estos dos últimos, de 2.100 a 2.500 muertes por millón de habitantes), casi el doble de los países de la región con mejores resultados sanitarios. La Argentina, concluyó el economista y consultor, quedó en el top 3 de peores resultados económicos del vecindario y en el top 4 de peores resultados sanitarios. Solo Perú la supera en ambos frentes.
Empresas
Mientras tanto, el número de empresas al día con sus aportes al Sistema Previsional, la variable que mejor aproxima la cantidad de firmas “vivas” en el sector formal de la economía, pasó de 539.053 en marzo de 2020 a 519.879 en marzo pasado, esto es unas 19.200 empresas menos, cifra que subestimaría la pérdida real, porque muchas empresas -en especial en sectores como Hotelería y Gastronomía bajaron definitivamente las persianas en el primer semestre de este año.
Todo esto contribuyó a una fuerte pérdida de empleo e ingresos. Según un informe del ministerio de Trabajo, en el primer año de la pandemia se perdieron más de 155.000 empleos en el sector privado de la economía (saldo entre pérdidas en el sector formal y en el de empleo doméstico y aumento del número de monotributistas de las escalas más bajas) y se crearon 39.000 en el sector público, la fórmula perfecta para un estado cada vez más duro de financiar.
Empleo
Algunos sectores empezaron a recuperar empleo, pero en la mayoría de las provincias éste sigue por debajo del nivel de prepandemia, precisa un trabajo de Azul Chiancarini y Laura Caullo, de la Fundación Mediterránea, y se agudizó la baja tasa de actividad; solo 4 de cada 10 personas se encuentran ocupadas o buscando activamente trabajo. Las restricciones estrictas no solo aumentaron el número de desocupados sino que también desalentaron la búsqueda de empleo. Una baja tasa de actividad implica, a su vez, una menor fuerza laboral y por ende un motor de recuperación más débil.
Pobreza e ingresos
En este contexto, no es sorprendente que, como informó la más reciente Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec sobre pobreza, esta aumentó del 35,5% de la población en el segundo semestre de 2019 a 42% en el segundo de 2020) y a cerca de 45% hacia fines de ese año. Son más de 20 millones de pobres. mientras el porcentaje de indigentes (aquellos cuyos ingresos no alcanzan siquiera a cubrir el costo de una canasta básica de alimentos) pasó de 5,7 a 7,8% del total y probablemente ya bordee el 10 por ciento.
No es algo que solucione un golpecito de crecimiento. Según el Indec, en marzo pasado –última información disponible– los $50.854 pesos de la Canasta Básica Total (que marca la “línea de pobreza”) superaba en 41,9% el ingreso promedio de los hogares pobres ($ 29.567), que no solo son más numerosos, sino que quedaron más lejos de dejar de serlo. Peor aún, el 57,7% de los menores de 14 años de la Argentina son pobres, relación que en el conurbano bonaerense supera el 60 por ciento.
El deterioro de los ingresos tuvo mucho que ver en esa evolución, al punto que el salario mínimo medido en dólares de la Argentina pasó a estar entre los más bajos de la región. En enero pasado, precisó un estudio de Marcelo Capello, ya era el más bajo de un conjunto de 9 países de la región si se lo medía en dólares “blue” y el tercero más bajo si se lo medía al tipo oficial.
Inflación
La fortísima recesión , la cuarentena de 2020 y el deterioro del poder adquisitivo de salarios y jubilaciones tuvieron, eso sí, el efecto de aplacar el ímpetu alcista de los precios, que –controles de precios, cepo cambiario y tarifas congeladas mediante– hicieron que la inflación cediera del 53,8% que había registrado en 2019 al 36% el año pasado, a pesar de un fortísimo aumento del déficit fiscal (en gran parte inevitable, debido a la expansión del gasto en programas para morigerar el impacto social de la recesión y el cierre forzoso de la economía) y de la expansión monetaria, que este año empezaron a pasar factura.
Así, a pesar de un fuerte ajuste fiscal y monetario en los primeros 5 meses de 2021 (que ya empezó a disolverse e irá en dirección opuesta a medida que se acercan las elecciones), los déficits fiscales y excesos monetarios de 2020 empezaron a reflejarse en los precios a fines de ese año y a lo largo del actual, con una inflación que en los últimos 12 meses superó el 50% y las consultoras proyectan en torno de esa cifra para 2021, porque suponen una leve desaceleración en los mees que restan (de hecho, la tasa anualizada del primer semestre es del 57%).
El gobierno atribuye los méritos de la menor inflación de 2020 a su pericia económica y el aumento de la de este año a la suba de los precios internacionales, en especial de los alimentos. Un reciente informe de la consultora Quantum puso la cuestión en perspectiva con un simple gráfico sobre los niveles de inflación de varios países de América Latina: la Argentina, mostró, juega en otra cancha.
La inflación y algunos de sus efectos, como tasas nominales de interés inusualmente altas, también hizo que la Argentina volviera a figurar en el Top 10 del más reciente ranking de “Miseria Global”
Vacunas
La superación de la pandemia y la recuperación de la economía dependen ahora, fundamentalmente, de la velocidad y eficacia de la vacunación, que el Gobierno empezó tarde y aceleró en las últimas semanas, acicateado en parte por la proximidad de las elecciones que –a diferencia de la pandemia de 2009– esta vez decidió demorar, en vez de adelantar.
El proceso de compra de vacunas fue, lamentablemente, empañado por opacidades e intereses ajenos al cuidado de la salud pública. El 3 de febrero pasado, una semana antes de conocerse el “vacunatorio VIP” que funcionaba en el ministerio de Salud, González García expuso ante la Comisión de Acción Social y Salud de Diputado de la Cámara de Diputados. Allí, su subsecretario de Gestión Administrativa, Mauricio Monsalvo, dijo que el Gobierno argentino eligió la opción mínima, del 10% (de la población) de dosis del fondo Covax, porque “si hubiera sido mayor cantidad de dosis, deberíamos haber anticipado mayor cantidad de dólares”, argumento que reiteró también el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero. Más que Salud vs Economía, el dilema parecía ser Salud vs Dinero.
Prioridades
De aquella tenida, pasaron relativamente desapercibidas las palabras del propio González García cuando, al hablar sobre los contactos para la provisión de vacunas, dijo: “Lo primero que pedíamos es transferencia de tecnología. Lo logramos con AstraZeneca: se fabrica la vacuna en la Argentina. Y hay otros intentos como Gamaleya de también hacerlo. Lo segundo que les decíamos es cuántas vacunas tenían disponibles y cuándo las iban a tener. Por supuesto con los que nos decían que esto iba a ser antes, fue con los que hablamos más intensamente. Y la última pregunta era a qué precio”.
En emergencia sanitaria y con decenas de miles de muertos, el ministro confesó allí que, en cuestión de vacunas, lo primero que interesaba al Gobierno era que hubiera un socio local (“transferencia de tecnología”) y recién luego saber cuántas vacunas y cuándo las tendría. En lógica de salud, “lo segundo” que dijo González García debió haber sido lo primero, “la última pregunta”, debía estar en segundo lugar, y “lo primero que pedíamos”, lo tercero y último en una etapa de la pandemia en que los muertos ya se contaban de a varios miles por semana.
No era la primera vez que González García exhibía esos reflejos. En 2005, como ministro de Salud de Néstor Kirchner, cuando el mundo temía una posible pandemia de Gripe Aviar (H5N1) había declarado que la Argentina otorgaría “licencias compulsivas” para la producción de oseltamivir.
Inmunización y perspectivas
En años subsiguientes, las vacunas contra aquel virus se acumularon en todo el mundo y en gran parte se vencieron. Ahora la urgencia es vacunar mucho y rápido contra covid. Poco más del 11% de la población argentina recibió hasta ahora las dos dosis de inmunización contra el virus, cortedad que es hoy la principal limitante a una recuperación completa de la economía que, como reconoció el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, marcha hoy “a dos velocidades”, con sectores altamente condicionados por la vigencia de la pandemia y de las restricciones para contener el virus.
En el primer trimestre de 2021, precisó al respecto un estudio de Guadalupe González, del Ieral, la economía argentina registró un crecimiento de 2,6% respecto del cuatro trimestre de 2020, pero según los datos del Indec los sectores que más dependen de una solución sanitaria efectiva representan 35% del PIB. De 16 sectores de actividad, 11 todavía muestran retroceso y de ellos 5 sufren caídas de dos dígitos: Hoteles y Restaurantes (- 42%), Pesca (-25,9), Servicios Comunitarios, Sociales y Personales (-18,2), Transporte y Comunicaciones (-15) y Servicio Doméstico (-11,6).
Entre los sectores en retroceso también figura “Enseñanza” (-2,7%). Por no aprender del pasado, la Argentina se sigue consumiendo el futuro.
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